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Bienvenidos a 1984

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Festival de les Arts 2021 en València F.Calabuig/E.Ripoll

El Festival de Les Arts es un sitio estupendo al que acudir para divertirse. Lo avisaban desde el primer momento. El evento nació con voluntad de integrar música, diseño y gastronomía en un entorno amigable incluso para aquellos que deciden acudir con su prole. En la zona destinada a tal efecto, los nanos pudieron jugar, leer, pintar y explorar al sol bajo la mirada encantada de sus mayores que, con un mínimo equipamiento, pudieron disfrutar de los conciertos y del ambiente hasta pasada la medianoche. Mola ver chiquillos en estos sitios. Y, además, para ser un festival, se come fenomenalmente bien. Hamburguesas de diseño, falafel gourmet, bocadillos de orden, suculentas pizzas y un garito de kebabs en el que ocho o diez inmensos tarugos de carne giraban hipnóticamente como si fueran derviches. Todo un éxito de asistencia y organización, sería estúpido negarlo.

En el aspecto artístico la cosa pinta peor. Que bien entrado el siglo XXI tenga que venir Alaska a levantar el ánimo del personal con una canción de 1984 dice poco de la escena musical que festivales como este reflejan. Parece que para este viaje no necesitábamos alforjas, pero que nos quiten lo que nos hemos reído por el camino, desde la movida hasta el trap pasando por aquella revolución indie que ahora sólo parece servir para que los viejos nos pongamos alguna medalla de vez en cuando delante de chavales que podrían ser nuestros hijos.

El sábado, los Sexy Zebras pusieron el rock and roll, eso que hace siglos parecía ser la coartada moral para montar estos tinglados. Actitud punk, electricidad arrolladora, riffs robados a la carretera, a los Zeppelin y a los Sabbath y un ácido sentido del humor en unas canciones que hablan de sexo, drogas y diversión. Lo que yo recordaba como el rock, vaya. Tres mendas con un par de amplis que expelían aromas a garaje crudo, rítmico y, en alguna ocasión, a psicodelia pesada y oscura. «Jaleo», «Tonterías», «Marte», «Canción de mierda» o «Quiero follar contigo» me supieron a gloria.

La M.O.D.A. son buenísimos, no hay duda. Su mezcla de folk, hillbilly y soul remiten a los Pogues y a los Dexy’s Midnight Runners, pero me dio la sensación de que su show no conseguía arrancar o conectar con el gentío como ellos saben hacerlo. Quizá estuvieron algo lentos, cosa que no impidió que demostraran cómo se puede poner a botar al personal sin maquinitas ni trucos escénicos. Dieron una lección con «Los hijos de Johnny Cash», «Vasos vacíos», «Catedrales» o «Hay un fuego». El tontipop de Veintiuno y La La Love you, mal, entre Parchís y los Pitufos Makineros. No sé si llevaban autotune o una bala de helio. Y pensar que de adolescente se burlaban de mí porque me gustaban Family.

Y, claro, Fangoria. ¡Feliz 1984! Pero no el de Orwell, no. El de las verbenas, que ahora se recuperan y dignifican. El de los quinquis, el chándal y el caballo, que también. El del tecnopop bailongo con profusión de hombreras, mullets y brillos. ¿No había más artistas en España que se prestaran a encabezar el cartel? Pues ahí tenían a la incombustible diva, protagonizando una triste pero beneficiosa (para todos, imagino) regresión a una época en la que la gran mayoría de los asistentes al festival no había nacido. Una actuación que sólo consiguió apasionar con las mismas y estupendas canciones de siempre, adaptadas a los nuevos tiempos, como «Ni tú ni nadie», «A quién le importa» o la bendita, pero ignota para muchos, «Perlas ensangrentadas». Añejas obras maestras que sacaron del trance a una peña que comenzó agitándose cautelosa y, mientras se disparaban los fuegos artificiales como en una nochevieja de hace treinta y cinco años, acabó dando vueltas sobre sí misma. Ay, los kebabs, esos sí que estuvieron girando calentitos toda la velada.

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