Y ahora hay guerra, y nuestro camino será más pesado». Un verso de Bertolt Brecht. De sus poco conocidos poemas de amor. Y sí, ahora hay una guerra cerca. Y nuestro camino tendrá la pesadez tozuda de los vehículos acorazados. La vemos mientras comemos o cenamos. Desde hace mucho, las guerras son televisadas en directo. No todas las guerras, claro. Hay guerras en todo el mundo. Pero no todas son iguales. Tampoco son iguales las muertes que provocan. Hay guerras y muertes de primera clase. Esas nos preocupan. De las de segunda clase, ya se ocuparán otros. ¿Dónde están -por poner sólo dos ejemplos- las guerras y las muertes del Sáhara y Palestina? Años de desangre permanente de sus pueblos machacados por Marruecos e Israel. Pero no pasa nada. No nos interesan. Como tampoco nos interesan las guerras que siguen dibujando un estremecedor paisaje de violencia en todo el planeta.

Las guerras comienzan y no se acaban nunca. En Rusia, desde la disolución de la URSS, el sueño se le había convertido a Vladimir Putin en una pesadilla y en una insoportable humillación. Y ese sentido de la humillación crece cuando se trata de un personaje como ése: homófobo, pagado de sí mismo hasta extremos enfermizos, implacable hasta el crimen con la disidencia, cómplice de las extremas derechas de todo el mundo. Por otro lado, y desde lo que llamamos occidente, se habían ido estrechando las fronteras rusas. Hay que decirlo porque si no siempre estaremos contando la mitad de una historia. Sí, ya sé que ahora lo primordial es plantarle cara a un Putin enloquecido y a su invasión de Ucrania. Y lo hago, claro que lo hago. Pero la historia no se construye con compartimentos estancos. Es un puzle cuyas piezas hemos de juntar para que al final tengamos el mapa completo de lo que pasa y no sólo una parte. El puzle de la guerra en Ucrania se está narrando desde muchos puntos de vista. Es difícil acertar en los análisis. Por eso la única opinión que no comparto es la que se cree única y verdadera. Entre todas las reflexiones hemos de sacar la mejor, la que más convenga a esa pobre gente -como diría Dostoievski- que nunca es protagonista de nada. Tampoco de esta guerra.

Las guerras son un negocio para quienes no han cogido un fusil, ni conducido un tanque, ni lanzado una bomba desde un avión de combate. Muchas grandes fortunas huelen desde sus despachos el charco de sangre donde levantar sus imperios económicos. Millones de refugiados buscarán un sitio donde vivir lejos del miedo. Veremos qué pasa con ellos cuando acabe esta guerra. En 2014, la que se desató en el Este de la misma Ucrania provocó la huida de miles de personas. A España llegaron muchas de ellas. Ocho años después siguen comiéndose los mocos. ¿Cuánto duran las palabras dulces que pronunciamos en medio de los bombardeos?

El negocio de las armas se está frotando las manos. Alemania presiona para que otros países -entre ellos España- aumenten sus presupuestos de Defensa. Ya ha decidido el gobierno sumarse a ese envío de armas. Como dije en el referéndum sobre la OTAN en la primavera de 1986, vuelvo a decir NO. La guerra de Ucrania puede abrir las puertas a los inabarcables campos de la caza mayor. Muchas voces gritan que con palabras de apoyo y sanciones económicas a Rusia no se va a conseguir nada. Pues adelante con los faroles: si la diplomacia, el diálogo y las sanciones a la oligarquía rusa cómplice de Putin no sirven para nada, que hablen las armas y que le den pol saco al mundo. Quien salga el último que apague la luz.

Mientras tanto, en los subterráneos del metro, las víctimas de la masacre se aprietan en un abrazo que no es el de la alegría, sino el de esa «fiesta de la muerte en la fiesta de la vida», como escribía Ingeborg Bachmann en uno de sus poemas. Cuando escucho War en la voz de Bruce Springsteen, pienso en esas víctimas cuyos nombres no saldrán en ningún telediario: «la guerra es algo que detesto porque supone la destrucción de vidas inocentes».

Otra cosa que me ha llamado la atención: la Comisión Europea ha tomado la decisión de vetar a los principales medios de comunicación rusos. El argumento para esa censura es que mienten, que son pura propaganda. Yo digo, y más como periodista, que hay que conocer todas las versiones de un mismo acontecimiento. Y si es por mentir: ¿quieren que les ponga aquí medios y supuestos periodistas que mienten más que respiran y ocupan como tertulianos, con la más absoluta impunidad, casi todas las televisiones públicas y privadas de nuestro país? Seguro que sus nombres los tienen ustedes en la punta de la lengua. Seguro.

No sé si surgirá en las calles rusas nuestro No a la guerra de cuando Bush, Blair y Aznar convirtieron la historia en una mentira llena de muertos por la que nunca han sido juzgados. Lo tienen difícil porque la protesta está siendo machacada. El 15 de febrero de 2003, Rosana Pastor y yo mismo leímos en València, al final de la manifestación más impresionante que he visto nunca, el manifiesto contra la guerra de Iraq. Era un gozo increíble ver a cientos de miles de personas plantando cara a aquella atrocidad. Esta columna es mi humilde manifiesto personal contra la guerra de Ucrania. Ojalá fuera el último que escribo y leo contra una guerra. Ojalá.