No sé si me da más agonía despedir un año o darle la bienvenida a otro. El de la resurrección de la música, 2021, fue tedioso y decepcionante, pero es que creo que 2022 va a ser directamente una mierda. Tampoco me viene de nuevas. Desde que cumples catorce años, todos lo son. Por cierto, la nochevieja aburridilla, imagino. Y eso que en la historia del rock las ha habido sonadas. Seguramente ninguna como la de 1977, en la que el punk demostró haber venido para quedarse, incluso a su pesar. En el Rainbow londinense se juntaron The Ramones, Generation X y los Rezillos. Qué tres patas para un banco. Otras nocheviejas vieron debutar a los Beach Boys, AC/DC, The Cars, Journey o la Band of Gipsys de Jimi Hendrix. Ya ven que en otras latitudes es tradición empezar el año cogiendo energías en un concierto. En la nuestra, además de las uvas asesinas, tenemos la de equivocarnos con los cuartos o babear por las carnes de tal o cual gracia televisiva.

Hablando de tradiciones, en el País Valenciano tenemos una muy bonita que, si va todo según lo previsto, se repetirá en 2022 por última vez: afearle a Serrat que hable en catalán y conminarle a que use el castellano. Este año podremos hacerlo en su gira de despedida. No se corten, a ver si el pobre se va a quedar con las ganas, y luego no hay arreglo. Será uno de los eventos clave de 2022, año que verá nacer el Diversity Festival, tan absurdamente heterogéneo, caro y transversal que si llega a nacer el 28 de diciembre todos hubiéramos reído la inocentada de mezclar a Iggy Pop, Armin van Buren, Nicky Nicole o Black Eyed Peas. Del futuro del Forever Fest, que barajaba nombres como Wilco, Madness o Marc Almond, nada se sabe. El Love to Rock, con Zahara, La La Love You y Xoel López es de todo menos roquero; mientras que FIB, Les Arts, SanSan y Low manejan unos carteles tan parecidos como desmotivadores. Y luego está el Visor Fest de mis amores y la maldición que arrastra desde 2019. Ojalá Murcia le dé más suerte que Benidorm.

Pese a lo que les pueda parecer, no quiero ser el tipo de «The New Year» de Death Cab for Cutie. Al contrario, este año me he propuesto ser menos cruel, cenizo y renegón. Pedir perdón más a menudo y prometer sólo lo que pueda cumplir. Es mi «New Year’s Resolution», que cantaban Otis Redding y Carla Thomas, una de esas canciones que me pongo estos días machaconamente, para remontar el ánimo. «This will be our year», hombre, me dicen los Zombies con su dulce mensaje de que el amor y las sonrisas cálidas se van a llevar la oscuridad y las preocupaciones. También escucho «New year’s day» de U2, pero en aquel remix americano de François Kevorkian, en el que casi no canta Bono y se puede medio bailar… Pues sí que empiezo bien el año, con una resaca monstruosa, fiebre y hablando de remezclas ochenteras de la banda irlandesa. Al final, mi buen propósito para 2022 va a ser no hacerle ni puto caso y esperar que pase cuanto antes.