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La subasta de los festivales: con Benicàssim empezó todo

De la pausa del covid-19 no saldrá una crisis de los macrofestivales, sino todo lo contrario, más convocatorias, más grandes y con tensas rivalidades, augura Joan Vich Montaner, profesional vinculado al pionero Festival Internacional de Benicàssim durante 25 años, donde empezó de camarero y terminó siendo codirector. Cuenta sus experiencias en el libro ‘Aquí vivía yo (una crónica emocional de mis 25 años en el FIB)’.

La subasta de los festivales: con Benicàssim empezó todo. EFE

Hace 27 años, la pregunta era: ¿por qué un Reading Festival o un Glastonbury no pueden funcionar a la orilla del Mediterráneo, con un clima benigno y aprovechando el evidente tirón turístico? Y los primeros en darle respuesta y en crear una marca que pudiera sostenerse fueron los impulsores del Festival Internacional de Benicàssim (FIB), muestra que, ahora podemos verlo, fue el embrión de la rampante ‘festivalitis’ que hoy conocemos.

Efervescencia esta que suele discutirse: ¿una burbuja que puede pincharse en cualquier momento? “Hace ya 14 años que hablamos de esa burbuja, lo cual ya no tiene sentido. Es un contexto y un ecosistema que está sano, aunque la competitividad sea dura y cruel”, defiende Joan Vich Montaner, el mayor corredor del fondo del FIB, que se estrenó en su primera edición, en 1995, como camarero y que, tras moverse luego a funciones de prensa y de contratación, terminó siendo su codirector en 2019, antes del parón pandémico y de la compra del festival por parte de The Music Republic (empresa a cargo de eventos como Arenal Sound, en Borriana, o del sevillano Interestelar).

Aquel marchamo ‘indie’

Vich Muntaner, mallorquín de 1972, ha publicado un libro, ‘Aquí vivía yo (una crónica emocional de mis 25 años en el FIB)’ (Ed. Libros del K. O.), trufado de historias entre bambalinas de esa muestra creada por “unos locos románticos” que, vista con la distancia, resultó ser “una escuela” en el ramo. “El Primavera Sound comenzó con una carpa electrónica en el FIB, y Alfonso Santiago, del BBK, ha reconocido que vino a Benicàssim y decidió hacer algo parecido en Bilbao”, explica. Pero no hay que olvidar que el FIB nació con muchas nubes en el horizonte, muy ligado un ‘indie’ británico de alcance limitado (The Jesus and Mary Chain, The Charlatans, Ride) y con gigantes que crecían a su vera: el Doctor Music Festival emergió solo un año después, luciendo a astros como David Bowie.

Ahora que tanto se habla de la mezcla de estilos en los festivales, y de la disolución de las categorías de alternativo y ‘mainstream’, el FIB ya movió piezas en esa línea cuando, en 2004, fichó a Pet Shop Boys y a leyendas como Kraftwerk, Brian Wilson y Lou Reed. Cartelazo que “no fue bien recibido”, recuerda Vich Montaner, porque “el público quería ver a los artistas del momento y no tenía conciencia de que esos artistas eran tótems”. Pero el rumbo estaba marcado: el festival no podía depender de traer cada año a The Chemical Brothers, Blur o Suede, y en 2008 presentó a Leonard Cohen, y en 2011, a una muy discutida Julieta Venegas.

Exclusividades en alza

El libro alude a la primera ‘guerra de festivales’ (2004-2008), con bajas aparatosas como el 'Summercase'. Un término este que el autor ve “más periodístico que real” y que sitúa en la lógica del mercado: hablamos de un periodo breve, el verano, “en el que muchos festivales pugnan por un artista para el mismo fin de semana”. Los cabezas de cartel se configuran como resultado de “una subasta”, y entran en juego las exclusividades. “Si a un artista le dices que no podrá tocar en ese territorio durante seis meses, o incluso doce, habrá que pagarle por eso”. A esa práctica se han abonado más en España que en otros países. “En Francia, las exclusividades suelen ser de 150 o 200 kilómetros, sin cubrir el país entero”.

Pese a todo, Vich Montaner no habla de guerras, sino de “competencia muy fuerte”, rivalidades que “en 2023 serán más grandes todavía”, pronostica, en respuesta a quienes, a raíz de la crisis del covid-19, auguraban un correctivo drástico a las grandes convocatorias. “Solo en Andalucía ya hay dos nuevos macrofestivales este año, Big Festival y Cala Mijas, y tendremos el Primavera en Barcelona y en Madrid, y Mad Cool, y un Mallorca Live que este año ha crecido… Si hasta muy poco eran cuatro, Primavera, Sónar, FIB y BBK, ahora serán ocho o diez”. Todo ello configura “un modelo de país”, valiéndose de la posición de España como destino vacacional y de la entrada en escena de las ayudas públicas, “que vienen más de los departamentos de Turismo que de Cultura”.

Una experiencia incómoda

Los cachés se disparan: hasta un millón de euros, o más, para las bandas punteras de este verano. Cada muestra sabrá cómo cuadra los números, y cómo gestionar ocasionales crisis de reputación, como las que a veces se observan en las redes por parte de asistentes que se han sentido maltratados. “Si un festival es poco detallista con su público, este puede decidir no volver”, razona, partiendo de la base de que un festival, por regla general, “suele ser una experiencia incómoda”. Y por ello la clientela se sitúa por debajo de los 40, “o de los 35”. Volviendo a la hipotética burbuja, el exdirector del FIB no descarta que “pueda llegar a quebrar algún festival concreto”, pero ve “difícil que se rompa el ecosistema”.

En realidad, Joan Vich Montaner se lo mira ahora todo con menos implicación personal, dado que, tras esos 25 años de servicio al FIB, hoy ejerce de mánager de artistas (The Parrots, Melenas, Ghouljaboy). Aunque, preguntado por el presente de la remozada muestra de Benicàssim, que este verano ha atraído a las multitudes con un cartel de acento autóctono, responde con cortesía. “Espero que les vaya muy bien. El FIB representa 25 años de mi vida y es como mi equipo de fútbol”.

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