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La canción moderna, según Bob Dylan:

El cantautor, Premio Nobel de Literatura 2016, publica su primer libro en 18 años, una heterodoxa colección de 66 ensayos breves sobre otras tantas canciones

Bob Dylan publica «Filosofía de la canción moderna».

El título del nuevo libro de Bob Dylan, el primero que publica el cantautor de Minesota desde que en 2016 fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura, es una mentira. ‘Filosofía de la canción moderna’, se llama. En realidad, en esta colección de 66 ensayos breves sobre otras tantas piezas musicales hay muy poca filosofía (es casi insignificante lo que Dylan tiene a bien compartir con el mundo sobre el proceso de escribir o interpretar canciones) y aún menos canciones modernas: de los 66 títulos elegidos, solo dos fueron compuestos en este siglo, y sus autores, John Trudell y Warren Zevon, ni siquiera están ya entre nosotros para agradecer el reconocimiento.

Ilustrado con una rica panoplia de estupendas imágenes cuya relación con las composiciones analizadas escapa a menudo a la comprensión del lector (retratos de artistas, carteles publicitarios, fotogramas de películas, paisajes, viñetas de cómic e imágenes icónicas de fotógrafos como Dorothea Lange y William Klein), el libro está muy lejos de dar lo que promete su título, pero eso no quiere decir que lo que ofrece no sea igualmente valioso. Con su despliegue de reflexiones agudas, observaciones irónicas, digresiones alucinadas, apuntes históricos, símiles hiperbólicos y epigramas afilados como el cuchillo de un trampero («gitanos, vagabundos y ladrones podrían muy bien ser la respuesta a la pregunta: ‘Nombra tres tipos de personas con las que te gustaría salir a cenar’»), ‘Filosofía de la canción moderna’ brinda una extraña pero fascinante inmersión en el mundo dylaniano, ese paisaje de oscuridad impenetrable iluminado fugazmente por ráfagas de escritura de brillo cegador.

Después de trabajar en él durante más de una década, Dylan ni siquiera se molesta en explicar el porqué del libro ni el criterio que ha seguido para elegir las canciones, si es que ha existido alguno más allá del capricho personal.

Era de otro mundo

Con muy pocas excepciones, la selección es norteamericana hasta el tuétano y prima los géneros que ya estaban en boga cuando Robert Zimmerman echaba los primeros dientes como músico en sus tiempos de estudiante de la escuela superior de Hibbing: blues, country, folk primigenio, rockabilly, bluegrass… También hay un espacio generoso reservado para estándares de la era pre-pop y para ‘crooners’ como Bing Crosby, Frank Sinatra, Dean Martin, Perry Como, Vic Damone y, por partida doble, Bobby Darin, a quien considera «el más dúctil» de todos los cantantes de su época. «El tipo era todo el mundo, si es que era alguien», dice de él.

Como suele suceder en este tipo de obras, lo más llamativo son las ausencias. En la lista no aparecen los Beatles (que alguna aportación hicieron al concepto de canción moderna) ni los Rolling Stones ni ningún otro grupo británico de los 60 con la única excepción de los Who, a cuyo himno «My generation» Dylan le dedica una peculiarísima glosa que se abre con una frase para enmarcar: «Esta es una canción que duda de todo y que no le hace ningún favor a nadie». «My generation» es una de las cuatro canciones no norteamericanas incluidas en un catálogo de 66. Las otras tres son dos inglesas («Pump it up», de Elvis Costello, y «London calling», de The Clash) y una italiana («Volare», de Domenico Modugno). En su escrito sobre esta última, Dylan asegura que «hay algo sumamente liberador en escuchar una canción en un idioma que no entiendes». No es algo que tuviera muy en cuenta al hacer la selección.

¿Dónde están las mujeres?

El otro gran déficit de ‘Filosofía de la canción moderna’ es la ridícula presencia femenina. De las 66 grabaciones que refiere, solo cuatro están interpretadas por mujeres: «Gypsies, tramps & thieves», de Cher; «Come on-a my house» de Rosemary Clooney; «Come rain or come shine», de Judy Garland, y «Don’t let me be misunderstood», de Nina Simone. La exigua cuota se ve agravada por la inclusión de algunas reflexiones un tanto extemporáneas, como la defensa que el autor hace de la prostitución –»cuando pagas por sexo con dinero, ese es quizá el precio más barato que existe»- y de la poligamia: «¿Qué mujer pisoteada, sin futuro, apaleada por los caprichos de una sociedad cruel, no estaría mejor como una de las esposas de un hombre rico? Mantenida debidamente en lugar de sola en la calle a expensas de la ayuda gubernamental».

En descargo de Dylan cabe decir que todo el libro parece escrito desde unas coordenadas temporales y geográficas en las que afirmaciones como esas no debían de causar la más mínima extrañeza. Una época y un lugar en los que las madres advertían a sus hijas de que los zapatos de un hombre dicen mucho de él y los cantantes de country iban a la licorería montados en un cortacésped porque sus mujeres les escondían las llaves del coche.

No es extraño que casi la mitad de las canciones aquí diseccionadas (28) pertenezcan a la década de los 50, el tiempo en el que el adolescente Robert Zimmerman decidió cambiar de nombre después de descubrir, por este orden, el blues, el country, el rock and roll, el folk y la poesía. Es decir, el mundo.

Al final, el nuevo libro del Premio Nobel de Literatura 2016 (el primero que publica desde ‘Crónicas. Volumen 1’, de 2004) depara muy pocas revelaciones pero es fuente de mucho gozo y asombro. Lo dice él mismo, con su sabiduría antigua: «Las historias son simples. Las conocemos todas. Chico conoce a chica. Chico pierde a chica. Chico roba un pedazo de pan. Chico es abatido en la plaza del pueblo. Chica mata a la esposa del chico. Chico se hace mayor buscando al asesino de su padre. Chica se casa con chico. Chico le pega fuego al pueblo». Las historias son siempre las mismas, sí. Lo importante es cómo se cuentan. Y nadie las cuenta mejor que Bob Dylan.

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