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Las edades de la danza

Aquí siempre Carme Teatre, Valencia, 28 enero

Concepción y dirección Poliana Lima Asistente Steve Purcell Intérpretes Mona Belizan, Christine Cloux, Carla de Diego, Irene Ducaju Música original Vidal Iluminación Pablo Seoane Video Alexis Delgado Búrdalo y Álvaro Gómez-Pidal 

Como acero y pluma, como aire y tierra. Así son capaces de expresarse las bailarinas de esta pieza de Poliana Lima, coreógrafa brasileña asentada en Madrid desde hace una década. A través de cuatro mujeres de 70, 55, 36 y 18 años, su propuesta recorre las edades del baile, reflejadas en sus cuerpos y palabras, una mirada a lo que son como personas e intérpretes. Presentes están las dudas, preguntas y rebeliones que la vida plantea, abordadas desde la expresión, desde el lenguaje común del movimiento. Hablan a través de gestos y dibujos coreográficos claros, directos, a veces delicados, otras rabiosos. La vida misma se plasma en su actitud, rostros de miradas atribuladas, felices o seguras. La presencia madura de Mona Belizan interroga al espectador sobre las propias ideas y prejuicios respecto a qué es la danza y cómo se manifiesta. Al bailar, demuestra una identidad propia, es más lenta, llega menos lejos, pero mantiene elevado el nivel, integrando en los momentos corales su dinámica diferenciada y sutil. Ella baila para disfrutar, lo dice la voz en off que en ocasiones emerge a modo de pensamiento de cada una de ellas. Si las intérpretes de esta obra fueran un verso el suyo sería uno de esperanza y futuro. Cada una se representa a sí misma, por eso la de Christine Cloux es una figura rotunda en su ligereza. Despliega toda la sabiduría y recursos que atesora su entrenado cuerpo, su herramienta de trabajo y comunicación desde hace cuatro décadas. Es la suya una danza que se eleva unos centímetros del suelo, mantiene al más alto nivel sus posibilidades corporales y expresivas, su esencia es la de alguien fuerte y delicado a la vez, pasa de un registro a otro con una eficacia que solo dan los años de experiencia y el “duende” propio. Carla de Diego aporta contundencia y seguridad, cierto aire de intriga y un contrapunto físico al elenco. Parece que las dudas acompañen a la más joven de todas, Irene Ducajú, quien va oscilando entre el grupo y sí misma como quien tiene muchas decisiones que tomar. Su baile es limpio y magnético, cuando comparte escenario con la más mayor se produce un efecto empático. La narrativa de la obra la marcan las coreografías de conjunto, de dúos o tríos, de los diferentes solos de cada una, acompañados en ocasiones de pensamientos compartidos. Así, confluyen o se desmarcan de la escena. Cuando bailan juntas se observa su diferencia, y esta imagen funciona de espejo para el espectador, abocado a verse reflejado en las etapas de la vida. La banda sonora contiene música de base electrónica, temas conocidos en momentos de subidón y otros melancólicos cuando la dramaturgia lo requiere; voz y silencios la completan. La iluminación es efectiva en su sencillez, arropa en la caja blanca vacía que es el escenario. Lima define esta pieza como danza-documental, con ella quiere hablar de esas cuatro mujeres, edades, historias, experiencias. Una video proyección en la parte final del espectáculo las introduce en una dimensión fílmica mediante fragmentos en los que entran y salen del escenario como si lo hicieran en la pantalla, creando un ambiente de misterio. En secuencias sucesivas, con ellas separadas o juntas, el lienzo blanco acoge el fenómeno de la multiplicación: cada una está representada varias veces en su formato virtual en diferentes niveles, como si fuera un estudio renacentista de la perspectiva que las sitúa en puntos distantes. Una metáfora de la danza y de la vida, la misma cosa en esta creación.  

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