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MÚSICA CRÍTICA

¡Bravo, maestros!

¡BRAVO, MAESTROS! José Doménech Part

Fue una de esas noches que nos marcan con tinta indeleble y donde el tiempo queda suspendido en cada uno de los átomos del lugar. Mientras, frase tras frase, nos sentimos transportados a alguno de esos mundos a los que no es habitual ser invitado a no ser que nos guíe la conmoción de un gran maestro. Con su batuta bien aquilatada, capaz de incitar y motivar a unos músicos decididamente entregados, Ivan Fisher transmitió ese tipo de carga emocional hacia la que el oyente ya se confiesa postrado antes de cualquier anacrusa.

A veces, el que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen. Hubiera marcado Zubin Mehta con ese concierto, el regreso a su casa valenciana después de los nada agradables episodios que no vienen al caso aquí. Pero el destino y la salud no siempre coinciden y pueden trastocar cualquier hoja de ruta. En pocos días se dispuso que el maestro Ivan Fisher, (Budapest, 1971) se hiciera cargo de los cinco conciertos programados en esta nueva gira española por València, Madrid, Zaragoza y Barcelona.

Casi cien músicos de nivel «Premium» hechizaron al Auditorio del Palau de les Arts con las distintas perspectivas que estilos tan distantes como distintos pueden suponer, pero logrando el sonido mejor apropiado a la elegancia de cada partitura. Con la Sinfonía concertante op.84, de Haydn, Fischer (todo un especialista que grabó sus 107 sinfonías) logró una versión acolchada, reflexiva y sin aristas, y en todo momento muy pendiente de la orquesta para que los cuatro solistas dispusieran del espacio necesario en sus intervenciones personales.

El granadino Ramón Ortega Quero, con su oboe serpenteante, cantó con finura de estilo y fulgente sonido al lado del violín mesurado de Radoslaw Szukc, la amplitud del cello de Mor Biron o el inquieto fagot de Giorgi Kharadze. Fisher mantuvo a raya a la orquesta, prácticamente sin titubeos individuales. Reclamados con razón una y otra vez al escenario, el cuarteto solista interpretó una cautivadora Pasacaglia de Haendel.

Mahler lo tuvo muy difícil en sus estrenos sinfónicos tanto en Europa como en los Estados Unidos. Son casi irrepetibles las barbaridades con que la prensa machacaba sus estrenos en Londres, París, Nueva York o Boston. De ahí su famosa frase «Mi tiempo ha de llegar». Tardó pero llegó para quedarse. Sus obras figuran en las temporadas de todas las grandes orquestas. Por eso, volver a escuchar un monumento musical como es la Quinta de Mahler, se convierte en una sinfonía que te arrolla y que te arrulla constantemente en la hora larga de duración. Comparar no es necesario y ademas sería una necedad. Existen cientos de versiones y puede gustar una mas que otra pero el despliegue instrumental (cuerdas, vientos, metales, percusión, arpa) de Fisher en Les Arts quedó y quedará como inolvidable. Desde la Marcha fúnebre hasta la agilidad del Rondo Finale, pasado por el Scherzo (con el joven solista de la trompa postillon) y la humilde sutilidad con que trató el Adagietto (que fascinó tanto a Visconti como a Fassbinder), todo configuró un entorno que nos sumergió sin salvación en ese océano de obsesiones que Mahler sabía rematar en sus obras. Sin duda: el concierto del año.

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