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MÚSICA CRÍTICA

Anna Bolena, el triunfo de la música

La soprano Eleonora Buratto como Anna Bolena en el escenario del Palau de les Arts. | ARTSFOTOGRAFIA

Nueva diana del Palau de les Arts. En esta ocasión ha sido en la inauguración de la temporada lírica 2022-2023, que no ha podido tener comienzo más vibrante y brillante. La ópera valenciana y su director artístico, Jesús Iglesias, han logrado reunir un reparto sin fisuras, de cantantes de primer orden, para abordar un título tan exigentemente belcantista como Anna Bolena, la «tragedia lírica» en dos actos que el joven Gaetano Donizetti -33 años- da a conocer en Milán, en el teatro Carcano, en diciembre de 1830. La discreta puesta en escena, coproducida por el Palau de les Arts Reina Sofía, la Ópera Nacional de Ámsterdam y el Teatro San Carlo de Nápoles, no logró desdibujar ni menguar el interés y méritos de una noche de absoluto éxito, que el Palau de les Arts quiso dedicar a la muy querida y admirada soprano eldense Ana María Sánchez, fallecida el pasado 17 de septiembre.

Soprano en plenitud, Eleonora Buratto ha cristalizado una interpretación cargada de intuición dramática y abolengo vocal. En su debut en el rol del exigente papel de Anna Bolena, ha brillado con su vocalidad luminosa, plena de arrojo y empatía dramática. A su éxito contribuyó decisivamente el gobierno sabio y experto del veterano maestro Maurizio Benini, quien puso orden, concierto, estilo y criterio en una función que quedará en los anales de Les Arts.

La Buratto ha colmado el emblemático personaje -tan marcado en su versión operística por Maria Callas y su célebre grabación de 1957- de registros y matices. No ha incorporado ni un solo sobreagudo a la partitura y se ha metido en la piel de la tragedia de la segunda esposa de Enrique VIII. Con ella ha sufrido y se ha dignificado. También con su canto y con su sentir belcantista. Ha dado credibilidad y realidad a un papel por ella misma considerado «verdaderamente increíble». Cerró el primer acto con concertante brillantez, perfectamente involucrada en el dictado vibrante de Benini.

La actuación de «Eleonora Bolena» alcanzó máxima emoción durante el segundo acto, en el momento excelso del dúo con su rival y amiga Giovanna Seymour, fidedignamente encarnada por la mezzosoprano valenciana Silvia Tro Santafé, en un papel que le va como anillo al dedo y en el que en absoluto desentonó dentro de un reparto de campanillas con el que cualquier teatro de ópera del planeta se daría con un canto en los dientes. Inolvidable el calor y efusión con que la Buratto cantó un Piangete voi? ... (cabaletta incluida sin sobreagudo). Aplauso sin reservas merece igualmente el perfilado e involucrado Smeton de la mezzosoprano moscovita Nadezhda Karyazina.

Alex Esposito, que ya fascinó en el Palau de les Arts el pasado enero con sus interpretaciones de los demonios de Los cuentos de Hoffmann, ha vuelto a hacerlo ahora con su implacable encarnación de Enrico VIII, personaje que él carga histriónicamente de talento dramático y potencia vocal. También de excesos gestuales de corte casi veristas, que, en cualquier caso, no chirrían en una puesta escena que no es «ni chicha ni limoná», ni moderna ni antigua: absolutamente inocua y casi intranscendente. Poco importó esta nimiedad, cuando la música y el mejor belcanto impusieron su gloria sobre cualquier otro detalle que deviene superfluo. La mejor y acaso única virtud del vacío trabajo escénico de la holandesa Jetske Mijnssen es que no molesta. O apenas molesta, porque el ciervo muerto que mete en escena o su obsesión por la figura omnipresente de la niña en plan las hermanitas de El resplandor de Stanley Kubrick (¿Isabel I, la hija de Anna Bolena?) son tonterías manifiestamente sobrantes. Aburrida iluminación y convencional pero bien cuidado vestuario de época. Coreografía de colegio de monjas.

Muy cercano al Palau de les Arts, donde ha cosechado reiterado éxitos, el tenor jerezano Ismael Jordi hizo gala de su plenitud vocal. Lució voz, veteranía y sobresaliente maestría belcantista. Volcó estilo, tablas y una vocalidad, hoy ensanchada y lírica, que, sin embargo, ha sabido mantener el brillo y belleza de siempre. Su registro de tenor ligero -¡aquéllos Ernestos y Nemorinos de antaño!- ha ganado empaque y cuerpo sin perder agudos ni sobreagudos. Desde su Lord Percy de Sevilla (diciembre 2016, también dirigido por Maurizio Benini) a éste del Palau de les Arts, el canto del tenor jerezano no ha hecho más que ganar quilates y temple, para convertirse en una referencia vocal y escénica en un repertorio al que siempre ha sido fiel. La estela de su admirado Alfredo Kraus sigue modelando su rumbo perfilado e inteligente.

Maurizio Benini (1952) mostró su autoridad belcantista con una dirección refinada y rica en detalles y matices. Concertó foso y escena con la pericia y tradición de los grandes maestros de siempre. Hubo pulso, fraseo, mesura y brillantez en una estilizada lectura que en ningún momento perdió tensión ni magia. Bajo su gobierno, la Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó dúctil, involucrada y vibrante, animada por una batuta que tenía claro que foso y escena, escena y foso, forman parte de un mismo sentir y hacer. El Cor de la Generalitat, bien preparado por Francesc Perales, supuso la guinda de tan redonda noche de ópera. Algunos claros -no muchos- en las butacas no deslucieron la función. Tampoco ciertas y escandalosas toses que casi hicieron añorar las odiosas y benditas mascarillas. La ovación final, unánime y entusiasta con todos, estuvo a tono con tan vibrante noche belcantista. Éxito rotundo e inapelable. Un espectáculo para no perdérselo. Quedan aún cuatro funciones. 4, 7, 10 y 13 de octubre. ¡Háganme caso! Seguro que no se arrepienten.

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