Crítica de danza
Destellos de un ser brillante
Sara Esteller
En Carme Teatre comenzaron su programación con el mes, fieles a su público y a los artistas, que necesitan las salas abiertas el máximo de tiempo posible para mostrar sus creaciones. La danza, siempre tan presente en este espacio, ha comenzado con fuerza en su programa. «The Very Last Nothern White Rhino» es una obra que llegaba avalada por los buenos comentarios, una gira amplia y la producción del festival Grec junto a la desaparecida sala Hiroshima de Barcelona.
Del solo interpretado por el artista de Costa de Marfil Nicol Yao Dapre, conocido como Oulouy, se puede decir que es poesía en movimiento. Su capacidad de evocación, de sugerencia, la atmósfera que consiguen la iluminación y el espacio sonoro son cruciales para que la propuesta artística se eleve pese a su aparente sencillez. La presencia física del bailarín, alto, espigado, desbordante de capacidad expresiva, es determinante para ello. El director de la pieza, Gaston Core, lo ha sacado de su hábitat artístico, las danzas urbanas, y lo ha colocado en el centro de una obra sutil, elegante, de una delicada fortaleza, que tiene múltiples lecturas y a la vez puede ser vista con mirada puramente estética. En ambos casos la persona que la ve, convocada a una fiesta de gestos y detalles, se embarca en un viaje. La escena inicial es un baile de manos, con dedos, palmas, puños y nudillos en ajetreo mientras el bailarín permanece de rodillas, muy cerca del público. De su corporalidad de largas extremidades extrae el máximo, cuando se levanta hay un paso de lo pequeño de las manos a lo grande de su cuerpo, pero el detalle sigue siendo crucial, con los brazos como ondas o el torso oscilante mientras las «Variaciones Goldberg» de Bach lo acompañan.
Su movimiento es libre, no parece sujeto a un parámetro ni encorsetado en un código, fluye como lo haría el de un animal salvaje. Por eso, una de las lecturas de la pieza sería la de ver a ese rinoceronte/ser vivo en sus últimos momentos de libertad y vida, a veces atrapado (cuando transita esquinas y paredes), a veces gozando del espacio, de la amplitud. Percibimos también con su danza perplejidad, abandono, deriva, incluso convulsiones, en ese monólogo corporal en sombras. La iluminación, muy tenue, expresa, a veces arropando y otros acotando puntos para el baile. Parece contenido en muchas ocasiones, pero ese ejercicio de coreografía de contrastes es el puntal de la pieza. Cuando el movimiento se abre al cuadrado de la sala percibimos al ser vibrante que representa.
La singularidad de la propuesta se encarna en un intérprete elástico, flexible, articulado, que eleva su expresividad a la sofisticación casi por contención. Destaca el espacio sonoro de Jorge da Rocha, sonidos y músicas que envuelven de forma brillante el devenir de un ser que es pura vida.
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