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Fuera de compás

El mejor lugar del mundo

el mejor lugar del mundo Fernando Soriano

Amsterdam es, además de la tienda de discos de Juan Vitoria, la conexión que mucha gente tiene con el mundo real. Con aquello que decía Lennon que es todo eso que te ocurre mientras estás ocupado haciendo planes. Un espacio que procura un vínculo vital con sus clientes, un lugar en el que mantener charlas que a veces poseen una profundidad emocional que rara vez se da a lo largo de una semana cargada de trabajo, desengaños, tensiones, reveses del destino y angustia existencial, pero también de victorias, alegrías, ilusiones y esperanza.

Una tienda de discos está abarrotada de arte. El arte es la materialización de los sentimientos y los amantes de la música pop los vivimos a flor de piel, con una intensidad tan extrema que, en ocasiones, nos desborda. Juan es amigo, terapeuta y confidente en un local que es la prolongación de su propia y fascinante personalidad. Una tienda maravillosa, coqueta, caótica, rebosante de pasión, repleta de una sabiduría arrolladora que chorrea literalmente de las paredes como un manantial inagotable y avasallador.

Fue Margarita, su mujer, la que le propuso la idea y le convenció para ponerla en marcha a principios de los ochenta, cuando Nuevo Centro estaba en construcción. Sabía que la felicidad de su chico, dibujante, escritor, coleccionista de cómics y fanático del rock pasaba por trabajar con el material del que están hechos los sueños: las canciones. A lo largo de cuatro décadas, ella ha luchado a brazo partido por un proyecto que también es suyo, y que ha salvado de la ruina en alguna ocasión, como cuando apostó decididamente por la venta de camisetas y otros tipos de merchandising, abriendo horizontes cuando llegó la crisis más grave que tuvieron que afrontar, en las puertas del nuevo siglo. Ahora celebran sus 40 años de existencia con dos conciertos gratuitos en los que las mejores bandas valencianas le rinden homenaje tocando versiones de los más grandes en Loco Club, como sucedió este fin de semana, o en 16 Toneladas el próximo 12 de noviembre.

Atropellado por tu propia adolescencia, en un mundo sin internet, y con escasos medios y publicaciones que prestaran atención a la cultura alternativa, acudías a aquel extraño cuerpo encapsulado dentro del marciano centro comercial a informarte, a escuchar música, a regalarte la vista con las fotos y objetos que Juan traía de sus viajes y a compartir inquietudes con un tipo que era capaz de modificar tu estado de ánimo, de reparar las abolladuras de tu alma a través de discos, pelis, libros y conciertos. De aquella tu segunda casa regresabas a la primera, donde vivías en el plano físico, reconfortado por haber adquirido herramientas forjadas por Family, Cave, Reed, Cracker, Van Morrison o los Teenage Fanclub para gestionar mejor el duelo provocado por el abandono de una novia, la muerte de un amigo o la oscuridad que arrojaba sobre ti la incertidumbre de un futuro angustioso.

Como para tantos otros, Amsterdam ha sido mi tienda favorita, mi lugar en el mundo. Una burbuja de cariño, comprensión y seguridad, nada que ver con el tedio, la grisura y la asepsia reinante en otros negocios similares. Aquellos carecían del motor vital y la personalidad de Juan y de la complicidad inteligente y socarrona de su eterno compadre, Miguel Ángel Galán, que está a punto de jubilarse con honores después de 38 años entregados al mejor lugar jamás construido por el ser humano, por encima de templos, estadios y palacios: una tienda de discos.

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