Expectación en el Teatro Principal ante una oportunidad de oro para ver a uno de los grandes guitarristas de jazz del siglo XX que todavía quedan en activo en uno de los dos únicos conciertos que va a dar en España. John Scofield presentaba su nuevo proyecto, Yankee go home!, en el que recupera algunas de sus canciones favoritas y las interpreta con su característico lenguaje de originales e incomparables fraseos, resbaladizos y sinuosos. Explorando cada nota de cada acorde, exprimiendo su sonoridad a tope, con solos muy cambiantes y rítmicamente complejos.

«Voy a tocar canciones para babyboomers, así que, si no os sabéis el título, preguntad a alguien más mayor que vosotros», explicó el maestro. Los primeros compases sonaban bastante familiares, pero cualquiera las reconocía, sobre todo en la parte central, después de pasar por su túrmix de seis cuerdas. Una trituradora que funciona a base de rearmonizaciones y cambios de acento y compás que deforman la melodía hasta dejarla irreconocible. Exigiendo al oyente una atención continua, creando un desasosiego que se resuelve cuando vuelve al motivo original, que es cuando aplaudes agradeciendo la energía transmitida, pero también porque descansas con el mismo alivio como cuando se salva el protagonista de la peli después de haber estado a punto de caerse al volcán. Si esto que leen les parece marciano, tendrían que haberlo escuchado in situ.

Con un sonido natural, esa pizca de saturación marca de la casa y sin renegar de técnicas tan rockeras como el tapping y otros adornos sonoros, el de Dayton pasó la velada acompañado por un batería hiperactivo y en continua mutación, un contrabajista con palancas en lugar de dedos y un piano casi siempre dulce, ordenado y melódico, que construía el andamio desde el que guitarrista disparaba su pirotecnia. Por mí mismo reconocí «Mr. Tambourine man», vía Byrds, y dos canciones de Neil Young. «Old man» comenzó con un inusitado vigor en los primeros compases, pero se derritió como un helado al sol de julio ante la fascinada mirada de un teclista que esperaba su hueco para entrar en medio de la cósmica improvisación de Scofield. En cambio, «Only love can break your heart» adoptó la forma de una balada jazz que respetó el candor y la belleza serena y folk de la original.

Perdido en la sala de espejos deformantes del gachó de nívea perilla, ya tuve que preguntar a los viejos del lugar por los títulos. No es importante, pero uno tiene sus manías. Parece ser que tocó «I can’t go for that (no can do)» de Hall and Oates, en la que trocó el soul pop original por el funk cálido que expulsaba su combo de guitarra Ibanez y ampli Vox, y «Wichita lineman», del countryman Glenn Campbell. Algunos me aseguraron que se atrevió con «Eyes of the world», de los Grateful Dead, y no me extrañaría, porque hacia el final del show me pareció observar en sus manos furiosas el espíritu de los largos y ácidos desarrollos de Jerry García. Para acabar, Scofield nos regaló una sosegada “Grand tour” con la que nos fuimos en paz a casa después del esforzado trabajo realizado desde nuestras butacas.