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THEODOR KALLIFATIDES Escritor griego, autor de “Timandra”

“El mito de los atributos masculinos sigue vivo”

“No creo que nuestro carácter cambie porque cambiemos de idioma. El tema es popular: idiomas e identidad. Algunos defienden que solo se puede escribir en la lengua nativa. Yo escribía en sueco sin problemas”

El escritor Theodor Kallifatides. MARÍA PEDRAZ

En la novela 'Timandra' del escritor Theodor Kallifatides (Grecia, 1939), el guerrero Alcibíades son todos los hombres y él mismo, y Timandra, su amante, es él mismo y, además, todas las mujeres. La literatura del autor de 'Otra vida por vivir', que lo dio a conocer en España gracias a la editorial Galaxia Gutenberg, está hecha del amor con el que las mujeres han llenado su vida. Él transforma esa ternura en personajes y sentimientos clásicos, antiguos, pero presentes hoy, y siempre. Leerle impulsa a compartir la vida y, sobre todo, a aprender a vivir con paciencia, con humor y con bondad. Con veintiséis años, Kallifatides encontró en Suecia el idioma y la calma para convertirse en escritor. Con setenta, volvió a su griego lacónico y, aún hoy, continúa buscando las palabras precisas a través de los idiomas. Escribe como si nadara en el mar, y todo el amor que ha vivido le enseña a enfrentar cualquier temporal. Esta entrevista fue realizada en la embajada sueca de Madrid, antes de uno de los numerosos actos en los que es acogido estos días en España.

–En sus libros el amor tiene un papel fundamental. ¿De dónde viene todo ese amor?

–Muy fácil, de mi madre. Ella fue madre muy joven, a los catorce se casó con mi padre, cuya mujer había fallecido dejándole con un hijo, que ella adoptó. Tenía veinticuatro cuando me tuvo a mí. No tenía estudios, pero sí un enorme sentido del humor. Tener humor no solo te permite divertirte, te ayuda a soportar con cierta amabilidad la estupidez del ser humano. Teníamos una relación muy fuerte, se apoyó en mí desde muy pequeño. Era insólita para ser una madre griega. Creo que esa atención y ese amor, generaron en mí cosas increíbles. Mi abuela, su madre, era igual, pero muy cristiana, muy creyente, y a su vez estaba casada con el único ateo del pueblo, mi abuelo. Aunque discutían todo el tiempo, ella era su gran amor. Él era un chico rico y se casó a pesar de su familia “si no es María, no tendréis nietos o nietas”... Siempre estuve rodeado de amor.

–Alcibíades no puede amar porque todo su amor es para sí mismo.

–Los hombres, en general, resuelven sus problemas luchando. Sin embargo, es un placer oír hablar a las niñas, son mucho más suaves, tratan de hacer al otro feliz. Los chicos aprenden a usar la fuerza, y la fuerza lleva al conflicto. Supongo que por la influencia de la mitología masculina, los héroes invencibles, mientras que las chicas toman otros caminos, se nutren, se educan mejor.

–¿Es más fácil expresar las partes más sutiles de la vida a través de una mujer?

–En una guerra, los que más sufren son las mujeres y los niños. Claro que los hombres también sufren, salen heridos, mueren... Pero obtienen gloria o experiencia, hacen de la guerra su negocio. Alcibíades es el típico héroe. Yo quería decir algo contra todo esto, cambiar los lugares comunes de la guerra y los hombres. En 1945, yo tenía siete años, la Guerra Mundial había acabado y estábamos en una Guerra Civil que era peor, más cruel, más inesperada. Vinieron a casa a llevarse a mi padre, que era maestro. En el último minuto huyó y cuando mi madre abrió la puerta la insultaron “¡puta!”. Era una situación muy tensa, uno de ellos le dio una bofetada y se desmayó. Cuando la vieron en el suelo, se fueron. Luego, ella me explicó: “No me ha pegado, me ha salvado la vida. Es mi primo y, si no me hubiera pegado, no se habrían ido...” No solo no pensaba en vengarse, agradecía el golpe. Un hombre, hubiera querido devolvérselo, no habría sido capaz de entenderlo.

–¿Cuándo se dio cuenta de la existencia de las mujeres, de que había otro tipo de seres humanos a su alrededor?

–No niego que somos diferentes, pero ser una persona no es un derecho de los hombres. Una mujer es valiente, inteligente, fuerte... pero el mito de los atributos masculinos sigue vivo. Los roles son diferentes y a veces pesan más que las capacidades. En mi época, era común casarse muy joven y tener un hijo cada año. Si solo tienes tiempo de criar un hijo detrás de otro, no tienes la oportunidad para explorar tus capacidades... Por eso las diferencias hoy parecen mayores de lo que son. Cuando te sientas y escribes, estás escribiendo, no eres una mujer o un hombre. En el colegio, las mejores eran las chicas. Escribían mejor, bailaban mejor, sumaban mejor, hablaban mejor, ¡olían mejor!

“Los ucranianos son valientes y luchadores, pero el país se arruinará y solo harán dinero los occidentales”

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–Nos enfrentamos a dificultades globales más grandes que nosotros. Usted ha sido capaz de dar un paso atrás y observar los auténticos problemas. ¿Cuáles son?

–Agradezco mucho que digas eso. El problema es que tratamos los síntomas y no las causas, igual que hicimos con este virus. Es una muy buena imagen de lo que pasa. Por ejemplo, el conflicto entre Rusia y Ucrania: ¿No tiene solución? ¿Hay una parte que tiene toda la razón y otra totalmente equivocada? Ahora toda Europa está contra Rusia. Lidiamos con las consecuencias, pero no con el problema. La cuestión es para qué ha entrado esta gente en guerra. En las guerras nunca gana nadie. Rusia va perder gente, dinero, prestigio y probablemente la guerra. Y Ucrania... Los europeos pensarán que son valientes luchadores, pero el país se arruinará y solo harán dinero los occidentales que vayan después, igual que pasó en Grecia. Es estúpido. Puede que decir estúpido sea muy básico, pero es estúpido.

–En sus libros expresa ideas complejas con simpleza, con claridad.

–Eso es: ¡Con cla-ri-dad!

–Así que no hace falta buscar grandes palabras para explicar la estupidez.

–Eso es lo que intento en mis libros. Nos pasa también con el amor. No se puede controlar, no puedes evitar enamorarte, y eso tiene consecuencias, la gente sufre. Mi abuela solía decir que el gran amor conlleva dificultades “¿Cuáles?”, “Bueno, tendrás que vivirlo”. Si has estado con alguien más de cincuenta años, te ha dado agua cuando tenías sed y ha sostenido tu cabeza, entonces puedes decir que has conocido el amor. Es lo que pasa con los sentimientos más fundamentales.

–Siempre consigue llamar a las cosas por su nombre ¿Cómo es posible mantener el estilo a través de las lenguas? ¿Fue más fácil al volver al griego?

–No, en griego utilizo mucho relleno porque el griego busca, como el español, la elocuencia, cómo suena es más importante que lo que dice. Soy de Laconia, la única región de Grecia algo diferente. Entendí muy joven la importancia de hablar francamente y sin ornamentos innecesarios. Estudié cómo hablaba la gente mi tierra y hay un verso que siempre ha sido mi ideal literario. Cuando los trescientos de Termópilas lucharon contra los de persas, no triunfaron, todo el mundo murió, y un poeta escribió en el sepulcro: “Paseante, dile a toda Laconia, que estamos aquí enterrados porque hemos perdido”. Nada más. Cuando lo leí estaba atónito. Es hermoso, es una lección para la humanidad.

–El lenguaje puede ser una frontera, pero escucharle es ver caer cualquier muro. ¿Cree que saber tantos idiomas le ha hecho más abierto?

–¡Por supuesto! Sin duda abre tu mente. Cuando era joven, una chica que me gustaba estaba muy interesada en el español, “porque tiene duende”. No puedo explicarlo, pero cuando lo ves, lo reconoces, hay palabras que no tienen traducción. Al escribir busco esas palabras, y si necesito duende, utilizo duende, no importa que esté escribiendo en sueco. Yo no digo “mi coche se ha roto”, digo está 'kaput', porque no puede ser mejor. 'Kaput', finito. Lo entiendes. No creo que nuestro carácter cambie porque cambiemos de idioma. Participé en un encuentro de escritores de todo el mundo. El tema era muy popular, “los idiomas y la identidad”. Todo el mundo habló de la importancia de tu lengua nativa, y algunos defendieron que solo se puede escribir en esa lengua. Yo escribía en sueco sin problemas. Desde luego, hay cosas que no digo de la misma forma que en griego, pero eso no me convierte en un ser humano diferente. Ahora estoy aprendiendo español.

–¿Cree que nuestra identidad está en un idioma?

–Creo que estamos marcados por nuestro país, pero, por ejemplo, si tu idioma es el español, es más fácil que puedas aprender francés o italiano que chino. A menos que tengas un gran interés, que puede ser. Cuando mi hija acabó el colegio, quiso ir a Japón a aprender japonés. Con solo dieciocho años, lo hizo. No solo quería aprender el idioma, estaba interesada en la civilización japonesa. Hizo karate durante muchos años y, aunque lo dejó, siguió muy interesada en la cultura. Cuando volvió, me dijo que no quería vivir allí porque trataban a las mujeres como animales. No somos diferentes porque sepamos otras lenguas, ni porque escribamos en otros idiomas. Como hablamos, lidiamos con las consecuencias y no con el problema. Yo soy alguien que intenta combatir los problemas.

–Como esa palabra, duende, hay cosas que nos marcan, aunque no las comprendamos inmediatamente ¿Qué entendió que le hizo el escritor que es?

–La respuesta a eso me acompaña siempre. Mi abuela solía decirme, haz el bien y olvídalo. De hecho, decía “haz el bien y tíralo al mar”. Es sabio. Tengo ochenta y cuatro años y nunca lo he olvidado. Trato de entender lo que realmente significa y trato de actuar acorde a ello. “Haz el bien y tíralo al mar”. No me abandona.

–El amor está hecho de esa generosidad y todo eso está en sus libros.

–Cuando eres un niño, ese tipo de cosas pueden ayudarte o destruirte. Lo trágico es que cuando nacemos no sabemos nada. Tenemos todas las capacidades físicas, pero cada individuo empieza por el principio. Hay que aprender cosas como que el amor puede doler, pero que no necesitas contraatacar. Si alguien que quieres te abandona, sufres, pero se puede sobrevivir sin luchar, sin devolver el daño. Todo eso no nace con nosotros, tenemos que educarnos para ser seres humanos. He estado casado durante cincuenta y seis años. Ya no es solo un tema de amor, ella es mi Arcadia, me mira y ve su vida y yo la miro y veo mi vida. Eso es lo que mi abuela me dijo, lo que he tardado en entender: debes vivir con él para conocer el amor. 

  • Timandra

    Theodor Kallifatides
    Traducción de Carmen Vilelo Gallego / Montserrat Camps Galaxia Gutenberg, 192 páginas

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