La segunda jornada del festival Love To Rock estuvo marcada por el buen tiempo y la calidad musical de unas propuestas que atrajeron a 4.000 personas a ese recoleto rincón de La Marina del puerto de València que lleva años convertido en un lugar emblemático e insustituible donde escuchar las músicas alternativas más actuales. En el escenario de La Pérgola, y ante los abonados más madrugadores y resistentes a la resaca, la banda barcelonesa Mujeres se encargó de acelerar la digestión de los ‘esmorzarets’ ingeridos en los cercanos bares del Cabanyal. Tralla garajera de herencia sixtie tocada con pasión y furia noventera para poner a tono al personal que poblaba el pequeño recinto, buscando sombra en las enormes oliveras o recostados en el fresco césped aledaño.

Qué buenos son Is.las, con su destilado del mejor indie rock de los últimos 30 años. Y qué maravilla verlos en ese escenario modernista, con la brisa mediterránea corriendo contra la calina mientras ves pasar por detrás de él los mástiles de los veleros. Los valencianos fardaron de melodías clásicas y de teclados y programaciones para ambientar su post punk actualizado. Inequívocamente modernos, rítmicos, ágiles y armónicos, pero también contundentes y enérgicos, usando la distorsión como un chorro de ruido ácido y penetrante. Consiguiendo el característico y difícil equilibrio entre oscuridad y luminosidad de la mejor escuela ochentera. «Casa rural», «Vete, llueve», «Rosas funerales» y el resto sonaron con ese plus de potencia que hace de sus conciertos una intensa experiencia.

Ya en el escenario grande, los muchos fans de De Pedro disfrutaron de la actuación de su soberbia banda, y corearon emocionados «Nubes de papel». Su tranquila mezcla de ritmos latinos y soul electroacústico con connotaciones étnicas tiene una gran acogida, y nos dieron el necesario momento de relajo antes de afrontar la parte más rockera del evento.

Derby Motoreta’s Burrito Kachimba arrollaron con su sonido pesado y oscuramente psicodélico, macizo, típicamente Gibson, pero matizado con efectos lisérgicos, orientalistas y aflamencados. Había expectación por ese concierto, para ver como los andaluces fusionan tradiciones tan dispares como el proto heavy de los Zeppelin o los Sabbath con el rock sureño de Smash o Triana. En mi opinión no consiguieron trasladar al escenario el envolvente y cuidado sonido de sus discos y estuvieron algo dispersos y aburridos en algunos de sus etéreos y largos desarrollos.

Mucho más directa y divertida fue la actuación de Carolina Durante. Obviamente su vibrante punk rock lo permite y su minimalista y desenfadada puesta en escena conectó inmediatamente con el público que se agolpaba en las primeras filas, buscando el contacto, empujándose en el pogo después de esta temporada en el infierno en la que hemos contemplado desde una silla este tipo de dinámicos shows. Cumplieron con creces, pero yo creo que rinden más al calor de una sala bien abarrotada. Ya llegará ese día, pero en la noche del sábado nos hicieron disfrutar frenéticamente con himnos de la talla de «Cayetano», «El año» o «Joder, no sé».

El cierre corrió a cargo de León Benavente y su impecable maestría para relatar los fracasos, miedos e inquietudes de la mayoría de cuarentones que, con niños o sin ellos, gozaron del estilo culto pero accesible de este fabuloso combo de músicos bien curtidos. Una banda maravillosa que, a mi parecer, refleja perfectamente el espíritu de este festival que, incluso con la lluvia del viernes, supo a gloria bendita.