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Juan Cruz Ruiz

Juan Cruz Ruiz: "La memoria es la sangre de la vida"

«Todas las cosas que están en la novela me lo sé. En esos tiempos no envejezco, soy el que está viviendo aquella historia»

«La memoria es la sangre de la vida»

El último libro de Juan Cruz Ruiz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948) es una invitación al sosiego literario de la memoria. En Mil doscientos pasos (Alfaguara) vuelve a sus orígenes para detenerse en el horizonte del paso de la niñez a la adolescencia. Mil doscientos pasos es el recorrido que separa al protagonista de la casa familiar donde rememora la amistad y la malignidad. La vida, la suya y la nuestra, en definitiva.

¿Nunca dejamos de ser el niño que hemos sido?

No, por eso soñamos. Estamos siempre pendientes de algo que hemos perdido. Los niños éramos gente que perdía cosas.

En la novela habla de la niñez y la adolescencia. ¿Somos de donde hacemos el bachillerato, como dijo Max Aub?

Mi bachillerato fue peculiar porque cuando descubrí el periodismo dejé de estudiar. Iba a clase cuando podía, pero tenía la sensación que estaba en otros sitios. Y ese otro sitio era el periodismo. Empecé a los trece años.

Fue fundador de ‘El País’ y ahora adjunto a la presidencia de Prensa Ibérica.

A los trece años te enamoras de chicas o de chicos, o de algo que no sabes qué es y termina llamándose periodismo. Lo que he hecho es no perder ese enamoramiento. Porque el amor lo puedes perder, pero el enamoramiento persiste. Sigo enamorado del periodismo.

¿La memoria tiene sangre?

Sí, es curioso porque recuerdo que cuando mi madre empezó a morir, por así decirlo, la primera vez que supe que ella era mortal, fue porque cayó en el salón de casa y vomitó sangre. Eso está dentro de mis recuerdos, que algún día contaré, porque hay muchos recuerdos que no me atrevo a contar.

Hay mucha sangre en la novela, ¿no?

Sí.

¿Por qué hay muchos recuerdos?

Porque había mucha maldad. A mi padre lo quiso matar un pariente. Yo vi el cuchillo encima de mi cama. No me olvido de esos gestos casuales de la vida.

¿Por eso escribe: «el tiempo ha sido algo concreto y cabrón»?

La memoria va contigo, es imposible zafarse de ella y viene con palabras. Ahora con cualquier pregunta me traerás palabras que tengo dentro, que a lo mejor no recuerdo, pero que de pronto saltan. La memoria es como juguetes perdidos.

En otro pasaje anota que «nunca se curan los temores de la infancia».

No, de hecho, tengo tendencia a recordar el miedo como un habitante de algunas partes de mi cuerpo. En concreto del esternón. Cada vez que digo la palabra miedo, hay una razón para que yo mismo evoque la palabra miedo como parte de mi vida, pero también de mi infancia y parte de mi cuerpo.

¿Nos volvemos más miedosos con los años?

Porque tenemos más cerca la puerta de salida.

¿Cómo tapamos el horror?

Cantando. Canto mucho. Puedo estar solo, entristecido por algo y si viene alguien y compartimos es como si no estuviera solo. Cuando era un niño muy débil, tenía que atraer a los chicos para jugar en mi casa. Puedo estar triste, callado y de pronto alguien llama y trato de atraerlo como si lo atrajera a mi casa.

¿Ha sido una de las novelas más difíciles de escribir?

Suelo escribir muy rápido, luego reviso mucho, pero esta la he escrito como si quisiera ver cada uno de los elementos que voy contando. Todas las cosas que están en la novela que tienen que ver con el barrio, con los chicos, con la vestimenta, la escuela, el maestro, la pirotecnia donde trabajábamos… Todo eso me lo sé, no es inventado. Lo he visto mientras escribo. Trabajo, sobre todo en Tenerife, en un sótano y cuando bajaba por las mañanas a escribir y me ponía delante de la máquina, no era el que se ponía a escribir, era uno de los chicos contando su historia. En esos tiempos no envejezco, soy el que está viviendo aquella historia.

¿Por qué no escribió la historia hace veinte años?

Porque no estaba cansado, vivían mis hermanas, era reciente la muerte de mi padre, tenía la sensación de que la vida iba a durar más. Cuando muere alguien próximo, tu vida también se precipita al mismo abismo en el que cayó el otro. Hay una persona a la que está dedicado el libro, que es Rafael Cobiella que fue amigo mío hasta el final de su vida. Cuando se muere en ese organigrama que es el recuerdo, falta él, no está. En este libro fue llenando los huecos porque casi ya no estaba ninguno de los chicos.

En la entrevista en el suplemento ‘abril’ recordó la novela ‘Hay una juventud que aguarda’ de Paco Candel, una de las personas más transigentes que conocí. ¿Nos hemos vuelto más intransigentes?

Es una sociedad más descuidada, que se permite maldecir la memoria, considerar que la memoria no debe ser tenida tan en cuenta.

¿La memoria es experiencia?

La memoria es lo que recuerdas de la experiencia. La experiencia se diluye como la sangre. La memoria es la sangre de la vida. La memoria te avisa. Sin memoria hay abismo, olvido. Y olvido ruin.

Niñez, adolescencia y en la última parte la maledicencia.

La maledicencia era muy propia de mi barrio. Es muy propio de los lugares pobres porque hay mucha suspicacia, mucha delación. En aquel entonces había delatores, gente que quería complacer a los que mandaban y delataban a los que podían ser susceptibles de ser personas desafectas al régimen de entonces. El falangismo no fue solo personas, fue una manera de tratar a las personas, de ningunearlas, de ponerlas contra una pared. El paredón se llama así porque contra el paredón mataban a las personas, pero el paredón también es un modo de acosar a los que no son afectos. Ahora la presidenta de Madrid habla de las mujeres como personas malcriadas y borrachas. Malcriada era entonces una palabra mala. Si decías de alguien que era malcriado estabas señalando con el dedo. Me sorprende que el insulto forme parte de la definición. El insulto es el insulto.

Y al final un homenaje a Lorca.

En la presentación de mi libro en Madrid, con Julio Llamazares, recordé que terminé el libro cuando descubrí una frase de Lorca. [Coge el libro y lee] «Yo tuve la imprudencia de copiar con bolígrafo, sobre la mesita plegable que hay en los aviones, la dedicatoria que había puesto el maestro en el libro de Lorca y que me sabía de memoria, y que quisiera decir ahora, pero aquí es de donde soy y aquí tratan esas palabras que nunca olvidaré y que no eran del maestro, pero ahora sí que son mías. Todo se desvanece mientras las digo: “En este mundo de pobreza y de luz en el que he vivido y cuyo recuerdo todavía me preserva de los peligros que me amenazan, la satisfacción y el resentimiento...“ Ahora, con ese bagaje, emplazado por esas palabras, emprendo al fin lo queda del viaje, estos mil doscientos pasos, ojalá llegue, ojalá. Ojalá».

En esos versos encontré que estaba el propósito del libro. Escribí este libro para no tener rencor, no guardarle rencor a esa época, ni a los que me hicieron daño, ni aquellos a los que yo hice daño. La vida es un daño posible del que tú te tienes que arrepentir por si acaso.

Dice que solo es un poeta.

Solo soy un poeta, lo que pasa es que tengo un oficio que es el de periodista.

Explica en el documental de Brines de Rosana Pastor que cuando el poeta se fue de Madrid se quedó vacía.

Más vacía

¿Tanto espacio llenaba Brines?

En Paco había una bondad poco común en el mundo literario. Era pícaro y podía ser irónico, pero había siempre una comprensión de los demás. Llegaba a una hora determinada de la noche adonde cenábamos casi siempre. Si era invierno venía con un abrigo precioso de color azul oscuro y entonces yo le pedía si me dejaba que lo tocará.

¿Y eso?

En realidad, era muy grato el tacto, pero creo que ahí había un niño tocando cosas que eran inaccesibles para él en el pasado. Nunca tuve envidia de quienes fueran mejor vestidos, pero me preguntaba de qué estaba hecha la tela. Tendría 25 años cuando frecuentaba a Brines, Fernando Delgado, Ángel González y a muchos, había algo en ellos que hacía añorar tactos que nunca tuve. Nunca he sido envidioso, ni siquiera de la salud.

¿Y de la literatura?

Me encantan los libros. Como voy a ser envidioso de los libros hermosos.

Ha conocido buenos escritores y ha sido editor.

A veces viajo con algunos libros de los que tengo envidia.

¿Por ejemplo?

Uno de esos, con el que viajo hoy, es de Tomás Eloy Martínez, un gran escritor argentino, y me gusta mucho de ese libro suyo la narración que hace de una visita a Saint Tropez en la Costa Azul. Esta mañana leí un párrafo, le hice una foto y puse en Twitter: «Eso si es periodismo». El periodismo no está reñido con la literatura, pero al contrario que la escritura, tiene un matrimonio indisoluble con la realidad. Puedes contarlo mejor, pero no inventar nada.

Sigue enamorado del periodismo, pero hay gente que se dice periodista y se vanagloriaa de no leer periódicos.

Es imposible. Uno tiene que leer periódicos. Pero a veces hay que alejarse, como en épocas como esta. Hay que alejarse un poco de lo que llamamos periodismo porque no todo aquello que llamamos periodismo es periodismo.

Se escribe bien en las páginas de Cultura y Deportes.

Es posible porque habla de resultados, pero en el último tramo de este mes si analizamos lo que dicen los periódicos nos llevaremos la sorpresa de que los periódicos no están cuidando, no lo que se dice, sino lo que no se dice. Estamos diciendo cualquier cosa.

¿Por ejemplo?

La cobertura que se ha hecho en radio y televisión del rey emérito a Sanxenxo es una vergüenza para el periodismo televiso y radiofónico. La gente no se ha dado cuenta del daño que se ha hecho al periodismo gritándole al rey preguntas. Los periodistas no gritamos para hacer preguntas. Recuerdo que Jesús Cintora hacía un programa de televisión y mandó dos o tres periodistas a gritarles preguntas que se podían hacer en baja voz. Bastaba con que pidieras permiso para entrevistar a esas personas. Fui uno de los que aplaudió la entrevista que le hizo Évole a un alto cargo valenciano que podía merecer las preguntas, pero no puedes ir como periodista persiguiendo a una persona por un parque haciéndole preguntas que el otro no te está respondiendo. Es un fracaso del periodismo hacer preguntas que el otro no te va a responder. La dignidad del oficio requiere que tú dejes de preguntar en cuanto sabes que tus preguntas no son bienvenidas.

¿Qué le pasa a Juan Cruz con los números, los mil doscientos pasos, el 5802? He leído que hace ejercicios con los números.

Siempre he sido un niño y lo primero que aprende un niño son los números.

¿La eternidad siempre comienza los lunes?

Es el título de un poema Eliseo Diego, el padre de Eliseo Alberto, «La eternidad por fin comienza un lunes», y el hijo muchos años después escribió un libro que se titula así. No me gustan los lunes. La mayor parte de las cosas que no me gustan pasan los lunes y no sé por qué. Soy asmático, los lunes era el día de volver a la escuela, se acababa ese útero materno que es el domingo.

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