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Sergio del Molino | Autor de «Contra la España vacía».

Sergio del Molino: "Ser español, como ser valenciano, me parece una idiotez"

«Joan Fuster es un santo y sus devotos no me perdonan haber discutido con él porque su palabra es sagrada»

Sergio del Molino, autor de«Contra la España vacía»,ayer en Levante-EMV. G.caballero

Sergio del Molino ha escrito ‘Contra la España vacía’ para «rascar» en los sobreentendidos que se le han ido pegando a ‘La España vacía’, su libro de 2016 que proponía explorar los lazos que unen a los españoles a través de la memoria campesina. Él mismo asegura que aquella fue una propuesta demasiado «ingenua» para poder enfrentarse a la «marea nacionalista» y el populismo. Por eso, en el nuevo ensayo, que ayer presentó en la librería Bangarang de València, rearma su discurso en defensa de la «democracia liberal» y el «patriotismo constitucional» con menos poesía y más política. «

El ‘contra’ -explica- no se refiere al libro sino al concepto de ‘España vacía’ y a todo el ruido enorme que ha generado. Y a partir de ahí, sigo dibujando una idea de esta comunidad democrática que llamamos España y que me preocupa».

¿Por qué le preocupa?

Porque hay claros síntomas de degradación democrática y hay una parte considerable de ciudadanos que no creen en esta comunidad y piensan que nos iría mejor con otro tipo de organización. Si nos salimos de esa comunidad democrática y la desmembramos vamos a un desastre, a un sitio más autoritario y donde las garantías y libertades de las que disfrutamos ahora no van a estar tan garantizadas.

Pero el libro no ofrece demasiadas soluciones para implantar ese «patriotismo constitucional».

Claro, porque esa idea de unos ciudadanos que se asocian libremente porque piensan que es mejor estar juntos que separados no tiene épica frente a la fuerza arrolladora de los nacionalismos y la llamada de la tribu. Yo señalo la necesidad de buscar unas razones sentimentales para reconocernos unos a otros. De eso iba ‘La España vacía’, de identificar relatos que tenían que ver con la identidad de cada cual, la relación con ese pueblo perdido, ese pasado campesino, que une a millones de españoles de forma compleja. Lo que hago es preguntarme qué relatos y qué vías habría de buscar para tener una conexión sentimental frente al griterío y el banderío.

¿El relato de un país que encabeza las listas de vacunación podría valer?

Yo siempre digo que no estoy orgulloso de lo que soy sino de lo que hago. La sociedad española tiene muchos motivos para estar orgullosa de lo que ha hecho como sociedad, no por su existencia en sí misma. Ser español es una idiotez, como ser valenciano o ser cualquier otra cosa. Esa forma de responder ante la adversidad de la pandemia y de organizarnos es motivo de orgullo, pero palidece ante cualquier llamada de la tribu o cualquier invocación a Wilfredo el Piloso…

O a Don Pelayo, como Vox.

Pero fíjate, Pelayo está muy debilitado, apela a poquita gente electoralmente. Más que los mitos nacionales, lo que hace que Vox movilice al 10 o 12 % del electorado tiene más que ver con una reacción anticatalana. Y esa es la rareza de Vox en Europa. Los partidos como Vox se movilizan contra la inmigración y ese discurso a Vox no le sirve. Le hace ganar más votos el discurso anticatalanista que el discurso contra los menas.

¿Por qué prendió tan rápido esa reacción?

Porque se cruzaron todas las líneas posibles. Fue una reacción visceral a un momento histórico que se ha ido apagando. Es lo que hablo en el capítulo de las banderas desteñidas. La gente sacó las banderas españolas a los balcones y a los dos meses estaban hechas jirones.

En ese capítulo cuenta la experiencia de sus padres en Tavernes de la Valldigna, municipio que dejaron ante la «presión» de la inmersión lingüística del valenciano. Eso ha generado bastante polémica.

Tuvo polémica porque se me atribuyeron cosas que ni siquiera están en el libro. Todos mis libros están escritos desde la propia exposición porque para defender ciertos argumentos tienes que demostrar cuánto te importan. Los relatos autobiográficos no se pueden desmentir y generan un problema, que es lo que me gusta de los relatos. Se ha ido tejiendo un relato de la España plural que ha dejado muchos silencios que contradicen ese mito. Yo mismo digo que durante mucho tiempo no compartí la visión de mis padres, pensaba que era una exageración que se fueran de Tavernes por esos motivos. Ahora que soy padre sí entiendo a mis padres.

¿No cae en un sesgo, como el que usted achaca a los catalanistas, al usar un caso particular para defender su argumento contra las políticas identitarias?

Pero yo no uso esa historia para demostrar nada sino para dejar claro que no hay un relato unívoco. La moraleja de esa historia es que el diseño de políticas de corte nacionalista, basadas en la identidad y la lengua, tienen un efecto real en la vida cotidiana. Intento plantear hasta qué punto nos parecen tan importantes estas cuestiones para alterar la vida cotidiana y la paz y crear conflictos donde no los hay.

Sí había un conflicto anterior, el de la imposición del castellano sobre el valenciano.

¿Pero para solucionar un conflicto lingüístico creado por el franquismo tenemos que crear otro conflicto lingüístico? En ‘La España vacía’ ya hablaba del momento en el que los labradores valencianos ven que en Canal 9 se usa su lengua en las noticias para contar conflictos internacionales, y me parece un momento muy bonito y muy significativo. Esa fue una decisión política que sacó a relucir la dignidad de mucha gente que había estado machacada durante toda su vida. Pero para restituir la dignidad de esa gente no nos hemos dado cuenta que se humilló a otra gente.

¿Le preocupan las reacciones que pueda tener usar historias personales como argumento?

Si pensara en eso me bloquearía. Hace unos días tuve un encuentro de ensayistas en Asturias, y vino una académica de Santiago muy independentista y me dijo que leyendo ese fragmento se había planteado muchas cosas que tenían que ver con su identidad. Le había hecho dudar. Esa reacción me compensa todas las caricaturas y campañas de acoso que me puedan hacer. Compensa más poder dialogar que achantarse ante las amenazas de muerte que he llegado a recibir de gente de mi pueblo, de compañeros de colegio, por este asunto.

¿Ha denunciado esas amenazas?

No, las archivo, y si se acumulan muchas sí me planteo denunciar. Pero sí, ha habido momentos muy desagradables.

De todas formas, usted y yo estamos aquí en València conversando en un castellano bastante fluido. ¿Fracasaron Fuster y los fusterianos que, según usted escribe, quisieron crear un país imponiendo el valenciano en la escuela?

Sin duda. Joan Lerma ya le hizo fracasar. Esa València no se ha cumplido y sin embargo la ascendencia intelectual de Fuster sigue siendo muy poderosa. Fuster es un santo y una de las cosas que no me perdonan sus devotos es haber discutido con el santo, cuya palabra es sagrada.

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