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Festival de Salzburgo, la fiesta de la música

Pese a la mengua de nuevos forasteros, el turismo de élite sigue fiel y unánime para escuchar a los mejores intérpretes del mundo

Cecilia Bartoli (Rosina) y Alessandro Corbelli (Bartolo), en ‘El barbero de Sevilla’. | SF / MONIKA RITTERSHAUS

Asombrosamente, hay menos bulla que otros años. Aunque casi lo único que realmente hayan visto del Festival sean los cientos de carteles y banderolas que invaden la ciudad, además de los esmóquines y descarados trajes de ellas en los accesos a los conciertos.

Una semana entre los adinerados melómanos fieles al Festival es una experiencia apta solo para apasionados de la música o degustadores de lo mejor. En los últimos siete días se sucedieron más de 25 conciertos en la densa agenda festivalera, algunos de modo simultaneo. Casi todos del más alto, altísimo rango.

La agotadora odisea festivalera se expandió desde el viernes, 29 de julio, cuando se estrenó una nueva producción de la ópera Il Trittico de Puccini, con la Filarmónica de Viena en el foso y Franz Welser Möst en el podio, hasta ayer mismo, viernes, en el que la pianista-estrella Yuja Wang acabó su recital con las más exigentes músicas de Isaac Albéniz, Málaga y Lavapiés, ambas de la suite Iberia.

El sábado 30, por la mañana, un prometedor concierto con Thielemann, Elïna Garança y la Filarmónica de Viena, con Brahms y Bruckner en los atriles; por la tarde un recital de Daniil Trifonov (Szymanowski, Debussy, Prokófiev, Brahms). El domingo nueva doble jornada: por la mañana, monográfico con las tres últimas sinfonías de Mozart en el Mozarteum, con la orquesta titular dirigida por Riccardo Minasi; por la tarde, en el mismo espacio -la bellísima Grosser Saal del Mozarteum- un concierto del Klangforum de Viena con Sylvain Cambreling, dentro del ciclo dedicado al compositor Wolfgang Rihm, con motivo de cumplirse los setenta años de su nacimiento. Luego, muchas óperas, casi siempre con el lujazo de la Filarmónica de Viena en el foso: Flauta mágica, El barbero de Sevilla, El castillo de Barbazul…

Los más grandes

Todas las actuaciones son una gota de agua en una edición en la que casi es más rápido señalar quiénes no actúan de entre los más grandes. Entre los que sí participan, por añadir solo algunos nombres a los ya citados, Filarmónica de Berlín, Barenboim, Salonen, Muti, Currentzis, Nelsons, Blomstedt, Petrenko, Honeck , Mutter, Kopatchinskaya, Flórez, Grigorian, Kaufmann, Damrau, Goerne, Kleiter, Beczala, Oropesa, Gerhaher, Zimmermann, Maistre o los españoles Jordi Savall y el violonchelista Pablo Ferrández.

No menos espectacular es la orgia de pianistas, en la que no faltan Sokolov, Kissin, Bronfman, Aimard, Wang, Lang, Schiff, Say, Volodos, Levit, Pollini (¡que a sus 80 años tocará el 21 de agosto la dificilísima Sonata Hammerklavier de Beethoven!) o el ya citado Trifonov.

El estreno, el viernes, de la producción de Il Trittico firmada escénicamente por Christof Loy ha constituido un inapelable éxito de público. Pero faltó el misterio indescifrable de la l’italianità. El nuevo trabajo de Loy no molesta, pero resulta insuficiente para un director de escena de su talla y un marco como Salzburgo. Tediosamente dirigida por el austriaco Welser Möst, musicalmente hubo una única y grandiosa triunfadora: la soprano Asmik Grigorian, que salió gloriosamente airosa del reto de interpretar las tres protagonistas femeninas. La soprano lituana de origen armenio fascinó con su canto delicado, que sirvió tanto a una Lauretta divertida y cálida (su «O mio babbino caro» de Gianni Schicchi rompió el silencio del público, que le regaló el único aplauso fuera de los finales), como a una descarada, desenvuelta y maravillosamente cantada Giorgetta.

Versión inolvidable

Ni se sabes cuántas veces salió a saludar Christian Thielemann el sábado por la mañana, al final de su concierto con la Filarmónica de Viena. Tras una Novena sinfonía de Bruckner que quedará grabada en los anales del Festival de Salzburgo entre las versiones más inolvidables escuchadas en las últimas décadas.

Antes la letona Elïna Garança fue solista ideal, con su voz de flexible acero, en la Rapsodia para contralto, coro masculino y orquesta de Brahms. Su voz y expresión aportaron fuste, intensidad, lirismo y efusión a una perspectiva también teñida de dolor, incertidumbre y nostalgias.

Grande entre los grandes del piano contemporáneo, pese a su juventud recién treintañera, Daniil Trifonov (1991) reapareció la tarde del sábado en Salzburgo tras un periodo de inactividad forzado por problemas en el codo izquierdo. Lo hizo con un programa diverso cargado de enjundias técnicas y exigencias expresivas.

Recital de pianista en plenitud. Ideas, sensaciones, conceptos y visiones se volcaron en la magistral y poco tocada Tercera sonata de Szymanowski que abrió el programa, cargada de destellos, voluptuosidades, compromiso y genialidades, a mitad de camino -no solo geográficamente- de Scriabin y Debussy.

El Debussy de Pour le piano se reveló con caleidoscópica riqueza de matices . De nuevo, los episodios más lentos -la zarabanda central- encontraron los mejores ecos y reflejos. El público que abarrotó el inmenso Grosses Festspielhaus de Salzburgo -2.179 localidades- aplaudió a rabiar, pero él, impertérrito al halago y al éxito -entraba y salía de escena a lo Sokolov-, limitó la tanda de propinas a una sola pieza, pero que vale por mil: el coral bachiano Jesus bleibet meine Freude, en la adaptación pianística de Myra Hess. Daniil Trifonov alzó a todos al paraíso.

El domingo, Riccardo Minasi, tan querido y triunfador en el Palau de les Arts, donde tanto gustó en el concierto que dirigió el pasado noviembre a la Orquestra de la Comunitat, desnudo de impurezas y cargó de energía, vigor y precisión las tres últimas sinfonía de Mozart. Acaso faltaron color. diversidad y colores en unas lecturas exentas casi de vibrato, rigurosamente articuladas y casi siempre exultantes. Por la tarde, en la misma sala del Mozarteum. El formidable Klangforum de Viena lució sus muchas cualidades individuales y de conjunto en una interpretación estremecedora de Chiffre-Zyklus, de Rihm.

Luego el estreno de un controvertido montaje escénico basado en la ópera El castillo de Barbazul, de Bartók, una nueva y discreta producción de La flauta mágica que quizá hubiera sido pitada en Les Arts, o, el jueves, un bastante impresentable atropello al rossiniano El barbero de Sevilla, vulgarizado hasta la indignación por el tenor venido a director de escena, Rolando Villazón, que dirige la escena verdaderamente con «testa di tenore».

Vocalmente, destacaron todos -Nicola Alaimo, Corbelli, Edgardo Rocha, Alessandro Corbelli, Ildebrando D‘Arcangelo- menos la diva del montaje, una Cecilia Bartoli que a sus 56 años, más que Rosina, la protagonista de la ópera sevillana de Rossini, parece su tía abuela. El público, claro, la baño a aplausos y cariños. En fin. Lo de siempre. Al fin y a la postre, el público de Salzburgo es el mismo de aquí y allí. Aunque, esto sí, con más perras.

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