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Los héroes olvidados de las Germanías

«La revuelta fue un preludio de la Revolución Francesa. Con una diferencia: la de Francia triunfó y la del Reino de València, no»

Enric Rogal, autor de 'Héroes'. M. A. Montesinos

Eric Rogal es el seudónimo como escritor de Enrique Rodríguez Galdeano, andaluz criado en Cataluña y profesor durante más de 15 años en varios institutos de València, Sueca o Tavernes Blanques. Catedrático, licenciado en Filosofía y Derecho y doctor en Filología, Rogal ha escrito una veintena de novelas, las últimas de las cuales están relacionadas con la historia valenciana.

En 2011 dedicó ‘Hecatombe’ a la expulsión de los moriscos y hoy a las 19.00 horas presenta en El Corte Inglés de la Calle Colón ‘Héroes’ (Sar Alejandría Ediciones), una novela sobre el levantamiento de las Germanías, un acontecimiento del que el pasado año se cumplió el 500 aniversario y que, tal como señala el autor, cambió (para mal) la historia del antiguo Reino de València. «Las Germanías representan un preludio de la Revolución Francesa -asegura-. Con una diferencia obvia y muy evidente: que la de Francia triunfó y la de València, no».

Pese a esta trascendencia histórica, la revuelta de los «agermanats» -los gremios, menestrales y las clases populares valencianas-, contra la nobleza y los «ciudadanos honrados», es poco conocida en el siglo XXI. «El ‘meninfotisme’ es un vicio bastante general en esta comunidad -asevera Rogal-. La gente pasa cien veces por la Gran Vía Germanías y no se interesa ni por preguntar qué significa eso…».

Así las cosas, y a consecuencia de la educación histórica impartida durante décadas y a varias obras populares como el reciente «bestseller» ‘Castellano’ de Lorenzo Silva, quizá a muchos les suenen más las hazañas de Padilla, Bravo y Maldonado, líderes de la revuelta comunera, que las de Juan Llorens, Guillem Sorolla o Vicent Peris, dirigentes del levantamiento valenciano.

Dos culturas enfrentadas

«El pueblo valenciano se interesa más por lo ajeno que por lo propio -insiste el autor de ‘Héroes’-. No ha llegado nunca a tomar conciencia colectiva de los grandes valores que atesora su Historia por culpa de ese dualismo radical de la sociedad valenciana que empezó a palparse a primeros de los años 80». «Aquí hay dos culturas, valenciana y castellana, muy diferentes en bastantes aspectos y que no han llegado a fraguar y hacer una buena soldadura orgullosa de sí misma. Es como si estuviesen de una parte los nietos del Cid y de la otra los nietos de Jaume I», añade.

El libro de Rogal -un 70 % basado en hecho históricos y un 30 % en la imaginación del autor porque, si no, dice, «sería una crónica y no una novela»-, sigue el hilo de los acontecimientos que se desataron en el Reino de València cuando la Junta de los Trece, formada por representantes de los gremios -armados con permiso del rey para combatir a los berberiscos-, toma en 1520 el poder del «cap i casal».

El joven emperador Carlos V nombró virrey a Diego Hurtado de Mendoza para combatir el levantamiento que se iba extendiendo por casi todo el reino. Pese a que los «agermanats» se negaron a cumplir las condiciones impuestas por el Rey para evitar un enfrentamiento -entre ellas, disolver la Junta de los Trece y entregar las armas-, Rogal considera que las Germanías no se revelaron contra la monarquía española sino exclusivamente contra la nobleza y la alta burguesía del Reino: «Yo no veo en ello esquizofrenia, sino la sabiduría de un Juan Llorens, consciente de que contra el poderío de un emperador no podían luchar con las armas».

Pero 1521 los «agermanats» abrieron dos frentes contra las tropas del virrey: uno en las comarcas del norte, en el que la rebelión fue derrotada por el Duque de Segorbe, y otra en las del sur, donde las Germanías lograron tomar el castillo de Xàtiva y vencer en la batalla de Gandia a los realistas.

Estos contaban en sus filas con soldados andaluces, murcianos y castellanos. Pese a ello, Rogal no considera que el enfrentamiento con los valencianos tuviese un componente especialmente identitario. «En esos siglos de los Austrias los diversos reinos se comunicaban poco entre ellos; vivían bastante cerrados en sí mismos y hasta tenían sus propias fronteras -justifica-. Pero el punto en que sí se revolvían y salía a relucir más su identidad era en el trato desigual recibido por parte del Rey».

El escritor pone un ejemplo de este maltrato: «A finales de 1519 València estaba muy dolida porque el joven Rey Carlos I había jurado Cortes en Castilla, Aragón y Barcelona, pero no aquí... La excusa del Rey fue la peste que en la primera mitad de ese año asoló la ciudad».

Las disputas internas dentro del bando «agermanat», los desmanes como el bautismo forzoso de los moriscos y las derrotas como la de la Batalla de Orihuela llevaron a que las principales ciudades del Reino que habían apoyado el levantamiento fueran pasando de nuevo a manos de los realistas.

La leyenda de l’Encobert

La revuelta solo resistió en Xàtiva, Alzira y l’Horta de València, donde se vivió un rebrote gracias al misterioso personaje de l’Encobert. «Bueno, en realidad hubo varios 'encoberts' -aclara Eric Rogal-. El primero, que es el más famoso, la leyenda nos dice que podía ser un hijo bastardo del propio Rey Católico, Fernando II, o de su hijo Carlos, que murió prematuramente de forma muy extraña».

«Pero para mí -añade el novelista-, l’Encobert no es más que un aventurero, con don de palabra y valentía, al que se rodeó de mucha leyenda, pese a que fue tan efímero su paso por las Germanías: le tendieron una emboscada y murió asesinado en Burjassot en mayo de 1522».

Tras la caída de Xàtiva y Alzira, Diego de Mendoza fue sustituido por la Virreina Germana de Foix, que había sido segunda esposa de Fernando el Católico y que, tal como señala Rogal, «se dedicó a perseguir y ejecutar de modo sanguinario a todos los que habían estado implicados en las Germanías».

En 1524 «ya no queda ni un rescoldo de la gran hoguera que representó para València la revuelta», concluye el autor de ‘Héroes’, para quien, sin duda, la derrota de los «agermanats» fue una derrota para todos los valencianos.

«Los gremios y artistas tenían toda la razón del mundo en sus protestas, porque no pintaban nada en el gobierno del Reino pese a representar al menos el 60 por ciento de toda la población -explica-. Pero como tantas veces en la Historia, se impuso la fuerza sobre la razón; y entre la pérdida de miles de vidas humanas, el retroceso económico que se produjo para varias décadas y las injusticias a las que antes hice referencia, yo francamente creo que el Reino de València salió perdiendo».

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