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MÚSICA CRÍTICA

Una buena tarde

Fue un inesperado buen concierto de la Orquestra de València. Ni la acústica mejorada, pero a todas luces insuficiente de La Rambleta, ni la mozartiana plantilla de cuerdas recurrida, invitaban a imaginar una buena tarde. Pero el eficaz trabajo concertador del maestro invitado, el valenciano José Trigueros; la brillante participación solista a las marimbas de dos profesores tan punteros como los percusionistas Josep Furió y Luis Osca, o las más que sobresalientes intervenciones de algunos atriles en la Décima sinfonía de Shostakóvich -inolvidable el protagonismo del fagot Miguel Ángel Pérez Domingo, o la trompa en nuevo día de gloria de María Rubio-, convirtieron la cita sin expectativas en una velada de vivas sensaciones.

Hacer una Décima de Shostakóvich en un espacio tan adverso como La Rambleta es un despropósito. Tanto como abordarla con plantilla menguada en las cuerdas hasta niveles casi haydnianos. Desde la muerte del compositor, en 1975, mucho se ha escrito, barruntado y hasta inventado sobre si esta sinfonía es un mordaz retrato de Stalin, muerto en 1953, el mismo año en que Shostakóvich concluye la sinfonía, estrenada por Mravinski y su Filarmónica de San Petersburgo en diciembre de 1953. Más allá de cualquier especulación o estupidez, y anticipándose a la murmuración, el propio Shostakóvich salió al paso de la tontería: «Quisiera añadir únicamente que en esta obra he pretendido expresar los sentimientos y pasiones del hombre», dijo taxativamente el 29 de marzo de 1954, en la apertura de un debate público en Moscú, organizado a propósito de su nueva composición por la poderosa Sociedad de Compositores de la URRS.

Trigueros, maestro bien baqueteado en los atriles de la Sinfónica de Galicia, supo plantear una lectura que minimizó adversidades y subrayó, sin descuidar las asperezas, virulencias y contrastes del enorme fresco shostakovichiano, sus matices más templados y particulares, sin descuidar nunca esos universales «sentimientos y pasiones del hombre» de los que habló Shostakóvich. De ahí, de este calibrado entendimiento de Trigueros, de este efectivo adaptarse a la realidad y su circunstancia, el relieve que alcanzó su crecida versión, cuyos cuatro movimientos quedaron enaltecidos, además, por las destacadas intervenciones solistas que en ellos se suceden, como las del clarinete de Enrique Artigas o el violín concertino de Enrique Palomares, cuyo énfasis y arrojo no encontraron siempre idéntica respuesta en una sección de violines distante y en exceso templada.

Antes, Furió y Osca lucieron talento, fantasía y virtuosismo deslumbrante pero no hueco en la rapsodia para dos marimbas y orquesta de la compositora y marimbista japonesa Keiko Abe (1937), en la que contaron con la complicidad atenta del maestro José Trigueros, él mismo excepcional percusionista. El programa ya prometió calidades y disfrutes en la breve Serenata española de Miguel Asins Arbó que lo abrió. Pieza melodiosa, templadamente mediterránea: sin ambiciones, pero bellamente escrita. Un éxito. Mientras, en el callado y herido Palau de la Música sigue sin entrar un albañil. ¡Qué cosa!

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