Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Viaje alucinante al centro de la selva

El guitarrista valenciano presenta «Carreteras secundarias Vol. 2», un disco grabado en plena jungla de Costa Rica

El músico valenciano Diego García, El Twanguero, toca su guitarra en la selva. L-EMV

Cuanto menos, el viaje de Diego García, El Twanguero, hasta la selva de Costa Rica donde ha grabado Carreteras Secundarias, Vol. 2, su nuevo disco, ha sido largo y extraño. Empezó en València -donde Diego nació, aprendió a tocar la guitarra y montó sus primeras bandas- cuando en 2006 dejó la ciudad para instalarse en Madrid, donde consolidó una carrera como cotizado guitarrista que le llevó a tocar para Jaime Urrutia, Manolo Tena, Los Chunguitos, Raphael, Sergio Dalma, Auserón, Bumbury o Calamaro.

De Madrid viajó a Nueva York, donde siguió grabando y actuando, y de allí a Buenos Aires, donde un día conoció a otro Diego, «El Cigala», quien se lo llevó de vuelta a Madrid para poner su guitarra en un disco con el que ganó un Grammy. Gracias a este premio el músico valenciano consiguió la «green card» para instalarse en Los Ángeles. Desde hace seis años, vive en un barco en el muelle de Santa Mónica (allí también amarran David Lynch o Bob Dylan) y desde donde ha impulsado una carrera que le ha llevado a ser uno de los guitarristas españoles de rock más respetados en el mundo.

Pero esperen, que el viaje El Twanguero hasta la selva costarricense para pasar tres meses rodeado chicharras, mosquitos y monos aulladores y grabar un disco que de alguna manera es «una ofrenda a la naturaleza», no ha terminado.

Una parte de ese largo viaje también fue interior. En México participó en una ceremonia de toma de ayahuasca (una planta que genera efectos alucinógenos) que, según explica El Twanguero a Levante-EMV, «prendió la idea del proyecto». «La peña va ahí con sus problemas y sus traumas y se va presentando. Cuando me tocó a mí, dije: yo soy músico y he venido a tener una experiencia auditiva». Y la tuvo. Bajo los efectos del alucinógeno, Diego se vio con su guitarra en medio de la jungla: «Visualicé lo que iba a transformar después en un disco y entendí que tenía que ser una ofrenda a los árboles por el regalo que es este maravilloso objeto que es la guitarra».

Con «la guitarra» se refiere Diego al instrumento en general pero también al objeto individual que le había entregado poco antes de la pandemia la mítica casa Ramírez de Madrid, una guitarra «de tablao» como la que se usaban en los antiguos café-conciertos y con la que ha gradado todo el disco. «Mi plan era viajar con ella por toda Latinoamérica, tocando y grabando para tratar de cubrir todo el espectro musical latinoamericano -cuenta-. Pero con la pandemia se jodió todo y el único lugar al que podía viajar era Costa Rica».

Entre el de la ayahuasca y el de Costa Rica, El Twanguero también hizo un viaje a la India, un periplo que fue decisivo para adquirir la suficiente fortaleza mental con la que adentrarse en la selva durante semanas con la única compañía de su guitarra y sus aparatos de grabación: «Me invitaron a tocar allí durante un mes en un templo donde hacían retiros individuales. Tocaba mis cosas mientras unas monjitas hacían unos mantras. Yo no tenía ni idea de meditación ni nada de eso, pero como experiencia musical fue la hostia y encima estaba bien pagado». El Twanguero es espiritual a su manera. «Si entendemos la espiritualidad como todos los pijos californianos que estaban allí, yo no lo soy. Ser espiritual pagando 10.000 pavos es muy fácil. El grado de espiritualidad lo veo con el autoconocimiento y eso es algo que llevo años trabajando a través de la guitarra».

Retomemos el viaje. Nada más llegar a Costa Rica invitaron a Diego a tocar en una fiesta privada y en la casa se encontró ante una figura que se le había aparecido bajo los efectos de la ayahuasca. «La primera visión que tuve fue la de un jaguar y en esa casa vi unos cuadros donde aparecían los territorios en los que aún se puede encontrar a este animal, desde el sur de Estados Unidos al norte de Argentina. Eso me dio una de las claves del disco, la de cubrir todas las músicas en las que llevo años investigando, desde el tex-mex hasta el tango, el son, la samba o las músicas caribeñas».

Diego cree que la aparición psicotrópica del felino no fue casual, que tiene mucho que ver con su personalidad. «No soy como el salmón de Calamaro, que va contra la corriente, sino como el jaguar que va siguiendo sus propios senderos. Siempre he ido un poco a mi bola, contando historias con mi guitarra».

Y así quiere continuar. «Me tira mucho ahora mismo el Mediterráneo, su mezcla está en mi ADN». Pese a la añoranza de València, a sus 45 años aventura que este retorno a los orígenes no lo hará aquí. «En Los Ángeles tengo una comunidad de músicos italianos, marroquíes, libaneses, españoles que me dan las pistas para hacer algo mediterráneo sin salir de allí», justifica.

Será, en todo caso, un viaje que continuará recorriendo como el jaguar, en solitario, pese a las innumerables ofertas que sigue recibiendo para poner su guitarra al servicio de algún artista consagrado. «Es algo que me siguen planteando, pero es que ya he perdido ese músculo para tocar canciones que no sean las mías. Cuando te metes en ese microuniverso propio es difícil saltar a otro lado».

Compartir el artículo

stats