Les advierto que hoy la poca objetividad que muestro en algunas crónicas de conciertos, y que suelo aplicar sobre todo por vergüenza profesional y para esconder el plumero, se quedó el sábado por la tarde en un charco de lágrimas de la primera fila del Teatro Principal en el concierto que ofrecieron Tardor, May Ibáñez y algunos invitados. Un evento entrañable y emocionante que concentró sobre el escenario una energía condensada y luminosa con una alucinante capacidad unificadora de las almas y los sentires de las personas que ocupaban la platea. Ya ven que a la objetividad sí, pero a la hipérbole no puedo renunciar porque es superior a mis fuerzas.

Presentaban ‘Veta’, el disco perteneciente a la antología de la música en valenciano que ha publicado Acció Cultural con motivo de su 50 aniversario y que recoge grandes canciones de pop rock, desde Pep Laguarda hasta Gener, reinterpretadas a modo de homenaje por la banda valenciana y la vocalista de Badlands con la ayuda de Senior, Júlia, Joe Pask y Smoking Souls entre otros. Después de media hora de retraso por problemas técnicos sin especificar, pero que al parecer estuvieron a punto de suspender el concierto, los músicos salieron al tablado del vetusto y algo deteriorado recinto con el corazón en un puño y sentidas palabras de agradecimiento para los hábiles expertos que solucionaron el asunto.

¡Boum!, una explosión de indie ardiente y poderoso al son de los acordes de «Nostalgia de futur» de los 121dB, inició uno de esos conciertos para recordar. Seguidamente la banda, apoyada generosa y brillantemente por un saxo y una trompeta, interpretó «Menteta», de El Trineu, con May marcando territorio a base de garganta y presencia escénica, con esa voz gruesa, plena, rica y educada, pero también conmovedora y sentimental. Los vientos empujaban desde atrás otorgando molla clásica y finura al sonido inequívocamente moderno de Tardor. Ejemplo claro: «El verd de l’estiu» de Inòpia, en la que se cambió el brillo metálico por el folk rock psicodélico con adornos californianos de unos Love, por ejemplo.

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Después del delicado cántico espiritual y glorioso de «Deu de ser amor» de Remigi Palmero y de la más prosaica «Cigarrets» llegó el momento por el que estuve rezando durante semanas. May se llevó una armónica a sus rojos labios para hacer suya «Cims i abismes». Un sueño, con los pitos dando el toque a lo Van Morrison y ella, sublime, poniendo a llorar de rodillas a este que les escribe con la tercera y cuarta repetición de las palabras del título, en un ovacionado zarpazo directo al corazón.

Subieron Esther y GEM con Pau Miquel Soler para cantar «Somnis» y «Cadència trencada» y les quedaron fenomenales, pero fue Martí Tarrasó, de Tenda, con «Samarretes velles», quien consiguió llevarme al terreno de la felicidad pura con esa voz y esa sencillez abrumadora que se gasta. Aquello se acababa, pero por todo lo alto, con «Estimada germana» de Julio Bustamante y la banda precipitándose como una locomotora hacia la perfección absoluta, y «La llum incondicional», con el personal puesto en pie y bailando descosidamente, agradeciendo la labor de varias generaciones de músicos que plantaron las semillas para que un país cantara, sin complejos, rock en valenciano.