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Crítica

‘Patético’ silencio

Casado y Fabiola Herrera. Live Music València

Fue un silencio largo, muy largo. Y emotivo. Lacerado e intensamente expresivo. «Patético», como la mal llamada Sexta sinfonía que acababa de sonar en la inapelable, contundente y espaciosa versión de Pablo Heras Casado, quien retornaba al podio de la Orquestra de València tras el buen recuerdo dejado en su anterior visita, cuando, en octubre de 2019, dirigió una Tercera de Bruckner que marcó uno de los mejores conciertos de la OV en los últimos años. Él éxito ha sido en está ocasión aún más absoluto. Las numerosas salidas a saludar, en respuesta a los bravos y al aplauso intenso y unánime de todos -músicos y público- rubricaba una velada francamente excepcional.

No únicamente por la versión intensa y genuina, salida más del alma que del cerebro, personalísima, extremada en todo, de la mil veces escuchada sinfonía de Chaikovski, que en las manos sin batutas y con firma de Heras Casado sonó teñida de personales acentos e ideas. Una versión desnuda y descarnada. Sin contemplaciones ni paños calientes. No exenta de deslices instrumentales y desajustes, atenuados ante la poderosa contundencia sin reservas y a pecho descubierto del discurso expresivo. Excepcional velada también por el resto de un programa en cuya primera parte se escucharon maravillosamente entrelazadas las canciones de la valenciana Matilde Salvador, con las preciosas pero inapreciadas Vistas al mar de Eduard Toldrà. Un concierto, en definitiva, «la mar de atractivo» como cuenta Arturo Reverter en las notas al programa.

‘Patético’ silencio

Matilde Salvador (1918-2007), fervorosa catalanista desde su irrenunciable arraigo castellonense, se hubiera sentido feliz de escuchar hoy sus canciones tan abrazadas a la música de Toldrà. Canciones y «vistas» que hablan un idioma común, tan cercano al modernismo y a esa patria sonora que, desde Fauré y acorde con sus propias naturalezas, tan deudora es del templado y cálido Mediterráneo. Un mundo coexistido por Chausson y Albéniz, por Mompou y Palau, por Montsalvatge, Toldrà y la propia Matilde Salvador. También por su marido y maestro, Vicente Asencio, que tantas veces orquestó los pentagramas de sus inspiradas y sencillas canciones.

Acentos tenues, gratos, tintados de melancolía y sugestiones populares. Brisas sonoras frescas y estimulantes, suavemente moduladas. Sencillas pero no simples. Preciosamente orquestadas y decidido lirismo. ¡Mediterráneo! Así son las canciones de Matilde Salvador, y así las entendió un Heras Casado que se remangó las mangas para ahondar en las sutilezas y bellezas que entrañan. En muy contadas ocasiones las canciones de Matilde han sonado tan escrupulosa y lealmente dichas.

El mestre granadino, que habla catalán sin acento andaluz, ama este repertorio -Granada también es Mediterráneo-, y lo demostró en el detalle con que mimó las músicas de su colega Toldrà (el creador de Vistas al mar fue, además y sobre todo, un activo director de orquesta) y en la devoción que mostró ante los compases resonantes de Matilde Salvador. Como solista, la veterana mezzosoprano Nancy Fabiola Herrera las cantó con intención y veteranía, aunque apenas se entendiera alguna que otra palabra. «València» y poco más. La palabra y su matiz también es música. Una minucia en un cita extraordinaria. Por el programa y por el maestro, uno de los máximos directores españoles en el mundo. Pero también por estar dedicado «muy sentidamente» a la memoria (eterna) de Teresa Berganza. La tristeza de su ausencia se hace más llevadera con conciertos como éste. Un beso.

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