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Grisolía: "No tengo grandes esperanzas puestas en el futuro"

El bioquímico habló sobre todas las cuestiones, desde la decepción de no haber conseguido el Nobel hasta las claves del populismo: "La gente piensa poco" - Desde un punto de vista científico, "Dios no existe"

Santiago Grisolía el 9 de marzo de 2020, días antes de decretarse el estado de alarma. . FERNANDO BUSTAMANTE

Cuando se repasa la hemeroteca de un personaje público tan prolífico en lo profesional como Santiago Grisolía, no es tan habitual hallar opiniones de todas las cuestiones. Las personas suelen centrarse en sus disciplinas, en sus carreras o en hablar de aquello que más conocen. Pero cuando se está al borde del centenario, es casi obligado transmitir sus juicios y valoraciones de lo que nos rodea, y Grisolía así lo hizo en la última entrevista concedida a Levante-EMV, el mismo día en que España se confinaba por la pandemia de la covid-19.

El titular, entonces, fue el mismo que hoy. «No tengo grandes esperanzas puestas en el futuro». Lejos de ser una afirmación pesimista - «elegí ser un optimista», aseguró en el mismo cuestionario-, Grisolía enarbolaba la bandera del presente como el ejercicio a practicar diariamente. Afirmó entonces que el futuro es imprevisible, y entonces, con 97 años en el momento de este encuentro, apuntó que la muerte le seguía incomodando. «No, nunca te habitúas a ella, no es una buena compañera», sentenció.

El bioquímico no dejó claro si Dios era para él un apoyo, porque desde un punto de vista científico, «Dios no existe». Ahora bien, reconoció que buena parte de su generación fue educada en la religión y sus valores y, como tal, algo quedó en ellos. «Las religiones son necesarias, al menos quieren inculcar comportamientos éticos», argumentó.

Sin embargo, al filo de cumplir 100 años y con la licencia de juzgar con sus ojos el presente, huyó del revisionismo histórico por el cual se aplica la mirada de hoy a hechos del pasado. «Es un error colosal», sentenció.

Advirtió entonces que sí que hay que tener en cuenta la historia y su devenir, porque mucho de lo que ya ha sucedido volverá a pasar y más vale estar prevenidos. Una de esas cuestiones a tener en cuenta es sin duda el populismo que, en 2020, todavía encabezaba Donald Trump en EE UU, país en el que Grisolía residió 40 años. ¿Por qué el país valedor de la democracia cayó en las redes del populismo? «Porque la gente piensa poco», aseveró.

Atacó entonces el maremágnum de medios de comunicación del siglo XXI cuya información no es capaz de digerir el grueso de la sociedad, sobre todo la emitida por las televisiones y las redes sociales donde impera el alarmismo, «un mal de nuestro tiempo». En este sentido y otra de las preocupaciones imperantes en este siglo, donde Grisolía se sentía cómodo -reconoció que usaba su móvil, su correo y electrónico y el ordenador con frecuencia- es la emergencia climática que no puede esperar más, pero tampoco puede meterse miedo con ella.

El bioquímico abogó entonces por concienciar y explicar de forma sosegada lo que está ocurriendo y cómo atajarlo. Defendió que había que transmitir la necesidad de ser austeros, que es «una virtud social» porque «el crecimiento destructivo empobrece». «Sin atemorizar, que la gente entienda que destruir el territorio nos empobrece a todos», explicó.

Ante estas cuestiones que en un futuro inmediato habrá que ser contundentes, el presidente del Consell de Cultura no dudó en apuntar a los jóvenes como los que cambiarán las dinámicas en estas políticas, no solo ambientales. A ellos les animó a «rebelarse» porque «no nos deben nada».

La corrupción "pasará siempre"

A lo largo de toda su carrera y sobre todo una vez volvió de Estados Unidos y se asentó en València, convivió con todos los agentes sociales, políticos y económicos de la Comunitat Valenciana. No esquivó las preguntas sobre la corrupción durante los últimos 30 años de los representantes públicos, una cuestión donde aplicó resignación porque «pasó, pasa y pasará siempre» pero sobre la que pidió «cero impunidad». En una entrevista anterior, en 2017, el científico fue más allá porque apuntó a que estos comportamientos «desgraciadamente, van con la conciencia humana, que siempre quieres más para ti».

Él, que se codeó con todos los cargos públicos que más tarde se vieron envueltos en escándalos y todo tipo de delitos económicos que coparon titulares desde la segunda década de los años 2000, no pudo creerlo, «ni siquiera lo pensaba, ¿cómo iba a pensarlo?». Y tampoco escatimó en calificar la muerte de Rita Barberá como «el final más triste que he visto».

Ahora bien; ese lastre reputacional se corrigió, según dijo, con la entrada del Botànic, un gobierno que en el ecuador de su primera legislatura lo estaba haciendo «muy bien» aunque, eso sí, debía «darle un empujón a la ciencia», una reivindicación que siempre ha exhibido en cada entrevista que ha concedido a lo largo de su carrera.

La covid: alarmismo y pocos datos

Como cualquier otro ciudadano, su percepción de la pandemia cambió a medida que los muertos comenzaban a escalar. En ese encuentro días antes del confinamiento, Grisolía consideraba que se estaba gestionando con alarmismo porque otras enfermedades, como la gripe o los ataques al corazón, tenían una tasa de mortalidad muy parecida y sin «tanta repercusión mediática».

Una opinión que cambió un año después, a tenor de la envergadura que tomó el coronavirus SARS-CoV-2 y que le llevó a criticar una gestión «mala» con datos que «no declaran la verdad» y que son «un poco deficientes». Así lo señaló en una entrevista a la Agencia EFE donde lamentó que hoy en día, la sociedad «vaya más encaminada a la juventud» mientras los más mayores morían por doquier. «Antes a los viejos se les tenía en consideración porque podían dar consejos y recuerdos, pero eso ya está olvidado», lamentó. Sin embargo, su aportación a la ciencia y la cultura será difícilmente olvidado, mucho menos por los protagonistas que según él le han granjeado su longevdad: «Los buenos amigos».

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