Conque al final Sauron era el guaperas de Halbrand. Lo supe desde el capítulo en el que se pone a currar de extranjis en la forja, pasándose por el forro el convenio colectivo de los herreros de Oesternessë y apalizando luego a un piquete sindical que se lo intenta recriminar. Él solito, en plan asesino kung fu, muy aviesamente. Lo supe, por lo visto, mucho antes que el mismísimo actor que lo interpreta, Charlie Vickers, tan hierático y sosaina como el resto del reparto, a quien no se lo revelaron hasta bien adelantado el rodaje para evitar filtraciones.

Después de ver la serie de «Los anillos de poder» me ha quedado claro que todavía soy aquel niño que, cuando terminaba El señor de los anillos, volvía a la primera página de aquella enorme y pesada edición de Círculo de Lectores para empezar a leerlo otra vez, mientras lo alternaba con El Silmarilion, de Minotauro. Aquel notilla de diez o doce años también flipaba con la peli de Ralph Bakhsi y sigue alucinando cada vez que se tropieza en la tele con la trilogía de Jackson, sobre todo en versión extendida. El Hobbit no la he terminado de ver, siempre me acabo durmiendo en la batalla final.

La serie de Amazon me ha decepcionado, pero tampoco me pongo en plan hater porque hay elfos morenos y chicas guerreras, o porque Armenelos parece Marina d’Or, o en los barcos no hay suficiente alfalfa para los caballos, o a las orejas les falta punta y a las enanas, barba. Demasiadas licencias contra el canon de Tolkien, vale, pero es que tampoco era muy extenso en cuanto a la Segunda Edad. Creo que ha habido mucha mala fe, exceso de frikismo y, sobre todo, un repugnante tinte ideológico de carácter ultraderechista en unas críticas y opiniones que, en ocasiones, han sido auténticas enmiendas a la totalidad de la serie.

El caso es que, al calor de la maravillosa canción que cierra la primera temporada a cargo de mi adorada Fiona Apple, me puse a pensar en la influencia de John Ronald Reuel en el rock. Y también tiene lo suyo. Una banda de pop barroco y psicodélico de los sesenta se llamaba Gandalf. Publicó un disco y es bastante bueno, aunque poco tenía de tolkeniano más allá del nombre. El istar gris también inspiró The wizard, en el primer elepé de Black Sabbath, cuna del heavy metal, un género que ha mostrado su fascinación por este universo fantástico. Blind Guardian parieron el impresionante álbum Nightfall on Middle Earth, el nombre de la banda Amon Amarth lo dice todo, Battlelore le dedicaron al asunto un disco entero titulado The return of the shadow y Sacrilege lo mezclaron con la terrorífica realidad económica y social en «Shadow from Mordor». Los más clásicos recordarán sin duda a los Led Zeppelin con «Misty mountain hop», «Battle of Evermore» o la más explícita «Ramble on», o incluso a Rush cantándole a Rivendel. Aquí, La Dama Se Esconde también miraron hacia la Tierra Media en sus deliciosas canciones.

Sin embargo, la historia más rocambolesca la protagonizaron los Beatles, quienes propusieron a Stanley Kubrick filmar una adaptación de El Señor de los Anillos con música de ellos mismos y Lennon haciendo de Gollum, Harrison de Gandalf, McCartney de Frodo y Ringo de Sam. Menos mal que Tolkien dijo que no, el daño para todos hubiera sido tan espantoso como el sobaco de un balrog.