Una librería es como el territorio mágico de lo inexplorado. En sus estanterías se dan cita la ciudad perdida y el reflejo luminoso de un río que no se acaba nunca, los sueños con el sabor de la absenta por las calles oscuras de un poema invencible y la carta que nunca encontraremos porque siempre estuvo delante mismo de nuestras narices, el océano donde se enfrentan el Bien y el Mal a cara de ballena y la mirada del nazi que una mujer convirtió en el paradójico rostro humano de la barbarie. Entrar en una librería es descubrir, como en un poema de Anne Sexton, que la aventura es lo único que puede vencer a la muerte. Por eso es un gozo inmenso este domingo hablar de una pequeña librería que poco a poco ha ido haciéndose grande sin perder lo que fue en su modestísimo principio. Ese principio aventurero tiene nombre de mujer: Candelaria López. En una calle de València, cercana a la Facultad de Derecho, nace la librería Tirant lo Blanch en 1976, cuando los tiempos empezaban a ser otros en un país que venía de una de las pesadillas mas insoportables de la infamia contemporánea.

Luego, esa librería también empezó a editar libros, sobre todo libros relacionados con los estudios de Derecho. Y ahí sigue. La editorial Tirant lo Blanch llega en estos momentos a sitios que en sus comienzos le hubieran parecido inexpugnables. Ahora es noticia porque, como reseñaba mi amigo y colega Voro Contreras en este diario hace unos días, acaba de recibir del Ministerio de Cultura la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes por la colección Cine y Derecho, que se publica en su sello editorial desde el año 2002 y está dirigida por los profesores Javier de Lucas y Fernando Flores. Los conozco bien y sé que nunca renunciarían a su vocación académica, pero eso sí: más que en las aulas, les gustaría impartir sus clases en los platós donde se rodaron 12 hombres sin piedad y Vencedores o vencidos.

Hace veinte años, Mario Ruiz Sanz inicia la serie con El verdugo. Un retrato satírico del asesino legal. Fue el autor pieza imprescindible para alumbrar esa fantástica experiencia inédita hasta entonces. No resultaba fácil mezclar la academia con el entretenimiento, eso sí, en la versión más cultural de la palabra. Porque en realidad de eso se trataba: las películas que habían marcado a varias generaciones servían para meterle en vena al público lector historias que en los libros profesionales tal vez hubieran sido difíciles de digerir. Después de tantos años en la brecha, es para flipar que un proyecto tan difícil haya llegado donde ha llegado: más de ochenta títulos en que ninguno de los grandes asuntos (odio la palabra «tema») que nos preocupan está ausente. La pena de muerte, el terrorismo, la eutanasia, el horror de las guerras, el poder tantas veces corrupto de los medios de comunicación, la mafia que medio a escondidas pone sus manos sucias sobre la ciudad, el racismo que consigue impregnar las pequeñas comunidades hasta convertirlas en un semillero de violencia vecinal, una violencia que como vemos ahora mismo acabará traspasando, en nombre del odio casi siempre, todas las fronteras.

La última etapa se cerró en 2020 con la publicación de Nosotros, que quisimos tanto a Atticus Finch, del propio Javier de Lucas, basado en la novela Matar a un ruiseñor, de la escritora Harper Lee, y la película con el mismo título dirigida por Robert Mulligan. Desde entonces entró a codirigir la colección Fernando Flores y ahora las series televisivas ocupan un lugar importante en su catálogo. Acercar al alumnado y profesionales del Derecho al cine, y al revés, fue y sigue siendo uno de los objetivos más importantes de sus promotores. Conozco muchos de los títulos que han aparecido en estos veinte años y con los libros de Cine y Derecho sería capaz de enfrentarme a la mierda de mundo en que vivimos con unos argumentos jurídicos que no hubiera podido descifrar en los manuales académicos, para mí casi tan difíciles de entender como el Finnegans Wake de James Joyce o los guiones misteriosos que mete Emily Dickinson en sus poemas terriblemente hermosos.

«Parece que fue ayer la vida», escribía Vázquez Montalbán en uno de sus poemas. Eso pensé hace unos días, cuando vi a Salvador Vives, ahora al frente de la aventura que empezaron sus padres, Tomás Vives y Candelaria López, con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en las manos. El misterio que convierte una librería en un territorio inexplorado se abría a la luz ilimitada del conocimiento científico del Derecho hace casi medio siglo. Luego vinieron las películas colándose en las páginas exigentes de ese conocimiento. En muchas de esas películas y en los libros que las cuentan aprendí que el mundo en que vivimos siempre será inabarcable. Y que necesitamos entenderlo, entender ese mundo tan complejo, si no queremos que los del odio canten sobre nuestras vidas la más detestable de sus victorias. Leer libros como los que les acabo de contar -y muchos otros, naturalmente- es una buena manera de que no canten victoria los canallas. Es una sugerencia que les hago este domingo. Sólo es eso, una sugerencia. Y a ver qué pasa.