Crítica

Mozart y Brahms, Perianes y Gimeno

Concierto de la Orquestra de la Comunitat Valenciana con Javier Perianes (piano) y Gustavo Gimeno (director)

Gustavo Gimeno.

Gustavo Gimeno. / German Caballero

Justo Romero

Justo Romero

CONCIERTO ORQUESTRA DE LA COMUNITAT VALENCIANA. Javier Perianes (piano). Gustavo Gimeno (director). Programa: Obras de Mozart (Concierto para piano y orquesta número 20, en re menor) y Brahms (Obertura Trágica. Primera sinfonía). Lu­gar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1.400 personas (lleno). Fecha: Jueves, 26 enero 2022.

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Vibrante noche de arte en el Auditori del Palau de les Arts. El binomio Javier Perianes (1978) y Gustavo Gimeno (1976) volvió a presentarse junto a la Orquestra de la Comunitat Valenciana ante un aforo a rebosar. Si hace dos años (diciembre 2020) fue con un inolvidable Cuarto de Beethoven, en esta ocasión ha sido con Mozart, con su Concierto para piano en re menor, escuchado en una versión de honda expresividad, en la que Perianes, mago del sonido y de sus más tenues registros, estableció desde el primer instante ese espacio de magia y sutileza que distingue su pianismo puro. El público, cargado de rostros juveniles, siguió la actuación con silencio revelador de la intensidad que se respiraba sobre el escenario, y regaló la mejor ovación al pianista onubense, flores “alla rusa” incluidas. De acuerdo con la extrema sutileza de todo, Perianes prolongó el sortilegio con el regalo de un Debussy -La niña de los cabellos de lino- cuyos pianísimos al borde del silencio resonaron con recóndita intensidad.

El Mozart de Perianes contó con el colchón sonoro y cómplice de Gustavo Gimeno, quién subrayó matices, acentos y fraseos en comunión con el solista. Visión avanzada, exenta de remilgos historicistas y de penetrante sentido dramático. Fue un programa todo él en modo menor, en el que el maestro valenciano extrajo lo mejor de una Orquestra de la Comunitat Valenciana entregada y crecida como en sus mejores días. Mozart envuelto, enmarcado, por el mejor Brahms, representado por la Obertura trágica (en re menor, como el concierto mozartiano) y la Primera sinfonía, cuyo beethoveniano do menor desembocó en un final de antología, con intervenciones solistas -trompa, flauta, timbales, todos…- de máxima excelencia musical e instrumental.

Gimeno deja respirar y transpirar la música; la escucha para que ella marque la pauta. Su Brahms, tan personal, tan singular y genuino, cargado de nervio, pasión, efusión romántica y pulso rítmico, bebe de todo lo mejor, de Szell a Giulini, Carlos Kleiber... Armonías, contrapuntos, motivos y desarrollos evolucionan desde su propia dinámica interna, como si la batuta se limitara a encauzar el dictado del sonido y encuadrarlo en su universo estético y sensorial. El fondo beethoveniano de la Primera sinfonía -no frivolizaba von Büllow cuando la llamó la “Décima sinfonía de Beethoven”- late con implacable intensidad, en una versión extrema de lirismo y resonancias clásicas, pero que en absoluto descuida su sustancial aliento romántico. Tampoco el acrisolado universo de un Brahms que mira al pasado tanto como a sí mismo.

El canto del oboe, el solo de violín -excepcional el concertino Gjorgi Dimchevski toda la noche-; la prodigiosa irrupción de la trompa en el movimiento final -cum laude para Bernardo Cifres-, y luego de la flauta (Francisco López, un cañón de sonido y de arte), los timbales de Gratiniano Murcia… Todo fue un cúmulo de perfecciones y sensaciones, surgido de una orquesta empastada y unísona en sus plurales sonoridades y registros, que Gimeno administró y animó con gesto elegante, natural, preciso e intensamente expresivo. Mozart y Brahms, Perianes y Gimeno. Orquestra de la Comunitat Valenciana. ¡La música!

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