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Crítica

Xavier Torres en la Academia Liszt

Xavier Torres durante su concierto en Budapest.

Emplazada entre la Embajada de España y el Instituto Cervantes, en la espectacular Avenida Adrássy -una de las vías más distinguidas de Budapest-, se encuentra la sede original de la legendaria Academia Ferenc Liszt, fundada por el compositor húngaro en noviembre de 1875. Aquí, entre estas paredes cargadas de historia y leyendas, en las que habitó y enseñó el creador de las Rapsodias húngaras, se atesoran su memoria, sus pianos, libros y partituras. La Academia es, desde entonces, uno de los templos emblemáticos de la música, y, sobre todo, la cuna por la que han pasado y se han formado los muchos grandes músicos húngaros, desde Bartók y Kodály a Szell, Reiner, Starker, Solti o Schiff, por citar apenas algunos nombres de la interminable lista.

Abrigado por la estupenda acústica de la sala de cámara de la Academia, el valenciano Xavier Torres (Alberic, 1982), uno de los máximos exponentes de la brillante nueva generación de pianistas valencianos y españoles, ha tenido el coraje –¡y las agallas!- de coronar, el miércoles, su debut en Hungría con una de las obras pianísticas más emblemáticas y virtuosas de Liszt: la Segunda balada. Fue una versión, cargada de fuego, aliento romántico, efusión y nervio pianístico. Sin duda, alentada por el estímulo inspirador de tocar en un espacio tan cercano al creador de la propia composición.

Lo confesaba Xavier Torres instantes después del recital: “La verdad es que impresiona tocar Liszt aquí, exactamente en esta sala, la misma en la que él enseñaba y estudiaba. Por momentos, la emoción ha sido tanta y tan profunda, que he temido lo peor: quedarme en blanco en mitad de la Balada“. Pero la profesionalidad, oficio y virtuosismo impidieron la debacle emocional del concertista y catedrático español. Fue una recreación impecable e impactante, más incluso por la carga emocional que transmitía que por sus transparencias y sugestiones románticas. Una interpretación centelleante y al mismo tiempo fuertemente introspectiva y dramática, enfatizada en sus aristas más vanguardistas, tan precursoras del impresionismo y las indagaciones de Scriabin. La poesía, fuerza, arrojo y virtuosismo de Torres recordaban inevitablemente la versión de quien fue uno de los más grandes valedores de esta obra maestra de Liszt: el extremeño Esteban Sánchez.

El recital se abrió con tres momentos musicales de Schubert (los que abren la serie Opus 94), que Torres deslizó con viveza y efusión melódica, sin cargar las tintas en los aspectos más ligeros y populares. Luego, después de este preámbulo schubertiano, irrumpió el devoto bachiano que siempre ha sido el artista levantino, como evidenció en su premiado registro discográfico de las Variaciones Goldberg, publicado en 2017. En esta ocasión ha sido con la Cuarta partita, en Re mayor, calibrada estilísticamente en sus siete secciones. Una visión de empaque, fiel al original desde su decidida perspectiva pianística; ambiciosa en la obertura, incisiva en los movimientos vivos -Courante, Giga- y de rotunda intensidad expresiva en los episodios más sosegados. Como contrapunto al fuego inolvidable de Liszt, el gracejo con que cantó el Aria y la hipnótica emoción con que se escuchó la prodigiosa Sarabanda. Éxito.

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