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Literatura

Aixa de la Cruz: "En nuestra sociedad la locura, la depresión y la ansiedad son constructos sociales"

La autora de 'Cambiar de idea' publica la novela 'Las herederas', un alegato contra la psiquiatría clásica en clave feminista

Aixa de la Cruz, en una reciente visita a Barcelona. Ricard Cugat

A Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) y a su pareja, el también escritor Iván Repila, les pilló la pandemia con una niña de pocos meses, prácticamente emparedados en un piso minúsculo e inhabitable, una olla a presión para la insatisfacción y el agobio. Así que en cuanto pudieron se fueron con la peque a la casa del pueblo de los abuelos al norte de Burgos con apenas una maleta para dos semanas, pero el temor al regreso, a la dureza de la ciudad confinada, les dejó varados en el campo más de un año. Muchas cosas buenas surgieron de ese paréntesis. La niña aprendió a caminar allí y a Aixa ese detenerse le propició una novela, ‘Las herederas’ (Alfaguara), que habita una casa muy similar a aquella y donde pudo expresar y desarrollar todas las angustias que la embargaron entonces. Aviso: alguna crisis de ansiedad hubo por en medio.

En ‘Las herederas’ las figuras de la historia son inventadas pero el paisaje es real. Cuatro hermanas que reciben la vieja casa familiar, igualita a la que acogió a la autora, tras el suicidio de la depresiva abuela. Cuatro mujeres, dos legados: el inmueble en sí y el temor de que buena parte de sus insatisfacciones vayan a confirmar que los genes de la locura puedan hacer mella en ellas. 

Conciencia amplificada

Aquí hay que explicar que otra cosa buena que la autora de la celebrada 'Cambiar de idea' encontró en aquel entorno de naturaleza fue una conexión especial consigo misma, impulsada por el yoga, la meditación trascendental e incluso alguna sustancia que amplificó sus niveles de conciencia y la vincularon a su cuerpo y a una cierta trascendencia. “Abomino de la cháchara ‘new age’ y hasta aquel momento no había tenido una conciencia ecologista pero sí creo que aquellos días alcancé una unicidad con lo que me rodeaba. Sentí que mi yo no acababa en el cuerpo, que estaba conectada a otro plano de la realidad”. El sentimiento no se acabó en sí misma. Su conciencia individual la ha llevado a reflexionar en plural y a extraer una interpretación política de ese aumento de las enfermedades mentales en tiempos de pandemia, una pandemia dentro de otra, que es el humus de su novela.

En estos tiempos en los que la psiquiatría tradicional apuntalada casi exclusivamente en la utilización de fármacos está encontrando algunas reticencias, De la Cruz, muy a tono y en una concepción muy próxima a la vieja antipsiquiatría de los 60, expresa sus dudas sobre la sobremedicación de los afectados y la idea de que la depresión solo tenga que ver con bajos niveles de serotonina. “En mi novela una de las protagonistas afirma que si estamos locas es porque nos han enloquecido y eso me hace pensar que en nuestra sociedad la locura, la depresión o la ansiedad son constructos sociales, pese a la voluntad médica de considerarlas enfermedades. No hay más que pensar que hasta hace cuatro días la homosexualidad se percibía como locura”, afirma la autora, que está muy en contacto con grupos de mujeres psiquiatrizadas, quejosas de estar sufriendo “violencias del sistema”, fruto de una particular concreción en el hecho de ser mujeres. Recuerda, por ejemplo, cómo en los años 70 y 80, muchas amas de casa se hacían adictas a fármacos como las anfetaminas o los optalidones para sobrellevar el dolor cotidiano de la vida doméstica. “En la actualidad, muchas mujeres son conscientes de que su mayor trauma tiene que ver, más que con sus problemas íntimos, con los tratamientos psiquiátricos a los que se han visto sometidas”.

El amo del látigo

Asegura que la sociedad no nos lo pone fácil. Que, tal y como propugna el filósofo coreano Byung-Chul Han, hemos interiorizado la vieja figura del amo externo que nos obliga a trabajar a golpe de látigo hasta el punto de convertirnos nosotros mismos en nuestro amo malvado. “Todos sabemos lo que es eso. Deseamos unas vacaciones y cuando llegan no sabemos qué hacer con ese tiempo”. Ni siquiera las viejas drogas recreativas, como el LSD, maná de la contracultura, han escapado a esta domesticación capitalista. “En Silicon Valley las microdosis se están utilizando para producir más y provocar más vorágine compulsiva”, apunta.

Todas estas inquietudes cristalizan en ‘Las herederas’ para alimentar las contradicciones de las cuatro protagonistas, sujetos de estos traumas y capaces de intuir otras reglas para un mundo posible, como nuevas Alicias en el país de las maravillas, a partir de la ingestión de una planta alucinógena “y poder hacer así un buen viaje fuera de las fronteras del capitalismo”.

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