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Una (mala) noche en la ópera

'Dama de picas' en el Teatro Alla Scala Brescia e Amisano

La noche comenzó mal y acabó aún peor. Noche larga que dura aún hoy, tres días después. La Scala de Milán lucía el miércoles sus mejores oropeles para presentar el estreno de una nueva producción operística: Dama de picas, la gran ópera en tres actos que Chaikovski compone en 1890 a partir de un cuento en el que Pushkin fabula sobre la avaricia humana. Fue quizá una premonición, porque esa noche negra, aún sin fin, volvió la avaricia de poder y de dinero que impulsa guerras y desigualdades. Dirigía Valeri Guérguiev, quien además de formidable maestro, es confeso y público amigo de Vladímir Putin, hoy el hombre más malo del planeta, convertido de la noche a la mañana en el nuevo sátrapa.

Mal asunto este de la cultura y la política, de la música y las ideologías; de banderas y patrias. En un templo de la ópera como la Scala de Milán, patria -aquí sí- de Maria Callas, Mario del Monaco y tantas otras voces de la historia, se produjo una pitada a un músico antes de que este dijera ni mu. Los abucheos que escuchó Valeri Guérguiev al irrumpir en el foso, antes incluso de llegar al podio, nunca debieron ocurrir. Los templos, y la Scala es templo sagrado de la ópera por antonomasia, son lugares de respeto y gozo espiritual. Nunca de escarnio ni lapidación.

Lo hicieron al día siguiente muy legítimamente cientos de milaneses que se congregaron ante las puertas de la Scala para protestar por la presencia del director ruso. Incluso el alcalde de Milán, y el sobreintendente de la Scala, Dominique Meyer, han exigido públicamente al Maestro que condene lo hecho por su amiguito invasor, bajo pena de no dirigir desde ya ni una función más en la Scala. También el Ayuntamiento de Múnich le ha conminado a que condene públicamente la locura de Ucrania antes del próximo día 28, bajo pena de rescindirle su sustancioso contrato como titular de la Filarmónica de Múnich. Estados Unidos, sede del imperio, ya ha vetado los conciertos que este mismo fin de semana Guérguiev tenía programados dirigir en Nueva York a la Filarmónica de Viena (en los que ha sido reemplazado por Yannick Nézet-Séguin, actual titular del Metropolitan).

En lo musical, que es a lo que fue el crítico a la Scala, hay que anotar que el estreno fue bueno, y en ocasiones hasta excepcional. Música y músicos salieron indemnes al alboroto. Inmune al grotesco recibimiento, Guérguiev abordó los dramáticos y rusísimos compases iniciales de Dama de picas con la quietud y concentración propia de quien, más allá de tantas cosas, guste o no, es un Maestro de primera. Pronto, con arte, oficio, conocimiento y sensibilidad, Guérguiev impuso la música como protagonista única de la noche, incluso sobre una escena que parecía ir contra ella misma.

Lo whatsappeó al crítico un conocido director de orquesta italiano al final de la larga función, pasadas ya las doce de la noche, cuando aún quedaba gente aplaudiendo en la platea: “La orquesta un pequeño desastre. Buenos cantantes. Guérguiev, algunos momentos fantásticos y otros menos. Espectáculo estúpido y repugnante”. Difícil no suscribir al pie de la letra estas líneas amigas. En el capítulo vocal, ganaron por goleada las féminas: la soprano armenia Asmik Grigorian destacó por su convicción dramática, medios vocales y una inteligencia expresiva que ahonda en la entraña de la joven Lisa. Impresionante y deslumbrante la rotunda Condesa de la todavía enorme mezzosoprano Julia Gertseva, cuya poderosa vocalidad envolvió a la vieja abuela con su indescifrable hálito de misterio y secreto. El ludópata Hermann fue defendido con solvencia, dignidad y hasta notabilidad por Najmiddin Mavlyanov.

De lo escénico, del obsceno trabajo Matthias Hartmann, mejor ni hablar. Casi tan feo como el lamentable comienzo de la función. Pero, al menos, el público milanés tuvo el tino de recibir al director de escena alemán, en los saludos finales, con una sonora pitada que convirtió en agua de borrajas la escuchada por Guérguiev cuatro horas antes. Ésta sí era por cuestiones artísticas; la otra, por amistades peligrosas que nada pintan en el oscurecido templo. ¡Que pronto vuelva el día!

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