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Crítica

Temperamento y medios

Temperamento y medios

Retornó el violonchelista Ivan Balaguer al ciclo de cámara que el cerrado Palau de la Música desarrolla en su sede prestada de L’Almudí, en pleno centro histórico de València. En esta ocasión, el solista de la Orquestra de València ha vuelto para recrear un programa que, en su día, hace ya muchas décadas, ofrecieron Gaspar Cassadó y el pianista valenciano José Iturbi. Un programa breve, pero sin respiro, centrado en la romántica y poco straussiana Sonata para violonchelo que el joven Richard Strauss, de tan solo 19 años, compone en 1883 para el renombrado violonchelista checo Hanuš Wihan, destinatario igualmente del Concierto para violonchelo de Dvořák.

Lejos aún de su propio e inconfundible lenguaje, el Strauss de la sonata para violonchelo y piano recuerda más a Schumann y Brahms que a sí mismo. La escritura extravertidamente romántica y apasionada de sus tres movimientos requiere dos solistas de temperamento y medios. Ivan Balaguer posee ambas cualidades, que fueron base de una encendida y fogosa versión, que, sin embargo, no encontró correspondencia en el piano recatado de Irene Renart, quien se las vio y deseó en el intento infructuoso de calibrar desde el teclado el fulgor romántico de un pianismo que es cómplice y copartícipe, pero nunca acompañante, del violonchelo.

De poco sirvió que Ivan Balaguer tratara de calibrar y plegar su sonoridad a la de un pianismo bienintencionado, sí, pero al que sobró pedal y faltó claridad, limpieza, virtuosismo, empaque y protagonismo. Más que un dúo, lo que se escuchó fueron dos músicos desiguales, descompensados técnicamente y de muy distintas ambiciones artísticas. Muy alejado, evidentemente, de lo que debió de ser la colaboración de dos grandes como Iturbi y Cassadó en esta misma obra. Tras el brillante Finale de la sonata, Balaguer compartió generosamente con su acompañante los muchos aplausos y bravos de un público tan numeroso como entusiasta y generoso.

Menos adversas resultaron las carencias del piano en las dos obras españolas que completaron el programa. Balaguer cantó y contó con intensidad romántica y pasión popular la maravilla del intermedio de Goyescas de Granados, en el feliz arreglo violonchelístico de Cassadó, cuyos Requiebros supusieron punto final de este desequilibrado recital en el que las cuatro sonoras cuerdas del violonchelo de Balaguer se impusieron a las tímidas 88 cuerdas de un piano corto de brío y prestancia.

Como regalo, llegó la Serenata para violonchelo y piano que Cassadó compuso en 1925, y cuya interpretación Balaguer quiso dedicar a quien fue su primer maestro, Fernando Badía, discípulo él mismo de Cassadó. «Cuando la quise tocar, siendo yo muy pequeñito», contó al público, «don Fernando me dijo que la Serenata era ‘todavía demasiado difícil para mí’. Ahora ya no está entre nosotros, pero espero que, esté donde esté, la pueda escuchar». Fernando Badía, que murió en diciembre de 2014, con 77 años, se hubiera sentido hoy contento y orgulloso de su discípulo.

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