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Tribuna

Sentido, respeto y afecto a lo propio

En estos tiempos de «Palau Tancat», pandemia, cuarentenas y zozobras, el Palau de la Música ha presentado la temporada 2021-2022 a mediados de septiembre. Un retraso que hacía pensar la peor. «No la presentan porque no tienen nada previsto», se ha llegado a oír. Para sorpresa de todos, la nueva temporada es una de las más coherentes y mejores -si no la mejor- de la Orquestra de València en sus muchas décadas de existencia. Una programación que rompe con firmeza el bucle de negatividad y pesimismo que ha envuelto al Palau de la Música desde que cerró sus puertas por unas obras que, por lo que se ve, serán más eternas que las de la Sagrada Familia.

Nunca coincidió en una misma temporada tal cúmulo de primeras batutas y solistas de máximo rango. Evidentemente, falta una de las claves que desde siempre ha marcado la naturaleza del Palau de la Música: las orquestas invitadas. Pero… ¿quién invita a nadie a casa si la tienes en obra y ni tú mismo puedes habitarla? Por otra parte, siempre ha latido la sensación de que, tarde o temprano, la Orquestra de València acabaría asumiendo el protagonismo total de la oferta del Palau de la Música. Ese tiempo, para bien y para mal, ha llegado.

Alexander Liebreich se estrena con una propuesta cargada de calidad, sentido, razón, variedad y, asombrosamente, de atención al repertorio español y valenciano. También de artistas -maestros e instrumentistas- valencianos y del resto de España. Más listo que el hambre, ha escuchado voces despiertas y dado relieve y lustre a lo autóctono. En este sentido, recupera los tiempos de estrenos y novedades de Manuel Galduf (1983-1997), cuando todo lo contemporáneo y valenciano formaba parte sustancial de las programaciones.

Asombra, admirada y merece vivo aplauso esta poderosa presencia de lo nuestro. Pianistas de tanto fuste como Carlos Apellániz y Xavier Torres, violonchelistas como Damián Martínez, o maestros como Álvaro Albiach, Francisco Coll, Rubén Gimeno, Jaume Santonja, Ramón Tebar, José Trigueros o Francisco Valero-Terribas son la punta de lanza de esta cuidada «valencianización» que en absoluto supone demérito de la calidad e interés de una programación que, además, reivindica y pone en valor la obra de compositores valencianos como José Báguena, Amando Blanquer, Joan Baptista Cabanilles, Òscar Colomina, Francisco Coll, Ruperto Chapí, Óscar Esplá, José Evangelista, José Melchor Gomis, Francisco Llácer Pla, Vicent Martín i Soler, Joaquín Rodrigo o la castellonense Matilde Salvador.

Pocas programaciones con tanto sentido, respeto y afecto a lo propio. Tan lúcida y decidida a apartarse de sendas trilladas. Sin por ello descuidar la universalidad de la música y de los grandes intérpretes. Basta la mera nominación para percatarse de la ambición de esta temporada sin parangón. Entre los directores, Pinchas Steinberg, Leonard Slatkin, Karel Mark Chichon, Pablo Heras-Casado, Manuel Hernández-Silva, Christian Karlsen, Nuno Coelho, François López-Ferrer, Kahchun Wong, a los que se añaden la coreana Shiyeon Sung y la japonesa Nodoka Okisawa.

La relación de grandes solistas no es menos apabullante, y retrotrae al Palau de la Música a sus mejores tiempos: los pianistas Serguéi Bababan, Boris Giltburg, Marc-André Hamelin, Elisabeth Leonskaya, George Li, Jan Lisiecki, Marta Menezes, Javier Perianes, Grigori Sokolov y Pinchas Zukerman; los violinistas Ilya Gringolts, Viviane Hagner, Midori, Nemanja Radulovic o Akiko Suwanai; los violistas Joaquín Riquelme y Pinchas Zukerman, los violonchelistas Pablo Ferrández, Amanda Forsyth o Truls Mørk; el trompeta Pacho Flores, el oboísta François Leleux… Son algunos de los grandes nombres que participan en la nueva temporada, en la que también intervienen la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera, las sopranos Anja Kampe y Núria Rial, los tenores Norbert Ernst y Martin Mitterrutzner o el bajo Ain Anger.

En la programación hay de todo, y casi todo excelente. Desde un primer acto de La Valquiria dirigido por Liebreich, a la Sonata del Sur de Esplá tocada por Apellániz con la dirección del propio director titular. No falta la poco tocada pero preciosa Rapsodia portuguesa de Ernesto Halffter (con la gran pianista lusitana Marta Menezes dirigida por Karl-Mark Chichon), los «Encantamientos del Viernes Santo» de Parsifal y un montón más de maravillas que escapan al espacio limitado de estas líneas de opinión. Una temporada para seguir y disfrutar muy de cerca, aunque tenga que peregrinar al deficiente Teatro Principal o al Palau de les Arts. Mientras, en medio, el Palau de la Música muerto de pena. ¡Qué pena!

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