Fuera de compás

El lunes que está triste y azul

Robert Smith de la banda The Cure

Robert Smith de la banda The Cure

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Hoy es el día más triste del año hasta para el gato de Roberto Carlos. Y punto, que las desgracias pasadas o las que están por llegar tampoco serán para tanto en un año que acaba de empezar y ya pinta regulero. En lo que queda, a lo peor se nos muere el canario, nos gripa la Vespa, el médico nos quita la priva o Hacienda nos engancha con veinte mil pavos en una paralela. Pero no, no hay peor día que el de hoy, y esto es así por obra y gracia de una fórmula más falsa que un duro sevillano en la que hace ya tres lustros un matemático introdujo factores como la depresión post navideña, no haber cobrado, el cabreo por no cumplir los propósitos de año nuevo y zarandajas similares. Luego, una agencia de viajes montó su estrategia de ventas alrededor de esta estupidez y el término se popularizó mundialmente: Blue Monday.

En fin, que si hay que llorar, deprimirse o no salir de la cama en toda la jornada yo les ofrezco una banda sonora bien bajonera para pasarlo lo más miserablemente posible, con esa vocación de servicio público que me inculcaron en la carrera y esas ganas de musiquearles que siempre tengo. Y mañana será otro día.

A finales de los 70 una serie de bandas surgidas tras el punk mostraron su interés por el lado más oscuro del alma humana y lo tradujeron en una música fría, tétrica, dolorosa y desprovista de esperanza. La peña gótica y siniestra cantaba sobre la soledad, la muerte, la devastación emocional, el suicidio, los desórdenes mentales y la angustia existencial. Dos nombres resuenan en el panteón de toda aquella afectadísima tribu de estética tenebrosa, uno de ellos es Joy Division. No tienen una canción mala, elijan la que quieran y no querrán ver salir el sol en una semana. Ni aunque tengan seis lavadoras por poner. Prueben, prueben con «Atmosphere».

Los otros son The Cure, que a principios de los 80 publicaron tres discos depresivos a más no poder, fruto de las circunstancias psicológicas de su motor creativo, Robert Smith. ‘Seventeen seconds’, ‘Faith’ y ‘Pornography’ son de escucha obligada una vez en la vida y en tirereta. Si lo aguantan, se habrán ganado el derecho a ser felices. Antes que esa hubo otra trilogía que revelaba demasiado crudamente para la industria discográfica el malestar interior, el dolor, la tristeza y los remordimientos de un artista laureado con el prestigio de las ventas masivas. Neil Young vio retrasada la publicación de ‘Tonight’s the night’ por ese motivo y acabó viendo la luz después de ‘Times fades away’ y ‘On the beach’.

Durante los años 90, el grunge intentó convencernos a todos de que vivíamos sumidos en una depresión continua y que la felicidad era de los hipócritas. Lo disfuncional era molón, las penas y las agonías cotizaban al alza. Vivir dolía, como siempre, pero ahora ese sentimiento cristalizaba en imponentes obras de arte que superaban las barreras de lo alternativo y se colaban en lo cerebros de toda la juventud. A través de su música y de las novelas de la Generación X aprendimos un montón de nombres de fármacos, sustancias y compuestos que todavía son de lamentable actualidad. Wurtzel, Easton Ellis y Tartt hablaban sin tapujos del Prozac y el Xanax, y Nirvana le dedicaba una oda al litio, elemento cuyo uso iba ligado al tratamiento de ciertos trastornos. De Cobain, y sobre el tema de la depresión, me sigo quedando con ‘Pennyroyal tea’, de lo mejorcito que grabaron nunca.

De aquella época todavía pone la carne de gallina escuchar ‘Runaway train’, de Soul Asylum, un grito de auxilio de alguien sumido en una tristeza desesperada, o la maravillosamente melancólica ‘Everybody hurts’, de REM, estadísticamente «la canción que más hace llorar a los hombres», por el sentimiento de frustración que transmite. Nine Inch Nails publicaron ‘Hurt’, una estremecedora historia sobre una persona que no encuentra razones para seguir viviendo, que cobró una irónica nueva vida cuando Johnny Cash la hizo suya. Ya ven, canciones y discos que fueron pan de dolor para muchos, pero que también sirvieron para confirmar que uno puede obtener placer del sufrimiento de los demás en una acción de vampirismo egoísta. Venga, sursum corda, que todos los lunes tienen un final y el viernes ya nos enamoraremos.