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David Jiménez: "El estatus del reportero está hoy por debajo del de un tertuliano del corazón"

"Cuando cubres lo peor de la condición humana es difícil volver a la cotidianeidad de la cola del pan"

David Jiménez en el periódico Levante-EMV. Francisco Calabuig

‘El corresponsal’ está basado en la Revuelta del Azafrán en Birmania que, como periodista, David Jiménez cubrió. En la novela (Planeta, 339 páginas) plasma su experiencia como corresponsal. Es una historia de viajes, aventuras, amor, amistad, periodismo y conflicto político.

¿A los 46 se es viejo para ser corresponsal?

En España a los corresponsales se les jubila pronto. Para jugarte la vida tienes que ser temerario. Hay un instante en el libro que se habla del momento Hemingway o de la vejez prematura del corresponsal. Al reportero, al regresar, se les deja en el limbo porque no puede estar en la redacción porque no le interesa el mundo de los despachos pero tampoco se siente joven para volver a la trinchera y eso, a veces, lo convierte en inadaptado. Cuando cubres lo peor de la condición humana es difícil volver a la cotidianidad de la cola del pan o el partido de fútbol.

¿Usted lo ha logrado?

Recuerdo volver de lugares como Birmania, donde asistí a la masacre de inocentes y presencié la muerte de un compañero, y fue difícil hacer como si no hubiera pasado nada. Solo tener familia te devuelve a la cotidianidad. En la novela se dice que el corresponsal nunca regresa del todo del lugar en el que conoció la verdad de lo hombres y eso nos pasa a los reporteros. Una parte de ti se va quedando en los conflictos, dramas o injusticias a las que asistes.

¿Lo suyo es una novela o una crónica?

Es una docunovela, en el sentido de que al final la historia está centrada en un escenario real como es Birmania, en una revuelta que yo cubrí como periodista y los personajes están muy inspirados en los reporteros que me he encontrado en algunos sitios. Pero también he dejado que la imaginación fluya para contar un thriller con una historia de aventuras y de amor que a la gente le sorprende.

¿Se llega a empatizar hasta el punto de poner en peligro la vida de uno por alguien que apenas conoce?

La historia de amor principal de la novela es muy intensa porque sitúa al protagonista en la encrucijada de tener que decidir entre el periodista, la verdad, la relación... Él se enamora de la traductora que es una chica birmana y en cierto modo la pone en riesgo por lo que tiene sentido de la culpabilidad. Todas estas historias son perfectamente posibles. No hay nada en el libro que no haya pasado o pudiera haber pasado.

¿Es tan apasionante e intensa es la vida de un corresponsal?

Es muy intensa. Es una vida de aventura alocada en la que se vive al límite. Tiene su lado de gloria pero también sus miserias. En la novela se ve cómo surgen competencias desleales, traiciones. Es muy curiosa la contradicción de que los mismos que se pueden jugar la vida por ir a un país lejano a contar un conflicto que no le interesa a nadie luego sean capaces de esconderle el móvil al compañero para poder ser el primero en mandar la crónica. Eso ocurre. Es una vida trepidante y de aventuras que los periodistas jóvenes no van a vivir porque el corresponsal como yo lo he ejercido, de pasar mucho tiempo en los sitios, de estar cubierto por tu periódico y tener la garantía y la seguridad de tener un gran medio detrás, ha ido desapareciendo. Cada vez se va a menos sitios y de manera más precaria para trabajar más rápido, hacer más cosas.

Como el protagonista de la novela, ¿se sintió desamparado por su medio?

No, la verdad. Yo viví una época dorada. En el 98 se ganaba mucho dinero. Siempre estuve bien pagado, se respetó mi trabajo y me considero un privilegiado por haber podido estar 20 años viajando sin límite de tiempo, muchas veces sin presupuesto y a menudo con jefes que me decían ‘escribe las historias que de verdad creas que sean importantes’.

¿Es de los que se involucra en los conflictos?

Sí y es un peligro. Cuando cubrí la revuelta birmana llegó un momento en el que estaba tan contagiado del grito de libertad del pueblo birmano que en las manifestaciones quería ser un manifestante más y no un periodista. Esa es una línea que el reportero no debe cruzar porque uno está allí para informar. Pero el corresponsal es una persona y no puede evitar sentir.

¿Es imposible ser imparcial?

¿Qué haces cuando tienes un pueblo que lleva décadas reprimido y un ejército que tu estás viendo cómo masacra gente inocente en las calles? Es imposible no tomar partido. No todo es luz ni oscuridad.

Cuando se informa de un conflicto, ¿existe en España plena libertad de prensa?

El corresponsal es mucho más libre que el periodista político. Lo que yo escribía de Afganistán a los jefes, a los políticos y a los empresarios les daba igual, pero cuando me hicieron director de El Mundo todo lo que escribía y las decisiones que tomaba importaban porque podía influir en su situación.

¿Por qué está tan mal pagado el reporterismo?

En España nunca se ha respetado. El estatus del reportero hoy está por debajo del de un tertuliano del corazón. Esa es la triste realidad. Yo trabajo para medios extranjeros como New York Times y el corresponsal es la mayor figura dentro de un periódico solo comparable a la del director. En España nos consume la política, el cotilleo y el fútbol. Aquí, ha sido una figura marginal. El libro está dedicado a los que no regresaron de sus coberturas. Tengo la sensación de que los compañeros que han muerto han sido rápidamente olvidados y no hemos reconocido su trabajo.

Habla del periodismo como un oficio solitario, egoísta e incompatible con el rebaño.

El periodismo es un oficio de naturaleza rebelde. La esencia es la búsqueda de la verdad y en ese ejercicio te encuentras a gente que te pone la zancadilla y eso requiere de carácter. Si uno quiere hacer amigos que se haga panadero, en el periodismo tienes que aceptar que vas a perder amigos.

¿El corresponsal es una especie en peligro de extinción?

Ahora si te envían a un lugar es para estar dos días y enviar mil cosas. La cantidad y la rapidez se ha impuesto a la calidad y eso ha matado al corresponsal que en esencia es justo lo contrario.

En su libro el gremio sale mal parado

Mi mirada al periodismo es muy critica porque considero que una profesión que se dedica a juzgar a los demás lo primero que tiene que hacer es autocrítica.

¿Hay que dar al lector lo que parece que pide o ayudarle a comprender lo que pasa?

La única salvación del periodismo está en la calidad y el servicio al lector. El New York Times tiene 8 millones de suscriptores y tiene más corresponsales de lo que ha tenido en su vida. Fuera, cuando llegó la crisis, se hizo una apuesta por la calidad y aquí recortamos en periodismo que es lo único que nos puede sostener. Ha llegado el momento de recuperar la confianza de la gente demostrándole que trabajamos para ellos y no para intereses políticos o económicos.

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