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Carlos Marzal: "La moda literaria de la queja permanente y la revancha no va conmigo"

"Estaba escribiendo el libro cuando Antonio Cabrera tropezó en mi casa y tras el accidente pensé que algún día tendría que contar lo que pasó"

Carlos Marzal (València, 1961), arriba del Jardín del Turia y con el campo del Club Deportivo Serranos de fondo. | MIGUEL ÁNGEL MONTESINOS

Publica ‘Nunca fuimos más felices’ (Tusquets). El escritor valenciano hace una declaración de amor a los hijos, al amor, a la literatura, al arte y a las cosas que más le interesan. Un libro que es un diario narrativo que, con la excusa de su confesable pasión futbolera, repasa ese tiempo donde todos somos felices.

¿La vida es fútbol?

La vida sin fútbol sería mucho más aburrida.

El libro está estructurado como un partido, primera parte, segunda y la prórroga.

El fútbol es una gran metáfora del mundo. En un mismo instante hay millones de personas pensando, viviendo, hablando, leyendo y escuchando fútbol. Hay una gran energía mental alrededor de ese universo.

¿Tenía decidido escribirlo antes del accidente de su amigo Antonio Cabrera?

Estaba escribiendo el libro ya, pero después del accidente de Antonio pensé que algún día tendría que contar lo que pasó.

No lo había contado nunca.

No, incluso había hablado muy poco.

¿Le ha costado?

Tardamos muchos meses en volver a Serra y salir al patio donde ocurrió todo. Fue un acontecimiento tan cruel en un momento donde a Antonio todo le iba bien, se habían comprado una casa en Medina-Sidonia y estaba teniendo el mérito literario que se merecía. Todo se vio truncado en un instante por un tropiezo y un golpe contra una pared.

Salvando esas páginas de la tragedia de Antonio Cabrera, el libro transpira buen rollo.

Soy un huésped agradecido del mundo y quiero transmitir la idea que la vida merece ser vivida a pesar de las tristezas y la derrotas. La amistad, el amor y el arte hacen que el mundo sea un lugar interesante.

Después de leerlo sigo sin saber en qué posición jugaba.

Jugué en varias posiciones. De lateral derecho siendo muy joven y luego me fueron colocando en el centro del campo. Nunca fui demasiado técnico, mi hijo es muchísimo mejor que yo.

¿Ha vuelto a Los Silos?

En varias ocasiones con los compañeros que jugábamos entonces en el Burjassot, y también para ver partidos de mi hijo.

Hay que pasar muchas páginas para saber que su ídolo fue Valdez.

Óscar Rubén Váldez fue uno de los ídolos de mi infancia, siempre me pareció un genio.

¿Sabe que tiene alzhéimer?

Lo sé. Una vez comí en su casa con él y con Felman.

¿Los padres proyectan sus frustraciones a los hijos?

Proyectamos todo. Sueños, ambiciones y frustraciones, pero no hay que exagerar, porque un padre debe proveer a sus hijos de las posibilidades para ser feliz.

Escribe que lo peor del fútbol base son los padres.

He visto padres enloquecidos y otros sacrificadísimos, que incluso hacían dos horas y media de ida y otras dos horas y media de vuelta para llevar a sus hijos a entrenar. Todo el mundo debería tener un padre dispuesto a hacer eso por el sueño de su hijo.

¿Es muy elegante con los padres más fanáticos?

Procuro no ser ofensivo con nadie. El hábito de molestar que prolifera en cierto tipo de escritores no va conmigo. Hay una moda literaria de la queja permanente y la revancha que no va conmigo.

¿Sigue en contacto con Juan Mata, el único futbolista que vi con un libro?

Le he perdido un poco la pista, pero la noche que ganamos el Mundial le puse un wasap de felicitación y me contestó.

¿’Nunca fuimos más felices’ significa que se dedicará más a la narrativa que a la poesía?

Llevaba doce años sin escribir un solo poema y en este último año he escrito un libro de poemas que será lo próximo que publique. Tengo una novela parada, y sigo escribiendo aforismos. Tengo muchos proyectos

Fue uno de los más próximos a Francisco Brines. ¿Cómo hay que recordarlo?

Como uno de los grandes poetas de la Generación del 50 que mantiene la llama de la mejor poesía española.

Supongo que también hablaban de fútbol.

Paco era un espectador ilustrado, lo más alejado del forofismo.

Su padre era más taurino y nunca le llevó al fútbol.

Nunca fue al fútbol, ni a verme cuando yo jugaba.

¿Quién le llevaba a Mestalla?

Mi abuelo materno era muy futbolero. Era un militar degrado, fue el director de la fábrica de armas de Toledo durante la República, aunque no era republicano. Cuando terminó la guerra estuvo en la cárcel.

Ahora los jóvenes no aguantan un partido por televisión.

Es curioso, pero es verdad. La velocidad del mundo actual está limitando la capacidad de concentración de la gente.

¿Qué ha dicho su hijo del libro?

Lo está leyendo, al ritmo de un chaval de 15 años.

Hace tiempo que no escucho aquello de que «el fútbol es el opio del pueblo».

Quién ha jugado en la infancia ama eternamente el fútbol. Los espectadores mantenemos nuestra infancia viva a través del fútbol. La gente que va al campo, aunque no lo sepa, intenta sobrevivirse como niño.

Por eso hay que ir al campo.

Es un ritual que une como una argamasa sentimental del universo. ¿Cómo no iba a ser un tema importante de la literatura?

¿Ha sido feliz escribiéndolo?

Es el libro que más he disfrutado mientras lo escribía y el que más ilusión me ha hecho publicar.

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