La peña se ha vuelto majara por el precio de las entradas para el concierto de Rosalía en Valencia el mes de julio. Entre 90 y 400 euros. Pero qué quieren, si esta estrella estratosférica es lo más grande que ha pasado en España desde el «Un, dos, tres». Todo ese arte y esa originalidad que le atribuyen, sus Grammys y sus potentes campañas de promoción la han aupado al nivel de gente como Madonna, Beyoncé o Michael Jackson. No se puede pretender ver a una diva a precio de saldo. Los ídolos exigen sacrificios. Ahora a ver qué hacen los fanáticos de la diosa: recular o aflojar la mosca. Llegó el día del juicio que separará a los auténticos adeptos de los tibios y los oportunistas. El momento de demostrarle vuestro cariño, respeto y fervor se acerca. Ella, desde su mansión en Miami, os ama, y espera que cumpláis. No os vengáis abajo. Una actuación de Rosalía ¿no vale lo que cuesta? Reventa criminal aparte, nadie se estará sintiendo estafado, ¿no? Ay, la reflexión y la duda debilitan la fe.

No la culpen demasiado, ella sólo quiere su trozo del pastel. Los promotores se llevan su parte, obviamente, como las distribuidoras. Recuerden que esto es un negocio. Mucha gente trabaja en estos espectáculos mastodónticos. Los trajes, las luces, las pantallas gigantes, los músicos, las bailarinas, el escenario, el recinto, las uñas, los peinados, el maquillaje… todo eso cuesta un dineral.

Quizá es que después de años de piratear libros, discos, películas y visionar las series de las plataformas con contraseñas obtenidas fraudulentamente nos hemos acabado creyendo que la cultura es gratis total. Además, algunos pensarán que por lo que cuesta la entrada más barata para ver a Rosalía, existen festivales en los que te embuten noventa grupos. Los de siempre, muchos mediocres pero muy populares, aunque sometidos a unas condiciones contractuales indecentes.

Las entradas de los Beatles cuando visitaron España en 1965 también eran carísimas. Entre 75 y 450 pesetas, una barbaridad que encerraba una maniobra política disuasoria para evitar que la juventud española acudiera a verlos en masa y se contagiaran de valores contrarios al nacional-catolicismo. Los Stones, en 1976, cobraron 900 pesetas en Barcelona y, en 1982, 2.000 calas en el Calderón. Conciertos míticos de los que la gente dice con orgullo «yo estuve allí», como sin duda ocurrirá con el de la divinidad catalana en La Marina Sur. U2 actuaron en 1987 en el Bernabéu por 1.500 rubias, con UB40 y Pretenders de teloneros. Frank Sinatra fracasó estrepitosamente en ese mismo estadio en 1986 con precios de hasta 10.000 duros y acabó regalando 16.000 entradas para no verse solo. ¿Se imaginan a Rosalía haciendo lo mismo?

En las antípodas de la fenómena estaban los Fugazi. Cobraban 5 dólares por entrada en una estrategia inaudita con la que extraer rentabilidad a sus conciertos manteniendo, al mismo tiempo, precios asequibles a sus fans. Incluso llevaban sobrecitos con la guita para devolverla a aquel que fuera expulsado por mostrar comportamientos violentos o inadecuados en el desarrollo del bolo. Se dice que, a regañadientes, llegaron a cobrar 15 pavos para no palmar pasta con esto de las subidas del IPC. Que es verdad que está todo muy caro, pero el sentido común hoy en día parece absolutamente inaccesible.