Entrevista | Géraldine Schwarz Periodista y escritora

"Es una ilusión pensar que el pasado se olvida"

La autora, que defiende recuperar la memoria para unir a la sociedad, protagoniza esta tarde un debate en la "Escola de Pensament" de la Nau

Géraldine Schwarz, ayer, en el Col·legi Major Rector Peset de València.

Géraldine Schwarz, ayer, en el Col·legi Major Rector Peset de València. / Fernando Bustamante

Autora de Los Amnésicos (Tusquets, 2019), Géraldine Schwarz (Estrasburgo, 1974) dice ser una «hija de Europa». A través de la historia de su familia (francesa por un lado y alemana por otro), ha estudiado cómo la población cerró los ojos ante el nazismo.

Habla de «pequeñas cegueras y cobardías» y, sobre todo, de una amnesia colectiva que no quiere que se repita ante el auge de la extrema derecha. Esta tarde, a las 19:00 horas, protagoniza un coloquio y debate en la «Escola de Pensament» de la Nau de València.

-Publicó «Los amnésicos» hace unos años y sigue de total actualidad... o más aún. ¿El tiempo le ha dado la razón ?

Desgraciadamente. Lo que no pensé en su momento es que la urgencia que me llevó a escribirlo se mantendría hasta hoy, con la consolidación de partidos populistas y extremistas. Por eso haría de nuevo el libro. Con cada nueva edición, intento actualizarlo, pero no cambia gran cosa porque el pasado da una perspectiva sobre el presente, y hay que vivir con la memoria.

En ese momento, Vox era mucho menos potente —España y Portugal eran la excepción— y el AfD entró en el Bundestag [parlamento federal alemán] por primera vez desde la II Guerra Mundial, aunque cuenta con menos del 10 % de apoyos. La tesis y el mensaje del libro es que cuando un país afronta su pasado con valentía, es menos susceptible de inclinarse hacia el extremismo. Hay una correlación entre trabajar la memoria y una democracia sólida. Alemania ha hecho su trabajo y sigue haciéndolo.

-Alemania trabaja y trabajó la memoria pero en España no fue así: Franco murió con el poder y en la cama. ¿Esto cómo afecta?

No hay estudios científicos, pero empíricamente se constata que los países que no lo hacen y tienen un pasado dictatorial son más vulnerables. Alemania tiene una democracia muy sólida, aunque no inmunizada, porque la memoria se alimenta, nunca se acaba, es todos los días. Es una ilusión pensar —como cree una parte de los españoles— que el pasado se olvida.

Los dos casos también son diferentes porque España tuvo una guerra civil, hay dos percepciones muy claras, es más difícil el consenso y hace falta voluntad por las dos partes. En Alemania casi todos apoyaron al nazismo y es más fácil afrontar el pasado, porque no hay divisiones.

-Algunos dicen que hablar de memoria histórica reabre heridas. ¿Cree que es así?

A nivel personal sabemos que no es posible olvidar, que no funciona y todo vuelve; tampoco a nivel social. Para superar un trauma hay que trabajarlo. Es paradójico, pero afrontar el pasado permite no estar obsesionado con él y liberarse. El pasado y la memoria son un instrumento para dar sentido al presente y tener las referencias que necesitamos hoy. Quien no sabe de dónde viene no sabe dónde va. Los jóvenes están desesperados por un futuro incierto y puede haber una generación perdida y muy fácilmente manipulable. Es muy difícil construir una identidad sin referencias.

-¿Cómo se trabaja la memoria si una parte de la población ha nacido en Europa pero tiene otros orígenes?

La memoria debe tener en cuenta que una parte de la población no viene de una familia que ha vivido la II Guerra Mundial. Hace falta una memoria inclusiva y encontrar un vínculo, como el pasado colonial. Todo es un relato de violencia y en los países colonizados —muchos sometidos ahora a dictaduras— también está. Cómo superar la violencia puede ser la memoria común; los valores son los mismos.

Géraldine Schwarz, durante la entrevista.

Géraldine Schwarz, durante la entrevista. / Fernando Bustamante

-¿Y qué se debe hacer con la extrema derecha? ¿Atacarla o ignorarla?

Lo mejor es enseñar a la población a descifrar sus métodos de manipulación: dividir, dar miedo, mentir, hacer difusa la frontera entre lo verdadero y lo falso, halagar a los que se consideran víctimas, dividir entre «nosotros» y «ellos», y defender la libertad, como hace Vox... No es nuevo, todos los dictadores lo hicieron.

-¿Tiene Vox particularidades diferentes a los partidos de los otros países?

Según entiendo, no se esconden de admirar a Franco, no es un secreto, y eso es muy extremo. En Alemania no defienden el nazismo públicamente; ni Le Pen a Vichy; ni en Italia, la Liga Norte a Mussolini, aunque no están lejos... pero en España es más grave, porque ya no hay tabú. El discurso de Vox no hace más que dividir, instrumentalizando la memoria. Hay que decidir si la memoria debe unir o dividir.

-En su libro habla de los «ciegos» y los amnésicos, que miraron hacia otro lado. Recuerda un poco a Hannah Arendt, que escribió sobre la banalidad del mal...

Sí, pero ella hablaba de Eichmann y fue controvertido, porque no era un hombre ordinario, mi abuelo sí. Él fue un mitläufer [personas que siguen la corriente], como la gran parte de alemanes. Nosotros también somos potenciales mitläufer: no sabemos qué haríamos si mañana la democracia es derrocada; igual nos sorprenderíamos. Yo intenté juzgar teniendo en cuenta que no es lo mismo aquella época que hoy. Es un libro que hace tomar al lector su propia responsabilidad. Es mejor reaccionar antes de que esto cambie, después será complicado.

-¿Qué responsabilidad tiene cada persona ante lo que pasa hoy en día? Se habla mucho de Qatar, Irán o Rusia, pero no tanto del drama del Mediterráneo, por ejemplo.

Es muy complicado; no tenemos el control sobre todo y hay que ser conscientes de las pequeñas ‘traiciones’ que hacemos cada día. Nadie puede salvar el mundo y ese objetivo puede ser muy peligroso. El tema de los refugiados de África es muy complejo: hay que salvar las vidas, pero si eso fomenta la inmigración, no ayudamos a los países, que deberían ser autónomos. Sería más eficaz luchar contra la corrupción que tienen de Occidente.

Pero todos podemos hacer cosas hoy en día; la masa de mitläufer puede tener un impacto, por ejemplo, cuando podemos elegir entre tren o avión o en poner el plástico en el contenedor que toca… no es sexi ni revolucionario ni cambiará el mundo, pero si cada uno tomara conciencia, la sociedad cambiaría.

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