Los de Spotify han enviado un informe con las preferencias musicales que hemos mostrado a lo largo de 2021. Yo sostengo que esto es un regalo para analizarnos y comprendernos mejor, porque creo que una playlist es la fotografía de una persona en un momento determinado. O de un país. Así que les cuento, desde el respeto y sin la intención de ofender a nadie, las conclusiones que extraigo de dicho estudio.

Abundan nombres como C. Tangana, Bad Bunny y Omar Montes, corroborando que los usuarios de esta plataforma son jóvenes disfrutones y despreocupados, que manifiestan tener un brillante porvenir en cada conversación que interceptas en el autobús, en un botellón o en las inmediaciones de la discoteca de moda. Nuestra juventud, en su vertiente masculina a tenor del Top 5 que nos ocupa, anhela tener un vocoder en la garganta, conducir superdeportivos, mover sus musculados cuerpos bajo el sol del caribe o los neones de Las Vegas, vestir ropa escandalosa de marcas impronunciables, e hincharse a follar, beber y drogarse. Y, en una alucinante pirueta que secaría los cerebros de Marx y Weber, conseguirlo sin trabajar, solo con su piquito de oro. Señoras y señores, nuestros chicos aspiran a ser Paquirrín.

El tema más oído en nuestro país en 2021 fue «Todo de ti» de Rauw Alejandro. Durante veinte segundos casi me engañan con ese ritmo funk de soul moderno. Nasti. Parón dramático con la misma carga emocional que uno de los adoquines que no rompieron nada en mayo del 68. En un idioma que en tiempos pudo ser castellano, este dechado de dicción amontona infinitivos al final de cada verso para contarnos, envuelto en un horripilante autotune, cómo le iba a dar bambú a su chica. O algo así.

La segunda canción más escuchada en España es «Pareja del año», de Sebastián Yatra con Mike Towers. Aquí los gachós pasan de los culteranismos de su colega, que se encerró temerariamente durante tres minutos con toda una conjugación verbal, achicando su espacio creativo, obligándose a dar su mejor versión. Ahora, simplificando, nuestros héroes se ponen a rimar en condicional, modo que invariablemente contiene la terminación «ía», apuntando al infinito como techo de sus rimas asonantes. Qué arte, bro.

Las otras tres que llenan el vertedero, digo que completan la lista, se las ahorro. Más de lo mismo. Reguetón vulgar, patadas al diccionario y a la gramática, ritmos trillados, melodías manoseadas, estructuras repetitivas e intercambiables, mensajes vergonzantes por su simplicidad dialéctica, su materialismo consumista o su imbecilidad filosófica. Si existe una música latina de baile con calidad, no es esta basura sin originalidad, ni valor artístico, ni personalidad, ni respeto por un legado de salsa, cumbia, reggae o hip-hop. Y la caricatura más o menos sangrante la hacemos, no se equivoquen, desde la desolación, el llanto y la rabia de ver nuestra sociedad convertida en el satélite de unos suburbios estéticos sin nada que ofrecer, excepto una fórmula alienante. Les confieso que después de escuchar el informe de Spotify, me siento peor persona, peor ciudadano. Pero tampoco quiero poner palos en las ruedas de nuestro futuro. Si nos vamos a convertir en el bar de Europa, necesitaremos esta banda sonora.