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MÚSICA CRÍTICA

Decepcionante sin paliativos

Cómo puede cambiar todo en apenas una semana! Si el pasado día 22 Alexander Liebreich y su Orquestra de València firmaban en el Palau de les Arts el que quizá haya sido el mejor concierto de los últimos años, el miércoles los mismos músicos y maestro despidieron el año en el Teatro Principal con una actuación decepcionante sin paliativos. La Orquestra de València no fue ni sombra de lo que había sido solo siete días antes. Tampoco Liebreich, artista templado y con tablas, pero que, en esta ocasión, sin dejar de asomar su clase y honorabilidad profesional, estuvo muy lejos del maestro consumado que es, particularmente ante una lectura de El lago de los cisnes de Chaikovski más visceral y epidérmica que profunda o matizada.

El programa, muy equivocado, tampoco invitaba a la inspiración. Un indigesto popurrí gazpachero, quizá pretendidamente popular, que mezclaba sin argumentos a Mozart, Rossini y Chaikovski, con el error de bulto -además- de poner a la soprano Núria Rial (1975) a cantar nada menos que el aria de Corinna (la de Rossini, no la «entrañable» de los 65 milloncejos de euros) de El viaje a Reims, que entonó acompañada exclusivamente por el arpa. La Rial, tan buena artista en su entorno natural de la música antigua, estuvo ante el universo diferente y único de Rossini cursi, amanerada hasta el empalago, además de fuera de estilo y vocalidad. Fue un dislate que ni ella ni los programadores del concierto jamás debieron cometer, ni siquiera imaginar. Es como si a la directora del periódico se le ocurriera mandar a este crítico a la sección de Deportes.

Tampoco la soprano manresana, que bien podría haber cantado ostensiblemente mejor algún aria de ópera del valenciano Martín i Soler (por ejemplo), se mostró poco mozartiana en el aria de Pamina, de La flauta mágica, que afrontó con la misma afectación que el equivocado Rossini (también se atrevió con el dueto de Nanetta y Giannetto de La gazza ladra), y con evidentes problemas vocales, particularmente en el registro agudo y en las coloraturas. La voz ha perdido la transparencia, frescura y brillo de antaño, cuando hace veinte años emocionaba en Sevilla con un Mozart de la Misa de la Coronación cuyo inolvidable y celestial «Agnus Dei» fue oro puro, o en Granada, también en 2001, con las Lamentaciones y piezas sacras de Francisco Courcelle.

En la miscelánea de programa hubo también espacio para el tenor austriaco Martin Mitterrutzner, quien cantó con discreta corrección el aria de Tamino de La flauta mágica y la de Narciso del rossiniano Il turco in Italia. Poco parece haber heredado de la magia expresiva de su maestra, la diosa Brigitte Fassbaender. Mitterrutzner sumó su voz de tenor lírico-ligero a la de la Rial en los duetos de La finta giardiniera y de La gazza ladra. Nada pasó, nada que reseñar.

El extraño programa, cuidadosamente ilustrado por las detalladas notas al programa de Joaquín Guzmán, comenzó con la Sinfonía Praga de Mozart, que recibió una versión en la que asomó, claro, el vivo y preciso mozartiano que habita en Liebreich, pero en la que ya se vislumbraron los muchos desajustes, imperfecciones y carencias instrumentales que iban a marcar la fallida tarde. En medio de los cuatro números de El lago de los cisnes que cerraron el programa, Alexander Liebreich se giró al público, para balbucear en voluntariosos español y valenciano, en nombre propio y el de la orquesta, los mejores deseos para estas fiestas y el nuevo año. Igualmente, para usted maestro, y para casi todos.

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