Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Se estrenaba en aquellos días una euforia que atronaba las casas y las calles. Las plazas se llenaban de banderas tricolores. El rey, abuelo del emérito, era carne de exilio. Dejaba atrás corrupciones a destajo (el nieto tuvo buen maestro), un país con hambre de justicia, dibujado con la geometría de la desigualdad, harto de no ser nada sino mineral roído por la arenisca de lo desapacible. Una de las urgencias -entre las que más- eran las escuelas. Aprender para ser más libres. La palabra es un arma de poder. El pueblo no tenía esa palabra. Lo del pueblo era callar. Asumir que lo más suyo era el silencio. Pero las cosas iban a cambiar. Había llegado la República. Y una de sus primeras urgencias fue convertir la escuela en un sitio donde ir creciendo en el uso de las palabras. Saber profundamente lo que esas palabras significan. Libertad. Igualdad. Fraternidad. La cultura hacía falta para conocer otro mundo hasta entonces desconocido. Fue cuando llegaron los maestros y las maestras a las escuelas. Detrás de la tabla de multiplicar había una historia por descubrir. Los números tenían tripas que bullían en las pizarras de los nuevos tiempos. La cultura nos hace más libres. Es un tópico muy repetido. Pero es verdad. Saber inmuniza contra las mentiras. Hoy lo sabemos, más que nunca. Nos crujen a mentiras. Y las aceptamos como si fueran verdades absolutas.

PÁGINAS CONTRA EL OLVIDO

He visto muchas fotografías de niños y niñas con el maestro o la maestra en el centro o la orilla de la imagen. El blanco y negro de la época. Las caras serias, como si la cámara del fotógrafo fuera una amenaza. Las únicas cámaras que se veían y que seguiríamos viendo en los pueblos los críos y las crías que vinimos luego. Las que retrataban en las escuelas y en las fiestas patronales. Algunas de aquellas fotografías son auténticas obras de arte. Son el testimonio de un tiempo que empezaba. Y poco después serían también el testimonio de un tiempo que no tardaría en desaparecer.

En muchas de aquellas fotografías se borraban las figuras del maestro o la maestra. Entonces no existía el photoshop. Esas figuras las borraba la derrota en una guerra. Tres años de escuelas libres se iban al garete con el triunfo del ejército franquista bien apoyado por el nazismo alemán y el fascismo italiano. La dictadura se convirtió en una máquina de exterminio. Era su consigna ya con el golpe de Estado de 1936: exterminar a quienes no pensaran como los golpistas. Y bien que cumplieron sus consignas violentas. Las escuelas sufrieron esas consignas. Maestros y maestras fueron depurados del Magisterio. Y una nómina considerable de ese Magisterio acabó en los paredones de la muerte. En muchos pueblos tenemos testimonios de esas depuraciones, de esos asesinatos. Y hace falta que la memoria nos los restituya porque el olvido y el silencio son una trampa mortal, como más o menos decía Natalia Ginzburg, la escritora italiana que tanto nos dejó en sus libros y en su vida.

Cuando escribo esta columna, el jueves pasado, me acaba de llegar un libro que no sé si está ya en las librerías: ‘Afusellats. Mestres i republicans’. Textos de especialistas en la historia y la memoria democráticas coordinados por Wilson Ferrús Peris. Maestros y maestras que vieron truncadas sus carreras profesionales y en algunos casos también sus propias vidas. Eran las «almas de la escuela, entusiasmados por la profesión, comprometidos con la renovación pedagógica y social», como escribe en la introducción la profesora Carmen Agulló. En Gestalgar hay dos pequeñas plazas dedicadas a dos de esos maestros represaliados: Gerardo Torres y Vicente Corachán. Y me alegra haber podido echar una mano para que Vicenta Verdugo completara su aportación, con la ayuda de Lisaura Cervera, sobre Miguel Langa, el maestro que ejerció en Bugarra, un pueblo al lado del mío, varios años. Qué gozo de testimonios los de dos de sus alumnos que todavía viven: Ricardo Marco y mi querido y entrañable Arlequín Cervera, que tanto me enseña con su memoria insobornable desde hace muchos años.

Sólo una nota personal para terminar: creo que deberíamos empezar a usar la palabra «asesinato»» en vez de «fusilamiento». Si los juicios que condenaron a muerte a tanta gente durante la dictadura eran claramente ilegales, las víctimas de esas sentencias fueron simple y llanamente asesinadas. El título podría haber sido ‘Assassinats. Mestres i republicans’. Es sólo una opinión, claro. Y en todo caso, no dejen de leer este libro. Al menos para mí es de lectura imprescindible. Seguro que en sus vidas, como en la mía y la de tanta gente, ha habido un maestro o una maestra que los ha marcado para siempre. Espero que en la mayoría de los casos haya sido para bien. De los maestros y maestras que salen en este libro no me cabe ninguna duda: su recuerdo sigue felizmente vivo a pesar de los años que han pasado desde entonces. Lean. Serán más libres. Seguro.