“¡Ha muerto Nelson Freire!” La inesperada noticia corrió como la pólvora la tarde del lunes en el universo pianístico. No solo por la admiración que despertaba su pianismo de altos quilates y hondas emociones, sino sobre todo por la calidad humana y afectuosa de un artista que antepuso, ante todo, frente al éxito y la rutina egocéntrica del aplauso, un sentido de la vida cálido y templado, no ajeno a su origen brasileño. Su cuerpo inerte fue encontrado en su residencia brasileña de Río de Janeiro, en el número 14 de la rua José Pancetti, en la madrugada del lunes. Era un grandísimo pianista, pero, sobre todo, y más importante aún, una maravillosa persona.

Pronto comenzó a correr por las redes de internet la noticia, sin confirmación oficial, de que su muerte se produjo por suicidio. Tenía 77 años, y desde noviembre 2019 andaba convaleciente, a raíz de una fractura que luego se complicó, y de cuyas consecuencias no llegó nunca a recuperarse plenamente. Precisamente, el pasado 20 de mayo tenía que haber actuado, junto a la Orquestra de València, en el Palau de les Arts, pero se vio obligado a cancelar a consecuencia de estas dolencias. Le sustituyó entonces el ucraniano Vadim Kholodenko, con el Primer concierto para piano y orquesta de Rajmáninov, el mismo que él tenía que haber tocado.

Pero esta actuación truncada en absoluta hubiera sido la primera en València. Su pianismo natural y perfecto, comunicativo y virtuoso sin gratuidad, frecuentó el Palau de la Música, como cuando el 29 de enero de 2012 tocó en la Sala Iturbi la Balada para piano y orquesta de Debussy junto a la Sinfónica de Londres y Michael Tilson Thomas. Su última actuación en València fue el 15 de febrero de 2018, cuando tocó el Segundo concierto para piano y orquesta de Brahms acompañado conjuntamente por una orquesta mixta integrada por miembros del Marinski de San Petersburgo y de la propia Orquestra de València, todos dirigidos por Valeri Guérguiev.

“Brindó Freire”, publicó entonces Levante-EMV, “una versión de calado, a pesar de un pianismo ligero, sobrado y de una fluidez que parecía contravenir las densidades e intensidades armónicas y estéticas del ciclópeo concierto. El sonido inmenso, la perfección técnica y la autoridad pianística de la versión remiten al artista de primera que siempre ha sido”. Su personalidad pausada, modesta y nada ambiciosa de oropeles y halagos, era incompatible con el estrépito que exige la vida del moderno concertista: de avión en avión, de hotel en hotel y del tiro porque me toca. Era un artista, un pianista, chapado a la antigua, y al mismo tiempo, avanzado a su tiempo. Único. También su sonido, natural y diáfano, tenía sello propio. Nelson Freire podía ser cualquier cosa menos un cliché.

Brasileño como Ricardo Castro, João Carlos Martins, Guiomar Novaes, Cristina Ortiz y Magda Tagliaferro; latinoamericano como Claudio Arrau, Martha Argerich, Bruno Leonardo Gelber, Teresa Carreño, Jorge Bolet, Horacio Gutiérrez o Daniel Barenboim, Nelson Freire había nacido en 1944, y estudió en su país con Nise Obino y Lúcia Branco. En 1957 tocó con doce años el Concierto Emperador de Beethoven en el Concurso de Río de Janeiro ante un tribunal en el que figuraban Lili Kraus, Marguerite Long y Guiomar Novaes.

Fueron precisamente estas tres grandes damas del piano del siglo XX las que se percataron al instante del genio del pequeño Nelson, y recomendaron a sus padres que lo enviaron a Viena para estudiar con Bruno Seidlhofer (maestro también de Martha Argerich, Friedrich Gulda y luego de Rudolf Buchbinder), y cuya esposa era, además, brasileña. En 1964, ganó el Primer Premio en el Concurso Vianna da Motta en Lisboa, y también recibió la Medalla Lipatti y la Medalla Harriet Cohen en Londres, distinción que comparte con otro gran pianista de características y sentires muy comunes, el extremeño Esteban Sánchez.

Fue un pianista comunicativo y caluroso, que rehuía cualquier alarde virtuosístico para polarizar la atención en la verdad de la música. Sus grabaciones chopinianas, que incluyen todos los estudios, scherzos, nocturnos, Barcarola y las sonatas Segunda y Tercera, como sus registros de Brahms, incluida la Tercera sonata y los dos concierto con Riccardo Chailly y la Gewandhaus de Leipzig, Beethoven, Liszt (incluidos los dos conciertos para piano), sonatas y conciertos de Beethoven, o las músicas de su paisano Villa-Lobos son hitos en la discografía de su tiempo.

Como también sus antiguos registros del Carnaval opus 9 de Schumann o de los Cuatro impromptus opus 90 de Schubert, que delatan a un artista pleno, de sinceridad contagiosa y dotado de un estilo natural y al mismo tiempo fiel a la tradición. Inolvidables son también sus recitales y grabaciones a dos pianos o cuatro manos con su íntima amiga y vieja compañera de estudios Martha Argerich.

Nelson Freire, ha sido uno de los artistas más queridos, admirados y respetados de su tiempo. Queda el recuerdo imborrable de su vida, moderada, entrañable y ejemplar, y, sobre todo, unas grabaciones discográficas que son un legado imprescindible para que próximas generaciones conozcan, aprendan y disfruten de un pianismo atemporal que aúna tradición, personalidad y una expresividad abierta y sin dobleces, tan luminosa y transparente como la mirada de sus pequeños ojos hoy definitivamente cerrados.