La comidilla musical de esta semana es que Joaquín Sabina no cuenta con Pancho Varona para su próxima gira y lo ha sustituido por Borja Montenegro, mucho más joven y colegón de Leiva. Por lo visto, los abuelos no se hablaban desde hacía 15 años, y el del bombín necesitaba un guitarrista más capaz y dinámico, con otro empuje y otras habilidades. Después de componer juntos 100 canciones, compartir carretera en 40 giras y ser el productor de 15 discos de Sabina, Varona ha salido dando un portazo en redes que sonó como un signo de interrogación, después de que lo suyo durara mucho más de lo que duran dos peces de hielo y tal y tal. Y es que estos músicos se comunican así, con mucho título de canciones y giras, mucha poesía y mucho guiño canallita. Y al final llegó el final. Y la patada.

La maniobra, al menos, nos ha evitado la cara de tontos que se les quedó a José María Cano y a Ana Torroja cuando, al recoger un premio de mentira, Nacho dijo delante de todo el mundo que aquello se había acabado. Sorpresa. Hasta luego, Lucas. Ya ven que patadas, en el circo del rock and roll, a porrillo y con más variedad que en una peli de chinos. Efectivamente, un caso parecido en el que las habilidades requeridas juegan en tu contra es el que sufrió Pete Best que fue sustituido por Ringo Starr. Cómo sería de malo el nota.

Las patadas son de ida y vuelta, no se crean. Mick Taylor acabó harto de la manera de funcionar y de hacer música que tenían los Stones en aquella época, Izzy Stradlin terminó hasta la coronilla de las imbecilidades de Axl Rose, y Rick Wright se escapó de Pink Floyd después de mucho discutir con Roger Waters. Tres grandísimos músicos que ganaron en salud después de tomar sus decisiones y que, en el caso del teclista británico, le salvó de la bancarrota.

Así feas, feas, se me ocurren varias patadas. Syd Barrett tenía el cerebro tan frito en LSD y daba tanto por saco que sus compis, cuando lo iban a recoger de su keli para un concierto, decidieron pasar de largo y hasta nunqui. Lo de Brian Jones con los Stones fue una movida muy sórdida de celos, drogaína, engaños, mezquindad y violencia que acabó con la expulsión del grupo que un día fundó. A Dave Mustaine, que presentaba un grado extremo de alcoholismo, sus compañeros de Metallica, hasta el gorro, lo empaquetaron semi inconsciente en un autobús en medio de una cogorza monumental. Por mucho que luego triunfara en Megadeth menudo trauma se pilló el rubio, hay que ver cómo lo cuenta en Some kind of monster, gallina en piel. Oigan, lo mismito hizo Neil Young con su amigo heroinómano Danny Whitten, aunque aquí el resentimiento fue de Neil contra sí mismo, porque esa decisión que jamás se perdonó le costó a Danny la vida. Que Jon Anderson, cantante de Yes, se quedara afónico y sufriera de asma y su banda lo sustituyera por el vocalista de un grupo homenaje también tuvo que doler tela, después de 40 años de servicio.

En algunas ocasiones, las patadas son a seguir, como en el rugby, y acaban disparando la carrera del que sale rebotado. Los Black Sabbath despidieron al buenazo de Ozzy porque no daba una nota buena desde el puestazo en el que se había empadronado unos años atrás. A tomar viento, vale, pero menuda trayectoria estupenda la de Osbourne durante los ochenta y qué rollo la de sus ex, por mucho que metieran a Dio o a Ian Gillan. Y no cayó de pie ni nada el amigo Lemmy Kilmister, cuando lo expulsaron de Hawkwind. Se montó Motorhead y acabó en las habitaciones y las camisetas de millones de chavales. No creo que el de Varona sea el caso, pero más raro fue aquel verano que no paró de nevar.