CRÍTICA

Pinchazo y brinco

La Orquestra de València con obras de Schubert, Shostakóvich y Vaughan Williams

Peltokoski dirigiendo la Orquestra de València.

Peltokoski dirigiendo la Orquestra de València. / Live Music Valencia

Justo Romero

Justo Romero

ORQUESTRA DE VALÈNCIA. Enrique Palomares (violín), Pilar Marín (viola), Alban Gerhardt (violonchelo). Tarmo Peltokoski (director). Programa: Obras de Schubert, Shostakóvich y Vaughan Williams. Lu­gar: València, Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 600 personas. Fecha: Jueves, 23 febrero 2023.

Pincharon, y muy estrepitosamente, la Orquestra de València y su director invitado, el encumbradillo y bisoño Tarmo Peltokoski (22 primaveras que se notan demasiado-demasié) en un concierto de abono erróneo a todas luces, que apenas logró atraer un tercio del aforo del Auditori del Palau de Les Arts. Programas así son un peligro en la temporada de cualquier orquesta que se precie. Abrir una cita SINFÓNICA con un fragmento de música de cámara es un despropósito tan descabellado como convertir a toda la orquesta en testigo inerte de la soirée camerística, en una escena casi fúnebre que recordaba más al pucciniano Gianni Schicchi que a un concierto sinfónico. Solo faltaba el ataúd del hacendado Buoso Donati para completar el lúgubre paisaje.

Incluir un retal de trío de cuerdas en una temporada de abonados que han pagado por un programa sinfónico es como si vas a Mercadona, pides un kilo de ternera y te colaran en la cesta un rodaballo. Sin entrar a valorar la interpretación que realizaron Enrique Palomares -¡qué estupendo violinista habita en el concertino de la OV!-, la violista Pilar Marín y el virtuoso del violonchelo Albert Gerhardt del Allegro del Trío D 471 de Schubert, estos doce minutos de música sobraban por todos lados.

Un instante del concierto.

Un instante del concierto.

Luego, por fin, y después del anticlímax, llegó el sinfonismo abrasador del Primer concierto para violonchelo de Shostakóvich, con el berlinés Alban Gerhardt ya de verdadero solista. Fue una interpretación impecable, de alta escuela e implicación expresiva, acaso corta de intensidad y drama, algo a lo que contribuyó la fluida, resuelta y obvia hasta la ingenuidad dirección del joven maestro finés, que, en cualquier caso, obtuvo una más que notable respuesta de una orquesta en la que brilló, por su protagonismo y arrojo, el trompa solista Santiago Pla.

Con todo, lo mejor, llegó en las cuerdas del violonchelo solista, quien hizo gala de un fuste estilístico bastante más valioso que el de la viva batuta, efectiva segura y talentosa, pero de corto recorrido, y vivencias y experiencias aún por delante. En todos los sentidos, por mucho que agencias, promotores y etcéteras se empeñen en venderlo como el “nuevo Klaus Mäkelä”, director con el que apenas tienes más en común que el pasaporte y la veinteañería. Gerhardt -53 años- sí pudo hacer gala de su temple de artista en plenitud en la extensa y solitaria Cadenza en la que Shostakóvich convierte el tercer movimiento del concierto. También en el preludio de la Sexta suite de Bach que tocó de propina.

En la segunda parte, la Quinta sinfonía de Ralph Vaughan Williams. Más de lo mismo: Tarmo = Tarmo. Tras subir al podio de un brinco más propio de pista de atletismo que de un escenario sinfónico, su figura resuelta, segura, decidida -incluso un punto chulesca-, articuló con facilidad y gesto efectivo más que interesante los cuatro movimientos de una sinfonía que la OV abordaba por primera vez. Algo que no se notó en la buena versión ofrecida, pese a carencias más que notorias de un oboe y de una trompeta que no tuvieron precisamente su mejor día. Olvidado queda. Ni que decir tiene, Tarmo Peltokoski seguirá con su imparable carrera. Corren malos tiempos. También para el Arte. 

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