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Crítica/Música

En el país de Pat Metheny

Pat Metheny con Chris Fishman a los teclados y Joe Dyson Jr. a la batería. Miguel Lorenzo-Les Arts

El miércoles por la noche Pat Metheny invitó al público que abarrotó el Auditori del Palau de Les Arts a visitar su mundo. Cuando el legendario guitarrista apareció sobre el escenario, enarbolaba lo que bien podría ser la bandera de su país, de su obra artística, de sus mundos interiores: una guitarra de cuatro mástiles y 42 cuerdas que simbolizaba la libertad, la fantasía la innovación, la exuberancia, la personalidad, el carisma, el atrevimiento y el inconmensurable talento compositor y técnico con el que su dueño forjó las leyes de su propia nación hace 47 años. Los valores con los que cambió el lenguaje de la guitarra jazz y sirvieron para darle una voz diferente a la que le habían otorgado otras leyendas como Grant Green o Wes Montgomery.

El de Misuri bordó un concierto de dos horas y cuarto en el que desplegó todo su poder y capacidades. Está embarcado en una gira en la que presenta 'Side Eye', un disco grabado en directo en el que revisita algunos de sus viejos temas y les insufla nuevas energías y sensibilidades. Lo está defendiendo en formato trío, con Chris Fishman a los teclados y Joe Dyson Jr. a la batería. Dos jóvenes elementos que demuestran con cada golpe y cada caricia por qué escoltan al maestro. El ambiente era de emoción contenida, de silencio sepulcral y respetuoso, de alegría contenida y de sonoras ovaciones, cuando no rugidos extáticos, entre pieza y pieza o tras los solos. De público elevado, culto y cerebral que, sin embargo, llevaba escrita en la cara la emocionada y diáfana sonrisa infantil de quien tiene al alcance de la mano a un ídolo de juventud. Poniéndose de pie al ver su sueño cumplido al fin.

Pat Metheny con su legendaria guitarra. Miguel Lorenzo-Les Arts

Obviamente, el show giró en torno al virtuosismo de Metheny, que estuvo ciertamente impecable, pero también emocional, expresivo, locuaz hablando a través de sus guitarras con multitud de voces, tonos, matices y sonidos. Comenzó con una de caja hueca, meneando los dedos como centellas, interpretando el material que está presentando con precisión, alma y energía. Impresionante “Timeline”, con su Hammond estirando del carro y sus solos de batería, repleta de groove, divertida, dinámica y mollar.

Se colgó luego la maciza, pisó tres pedales y el espectáculo se empapó de la quintaesencia del sonido del mítico Pat Metheny Group. Con su incomparable sonido sintetizado, la guitarra del genio se movía fuera de tono, escapando del acorde marco, buscando escalas exóticas y sonoridades extrañas, generando tensiones. Tocando notas que no pertenecen a la escala ni a la tonalidad, sino que son de paso o aproximación, produciendo cromatismos que describen paisajes infinitos. Socavando los cimientos de la armonía tradicional e inteligible, desarrollando una masa viva y eterna a través de la improvisación. En definitiva, convirtiendo la guitarra en otro instrumento.

Metheny, investigador incansable y pionero en el uso de la tecnología al servicio del género, nos presentó al personaje con el que se completaba el cuarteto: el Orchestrion. Un ingenio mecánico guiado por protocolo MIDI que se parecía a una especie de enorme caja de música en la que sonaban percusiones y metalófonos, cuyas órdenes venían programadas de manera digital en lugar de provenir de un cilindro o un papel perforado. Tuvo su gracia ver como aquel armatoste con un pie en el siglo XIX y otro en el XXI coloreaba el resultado final.

Hacia el final del concierto, el maestro de quedó a solas con seis cuerdas de nylon para afrontar su celebrado “Medley” y destilar una música de una autenticidad y una pureza soberbias, sin etiquetas, antes de cerrar con “Song for Bilbao”, retomando el sonido que le convirtió en historia viva de la música y que ensanchó las fronteras del país del Jazz.

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