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MÚSICA CRÍTICA

Un acontecimiento

Un avvertimento Ai Gelosi

Uno de los nombres máximos de la música española es el sevillano Manuel García (1775-1832). No solo por su figura capital como cantante y forjador de una escuela y modo de canto que pervive aún hoy, dos siglos después de su muerte, sino también por su labor decisiva en la difusión de la ópera -fueron él y Lorenzo Da Ponte quienes la introdujeron en América, Estados Unidos incluido-, por su actividad como promotor, y por ser cabeza de una saga de grandes personajes de la lírica y de la cultura. Hijas suyas fueron María Malibrán y Paulina Viardot; su hijo, el también cantante Manuel Patricio García, creó un fundamental tratado de canto y fuel el inventor del laringoscopio.

Manuel García fue también un prolífico e inspirado compositor, autor de innumerables canciones y tonadillas de concierto, óperas y pequeñas óperas y farsas, cinco de ellas nacidas para ser interpretadas en su propia escuela de música, en París. Precisamente éste es el origen de la farsa ‘Un avvertimento ai gelosi’ (Una advertencia a los celosos), ahora estrenada en el Teatre Martín i Soler del Palau de les Arts, en un montaje firmado escénicamente por Bárbara Lluc y musicalmente por el pianista Rubén Fernández Aguirre, que dirigió la representación desde el teclado.

La representación fue un acontecimiento, al suponer el estreno moderno en versión escenificada de esta obra moralizante, divertida y cargada de buenas y hermosas melodías. El espectáculo se mueve en un coherente y bien calibrado nivel artístico. Los cantantes del Centre de Perfeccionament se desenvuelven y cantan con solvencia, desparpajo y hasta brillantez en una escena en ocasiones abigarrada en la que sobra todo lo que se ha añadido, incluida la algarabía inicial del supuesto ensayo general, que no hace sino desconcertar al público y violentar la frontera entre realidad y espectáculo. La escueta escenografía de Daniel Bianco es efectiva dentro de su modestia: apenas una cortinilla, un camastro, unos sillones y poco más. La iluminación de Nadia García da cierto lustre al espectáculo, como también el divertido vestuario ad hoc de Clara Peluffo.

Muy ducho en estas lides, el pianista y aquí también maestro Rubén Fernández Aguirre aportó chispa, ritmo, matices, agilidad y sentido a la pequeña farsa. Apoyó a los cantantes y les dio espacio y colchón sonoro para que se explayaran en el característico melodismo de Manuel García, tan arraigado en su tiempo italianizado. La pizpireta Sandrina de la soprano mexicana Rosa María Dávila comenzó con la voz opaca, empañada, casi bloqueada, quizá nerviosa. Por fortuna, muy pronto se resarció para cuajar una encarnación brillante musical y escénicamente, tanto en sus intervenciones en solitario como junto a los demás personajes, su tontorrón marido el celoso Berto, y los enamorados Conde de Ripaverde y su «pomposo» secretario Don Fabio.

El barítono rondeño Marcelo Solís fue el encargado de dar vida a un bien cantado Berto que parece primo hermano del inocente Masetto mozartiano. Fue perfectamente compensado por el también barítono Carlos Fernando Reynoso, convertido en un divertido y lascivo Don Fabio. Laura Orueta como Ernesta y Xavier Hetherington (Menico) completaron el adecuado reparto, en cuya selección y preparación se siente la mano sabedora y competente de María Bayo, responsable del Centre de Perfeccionament «ex Plácido Domingo».

Una delicia. Lástima que la respuesta del público -medio aforo- no haya sido lo numerosa que la importancia del estreno merecía. Aún quedan las funciones de los días 15, 18 y 20 para no perderse el acontecimiento.

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