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Un repertorio infinito

Ana Torroja Rodrigo Márquez

Después de una hora y tres cuartos de actuación, Ana Torroja preguntó al público si alguien había echado en falta alguna canción, si alguna persona se había quedado sin escuchar su tema favorito. Que ella lo intentaba arreglar aunque fuera sin banda, porque el cuarteto tampoco se las sabe todas. Explicó, eso sí, que iba a requerir la ayuda del respetable. Chica, qué dices. Ahora que la peña elucubra sobre lo que tiene que ser un concierto de rock o de pop, que si el karaoke, que si el espectáculo, la marquesa se marcó diez minutos a capella, pactando con un público frenético las canciones que iban a cantar juntos. Sombra aquí y sombra allá, maquíllate; busco, busco, busco algo barato; es por culpa de una hembra que me estoy volviendo loco, perdida en mi habitación sin saber qué hacer, y los muertos aquí lo pasamos muy bien entre flores de colores. No sé si les suenan. A pelo y con la carne de gallina, como un himno en la final de un mundial. Es lo que tiene contar con un repertorio interminable que habita en el recuerdo de docenas de millones de hispanohablantes a un lado y otro del Atlántico, quieras tú o no, amaras u odiaras a Mecano.

Ana Torroja Rodrigo Márquez

Que sí, que las canciones no son suyas. Tampoco eran de Elvis o de Sinatra. José y Nacho las compusieron y ella las cantó, otorgándoles vida con esa voz tan peculiar y fijándolas en el imaginario popular por los siglos de los siglos. Será eterna cuando yo ya no esté, dijo de “Mujer contra mujer”, obra maestra por características sociales más allá de las estrictamente musicales. Canciones que sólo cobran su significación completa cuando las canta ella, como “Aire”, “Hijo de la luna”, “La cuenta atrás” o “Barco a Venus”. Pedazos a todo color de la historia de un país que, hasta que llegaron ellos y cuatro más, se escribía en blanco y negro. Coplas con una enjundia colosal que trasciende lo meramente artístico. Otras de menor calado, pero igualmente populares, concesiones obvias y cabales a la nostalgia, faltaría más, venían agrupadas en un medley al principio del show con mucho bombo para alborotar al personal: “El cine/Ay qué pesado/Me colé en una fiesta/Hoy no me puedo levantar”.

Será eterna cuando yo ya no esté, dijo de “Mujer contra mujer”, obra maestra por características sociales más allá de las estrictamente musicales

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Tampoco es que aquello fuera estrictamente un concierto de Mecano. Hubo tiempo para canciones de su carrera en solitario como “A contratiempo”, “Corazones”, “Duele el amor” o “Ya fue” y “Llama” de su último disco, pero el personal estaba allí para recibir su ración de morriña y vaya que si la tuvo. En unas ocasiones, disfrazada con acertados nuevos aires trágicos y recogidos en “Cruz de navajas”, rockeros en “Los amantes” o bailongos funk en “La fuerza del destino”. En otras, cambiadas para mal, como en “El 7 de septiembre”, ominosa, roma y sin brillo.

La gente que decidió pasar la tórrida noche en Viveros junto a ella coreaba las canciones con entusiasmo y tacto a la vez, acabando los versos cuando Torroja lo pedía o en estrofas regaladas por completo ante la ilusión y la complicidad de una madrileña que dice sentirse en casa cuando pisa València, y que lució tres modelitos diferentes y bien brillantes, como la estrella que es. Después de echar unas risas muy cariñosas junto a ella en ese momentazo que les contaba al principio, llegó la despedida con “Me cuesta tanto olvidarte”, que completó las dos horas de un espectáculo cómodo, divertido, más que digno y que soportaba todavía media hora, o una entera, o dos. Lo que les decía, un repertorio infinito.

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