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Crítica

Más o menos, más a menos

Más o menos, más a menos

La primera actuación en 2022 de la Orquesta de València y su titular Alexander Liebreich fue un concierto de más o menos, y de más a menos. Comenzó estupendamente, con una cuidada interpretación rica en sutilezas y destellos del Agnus Dei del armenio Tigrán Mansurián (1939), que se escuchaba con carácter de estreno en España en su versión con cuerdas, y a cuya excelencia contribuyó decisivamente el piano protagonista de Carlos Apellániz y el clarinete de José Vicente Herrera en el episodio último, ‘Miserere nobis’. Después, llegó una bien trabajada lectura de una selección de El sueño de una noche de verano, de Mendelssohn-Bartholdy, y finalmente, una borrosa y poco «fantástica» lectura del Don Quijote de Strauss, en la que el violín cervantino del concertino, Enrique Palomares, voló más alto que el Don Quijote sin espuelas, pero zapatos de kilométricas agujas, de la violonchelista doña Amanda Forsyth, y que el apurado Sancho Panza entonado por la viola de Pinchas Zukerman.

Richard Strauss subtitula su poema sinfónico Don Quijote, como «variaciones fantásticas sobre un tema de carácter caballeresco». Una genialidad de principio a fin, nacida en 1897 y que supone una de las páginas más avanzadas del compositor, quien ubica al antihéroe «atrapado en su universo de locura, de fantasía, y su música sirve para conducirnos a la mente del enajenado personaje», como sostiene César Rus en las notas al programa. Pero nada o poco de ello se sintió y percibió en una visión que, al margen del menguado carácter expresivo y violonchelístico del Quijote anodino de Amanda Forsyth, se resintió de la realidad de una orquesta diezmada por el maldito virus, particularmente en su sección de trompas y fagotes. El plausible trabajo desarrollado por los «aumentos» llegados a ultimísima hora para cubrir las bajas hizo posible el concierto, sí, pero no el imposible de que la OV sonara como en sus mejores días en una obra de tanto compromiso sinfónico como Don Quijote.

Si lo hizo en el Agnus Dei de Mansurián, original para violín, piano y clarinete, fechada en 2006. Una partitura a lo Arvo Pärt, pero con más meollo e indagación, que bebe y transpira la ancestral tradición musical armenia, su misticismo, fineza y raíces populares. En el alto nivel de la reinstrumentada versión mucho tuvieron que ver, como ya se ha señalado, el piano sin parangón en estas lides de Apellániz y el clarinete veterano de Herrera, pero también el gobierno exquisito, cuidadoso y fascinado de Liebreich, quien recreó la genuina escritura con ese gesto natural, desafectado y directo que le distingue.

La música de Mendelssohn-Bartholdy es siempre difícil para cualquier orquesta. Por sus resonancias clásicas y las claridades y brillo que entraña. Liebreich, enamorado de las culturas mediterráneas y de todas las literaturas, ha querido abrazar en este séptimo programa de abono los genios rigurosamente contemporáneos de Cervantes y Shakespeare, reinterpretados musicalmente por Strauss y Mendelssohn-Bartholdy. Cuidó hasta casi la perfección el delicado comienzo de la obertura de El sueño de una noche de verano, y mantuvo siempre alta la tónica de una lectura de evidente calado narrativo y dignificada por la entrega y complicidad de una Orquesta de València que, razonablemente, se muestra encantada con su nuevo titular. Solos e intervenciones de tanta calidad como las del trompa solista, Santiago Pla, brillante y preciso como luego, en Strauss, el oboe melodioso de Roberto Turlo. Bravo a todos, titulares y «aumentos», ánimo y pronta recuperación a los profesores convalecientes.

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