“Cerramos porque tengo 70 años y porque no hay personal adecuado para trabajar en la hostelería”, asegura Toribio Anta, propietario de la madrileña Casa Toribio, con la voz entrecerrada, casi sin fuerza, a horas de bajar la persiana definitivamente del restaurante al que le ha dedicado su vida y sus sueños. Habla con el sentimiento de haber perdido fascinación por lo que amaba, con una intensa nostalgia, la misma que lo ha llevado a cerrar en el último día de junio de 2022.

Su local es un sitio flanqueado por pinturas y carteles taurinos que, cuando entras y te sientas en la mesa, tienes la sensación de que el tiempo no pasa.

Su propietario empezó a trabajar con 15 años en el Mesón Taurino Julián Rojo, donde estaba expuesto el último vestido con el que Manolete hizo el paseíllo en Las Ventas: “Era un verde y oro y lo pedí prestado para exhibirlo en mi local durante el 50 aniversario de la muerte del monstruo en Linares, pero me dijeron que no”.

Luego, en 1980 abrió el Pub New Street, un local cuya decoración interior recordaba a una calle londinense. Allí triunfó por su cóctel de champagne, el café Irlandés y el gin-tonic con piel de limón. Pero su extraordinaria fama llegó con un cabrito asado por encargo que, en el año 2000, le obligó a renovar la vitola del local: “Cambié a restaurante-bar porque no podía dar comidas en un sitio para cócteles y así comenzó la andadura de Casa Toribio”.

Aquí se comía el mejor rabo de toro porque la mayoría de rabo de toro que se ofrece por ahí es mentira, no es de toro de lidia auténtico”, expone. Y es que Casa Toribio era el único restaurante que, durante más de 20 años, tenía la exclusividad de comprar la totalidad de la carne procedente de las reses que se lidiaban en Las Ventas y en el resto de plazas de toros del territorio nacional como la de València, Alicante o Castelló: “Guisaba unos 5.000 kilos de rabo de toro al año”.

Una imagen del interior de Casa Toribio. Levante-EMV

La receta de rabo de toro

Su mujer, Mari Carmen Rodríguez, es la dueña de la mejor receta de rabo de toro, esa que tiene la excelencia: “Cuando la carne venía de la plaza, la trinchábamos por la coyuntura y la dejábamos un día en reposo cubierta de vino tinto. Nuestra forma de hacerla era muy natural, tardábamos cuatro horas en cocinarla. Por eso estaba tan sabrosa”, recuerda Toribio.

“He tenido una clientela maravillosa, pero últimamente a la gente también le costaba valorar el producto, que era de primerísima calidad”, asegura. Casa Toribio, según declara su propietario, llegaba a rechazar a más de cien comensales diarios durante la Feria de san Isidro, fechas en las que se llegaron a vender “tres millones de pesetas en puros”.

Ahora, los aficionados a los toros siguen llamando para comer. “El domingo hay una corrida de toros en Las Ventas y me piden mesa, pero les he dicho que está cerrado ya para siempre”, concluye.