Que el director de orquesta Vicente Balaguer no es Carlos Kleiber ni Claudio Abbado, lo sabe él, el público y hasta este crítico. Y precisamente esta obviedad marca el valor del violinista y director de orquesta benaguasiler, miembro de una dinastía rica en instrumentistas de relieve. El viernes, en su actuación al frente de un selecto conjunto de cuerdas de la Orquestra de València, Vicente Balaguer tuvo la cualidad de dirigir como es, sin pretender otra cosa que hacer buena música. Conoce los entresijos de la orquesta, el arte de las cuerdas, y goza de esa temprana madurez en la que las ambiciones comienzan a tornarse realidades y disfrute.

Como tantos otros grandes del violín, Balaguer no ha evitado la tentación de saltar al podio. Por fortuna, en su caso, más que un violinista que dirige, es, sencillamente, un músico que hace música con otros músicos. Nada más. ¡Ni nada menos! Dirigió con naturalidad, efectiva sencillez y ajeno a cualquier grandilocuencia o impostación. Con el conocimiento riguroso de los instrumentos que tenía ante sí. Y de los propios instrumentistas, que fueron sus compañeros durante los largos años que fue solista de violines primeros de la Orquestra de València.

Dirigió haciendo música de verdad. Sin palabrería ni impostados aspavientos. Así, limpia, bien calibrada y siempre fiel a la pauta del pentagrama sonó la ‘Serenata para cuerdas’ de Elgar que abrió el programa, en la que se lució su ex compañera de atril y concertino Anabel García del Castillo. Fue el preludio del anodino Dúo para dos contrabajos y orquesta de cuerdas ‘Passione amorosa’, página de alto virtuosismo de Giovanni Bottesini pensada más para el brillo de los solistas que para ahondar en místicas honduras. En esta ocasión, se escuchó en versión para violonchelo y contrabajo, con la chelista Marina Sanchis y el contrabajista de la OV Frank Roche como diestros y bien avenidos solistas.

Cerró el programa una impecable y pulida versión de la ‘Sinfonía simple’ de Britten, obra maestra que Vicente Balaguer planteó con esa claridad, conocimiento instrumental y fuste expresivo que siempre ha distinguido su impecable trayectoria con el violín. Calibró con polícroma visión los cuatro movimientos y los ocho motivos en que Britten sustenta su temprana y camerística sinfonía. Vicente Balaguer y sus ex compañeros de la Orquestra de València, maestro y profesores, se recrearon en las resonancias barrocas del tiempo inicial, matizaron con precisión el juguetón pizzicato del segundo movimiento, no sumaron almíbar a la «sentimental» zarabanda ni tampoco vacilaron al subrayar la vibrante brillantez del movimiento final. Mucho público y muchos merecidos aplausos, que propiciaron que la noche se cerrara con la guinda de la siempre bienvenida música de López-Chavarri, con la más que hermosa canción que abre sus Acuarelas valencianas.