Productor y director

Miguel Ángel Tobías: "Dicen que mi serie es un oasis en este ritmo frenético de vida"

Dirige proyectos como "El Camino interior", que ha calificado de "slow talk", con conversaciones "profundas" y "de corazón", de tono más pausado y que hacen reflexionar

Miguel Ángel Tobías, durante una visita reciente a València.

Miguel Ángel Tobías, durante una visita reciente a València. / fernando bustamante

Miguel Ángel Tobías (Barakaldo, 1968) es de esas personas con convicciones, que creen que vale la pena recorrer 600 km para motivar a unos escolares y decirles que perseveren, que sus vidas y sus sueños son importantes. Así lo hizo con los niños y niñas del Colegio Claret Fuensanta de València, donde acudió para presentar su serie documental «El camino interior» —ya en Movistar Plus y en breve en La 2— y por el que asegura que le han escrito miles de espectadores. Además, prepara el guión de su libro, Renacer en los Andes, y un trabajo sobre la anorexia, entre otros muchos proyectos.

¿Cómo contribuye el audiovisual a visibilizar o denunciar ciertas realidades sociales?

El audiovisual, junto a la educación, son las dos herramientas más potentes para mejorar el mundo. Si lo que vemos en cine, televisión e internet es negativo, la sociedad vira en negativo; pero si es positivo, vira en positivo, porque somos animales de repetición y nos dejamos permear a través de la pantalla.

Ideó y participó en formatos de éxito, pero lo dejó para crear Acca Media y apostar por un audiovisual diferente ¿Por qué?

Fue de una manera natural. Desde niño he visto a mis padres, tíos y abuelos ayudar a personas en una situación más vulnerable que ellos. Cuando empecé con «Españoles en el mundo», me di cuenta que había otras realidades que no mostraba porque el programa no era para eso, pero comprendí que tenía una herramienta y un poder enorme —la cámara— para ayudar a quienes no tienen voz; mostrar situaciones de vulneración de Derechos Humanos e injusticias que, si no se muestran, el mundo no sabe que existen. Me comprometí a hacer un proyecto social, solidario y benéfico al año y, en quince años, ya llevamos catorce; he ido cumpliendo. Mis trabajos nos interpelan a todos: «ya conoces la situación y te has puesto en la piel de quien sufre; piensa qué puedes hacer».

¿Hay diferencia entre el ritmo de trabajo de la televisión y sus proyectos actuales?

Desgraciadamente, la tele se ha convertido en una cadena de montaje. Se buscan, en general, productos para que la gente no piense, de consumo rápido, y que después son desechados. Pensé en hacer algo para darnos cuenta de que estamos viviendo con un ritmo que no es sano; los humanos no estamos diseñados para la velocidad que nos obligan el sistema y esta economía. No tener un encargo televisivo me permite hacer proyectos para que las personas se sienten a verlos, que generen un pensamiento crítico, nos hagan reflexionar y nos sirvan para nuestra vida. Con «El camino interior» hemos puesto en práctica lo que denominamos slow talk, recuperar las conversaciones tranquilas y pausadas que antes había en la televisión. Miles de espectadores ya me han dicho que ver la serie es una especie de oasis en este ritmo frenético de vida.

Precisamente, muchas personas sintieron ese respiro con el confinamiento y usted lo aprovechó para grabar.

Ojalá no hubiéramos tenido la pandemia, habría habido mucho menos sufrimiento pero, dicho esto, trajo una parada, que obligó a no correr y generó un espacio mental, psicológico y emocional para pensar y repensar: ¿Hago lo que quiero? ¿Tiene sentido esta vida? ¿Me hace feliz? Quien entendió esto entenderá «El camino interior». Fui voluntario en una residencia de mayores y vi que las secuelas iban a ser psiquiátricas, psicológicas, emocionales y existenciales. Mucha gente saldría fortalecida; pero la mayoría, no, y eso potenciaría el miedo, la angustia, la incertidumbre, la ansiedad y la depresión que arrastramos, a nivel individual y de sociedad. Decidí hacer un proyecto que ayudara. El Camino de Santiago estaba cerrado y era un entorno de paz y silencio, visualmente bello, el sitio perfecto para recorrer etapas con personas heterogéneas, que hacen cosas que les aportan sentido a sus vidas: de los 17, 13 hemos estado al borde de la muerte. Se rodó cuando aún no transitaba nadie y no es un programa de entrevistas, son conversaciones sinceras y profundas, de corazón, sin máscaras ni armaduras.

Es su trabajo, ¿pero también le alimenta a nivel personal?

Todo el mundo me dice que qué envidia y que les hubiera gustado estar. Cada capítulo de cincuenta minutos condensa doce horas de convivencia. Ha sido maravilloso y todos nos confesábamos al acabar cada etapa, porque no sabían a qué venían. De los entrevistados, solo conocía a tres y he incorporado a mi vida a trece nuevos amigos. Espero que eso llegue al espectador.

¿Cuando decidió cambiarlo todo, le dijeron que estaba loco por dejar una vida y un trabajo aparentemente perfectos?

Lo he oído permanentemente, pero mientras tenga la suerte de estar vivo, tengo el privilegio de intentar hacer lo que sueño. Mi objetivo es que cuando llegue mi muerte, mire atrás y no piense que lo haría diferente. He hablado con muchas personas al final de su vida, y todos dicen que no harían muchas cosas que la sociedad exigía. En internet tengo una charla con millones de visualizaciones, con el título «La vida está al otro lado del miedo». Cuando has estado al borde de la muerte, te das cuenta de que la vida es maravillosa, que hay que vivirla con toda la intensidad posible. Es algo absolutamente frágil, porque se acabará en un instante, pero no sabemos cuándo. Esto debería servirnos para atrevernos a saltar al otro lado del miedo, porque a este lado está la subsistencia. Que no se nos queden cosas por intentar.

¿Y otra televisión es posible? ¿Son sostenibles proyectos comprometidos? Siempre han dicho que la televisión emite «lo que la gente quiere ver».

Eso es mentira. Ha sido el mantra durante años para justificar los programas. Si asesinaran a gente en directo, lo verían millones de personas y eso no justificaría hacerlo. Hay que ser conscientes de la responsabilidad que tenemos, que los formatos, programas y series aporten a la sociedad. Llevo quince años haciendo proyectos que ven millones de personas: el documental de Haití estuvo dos meses en el cine, cada año lo emiten en televisión y se proyectó en 1.500 colegios y veinte universidades, y sigue viéndose. La excusa de la audiencia —que no debería haber sido—, ya no sirve.

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