Entrevista

Sergio Peris-Mencheta: "Me parecía un golazo poder subir a 11 mujeres a escena"

El director y actor de teatro madrileño dirige y adapta ‘Ladies Football Club’, de Steffano Massini

Sergio Peris-Mencheta.

Sergio Peris-Mencheta.

Nora Navarro | @norinavarro

Después del éxito rutilante de la joya lorquiana ‘Una noche sin luna’, junto a Juan Diego Botto, el director de teatro y actor Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975) dirige y adapta ‘Ladies Football Club’, de Steffano Massini (‘Lehman Trilogy’), que narra la historia de los inicios del fútbol femenino en la Inglaterra de la Primera Guerra Mundial en clave musical, que el Teatro Cuyás programa los días 17 y 18 de marzo, a las 19.30 horas.

¿Cómo surge la idea de adaptar a escena la historia oculta de la revolución feminista que narra Ladies Football Club?

Desde que montamos Lehman Trilogy mantengo una relación por email con su autor, Steffano Massini, que me va enviando obras según las termina. Y en un paquete de obras que me mandó, me llamó la atención Ladies. En general, sus obras suelen hablar de los ángulos muertos de la historia: las historias que no se han contado o que no han trascendido, siempre desde un punto de vista muy bretchiano, que aborda cada historia como si fuera un gran cuento. Entonces, igual que en su día me sorprendió su forma de contar el capitalismo en Lehman Trilogy, me llamó mucho la atención la historia de estas mujeres que fueron heroínas de su tiempo, que copaban las portadas de los periódicos y llenaban estadios, y sobre todo, no saber de ellas a día de hoy, como si las hubieran tapado con un manto de tierra y nadie supiera de su existencia.

¿Por qué decide reconvertir ese monólogo de más de cuatro horas en una obra coral, con nada menos que 11 actrices?

Me parecía un golazo, nunca mejor dicho (risas), poder subir a 11 mujeres a escena. Porque no es algo habitual, porque no hay obras para mujeres, y no las hay porque no están escritas, es así de sencillo y de cruel. Entonces, esta oportunidad me parecía una maravilla. Yo sabía que contarla de esta manera era arriesgado, porque 11 intérpretes en un escenario es una producción muy cara y muy difícil de mover, pero tanto mi socia Nuria como yo pensábamos que era una historia apasionante que, si a nosotros nos gustaba, por qué no le iba a gustar al público. Así que nos lanzamos a por ella.

Sus proyectos suelen entrañar una marcada mirada crítica o reivindicación social. Siguiendo con la clave bretchiana, ¿el teatro es siempre político?

Sin duda, todo teatro es político. Anacleto se divorcia también es político. Cualquier expresión artística conlleva un punto de vista, o bien por omisión, o bien porque, en el polo opuesto, puede incurrir en lo panfletario. Yo trato de huir de lo panfletario pero, evidentemente, siempre trato de no callar lo que pienso o lo que siento sobre el presente que vivo. En general, me enganchan las historias que hablan de lo que pasa. Y luego, también las que hablan de lo que me pasa a mí. Mi montaje Continuidad de los parques, por ejemplo, es una historia que habla de encuentros y desencuentros, y que entra más en mi esfera más personal. Pero en este caso, al igual que en Lehman Trilogy, esta es una historia que cuenta algo que sucedió y que, además, tiene un fiel reflejo en lo que está pasando hoy, como si, en su día, alguien lanzara una botella al mar con un mensaje que hoy nos llega a la orilla duplicado. Y luego, la forma de abordarlo siempre conlleva un elemento de juego muy importante. Aunque se trate de obras políticas o con un propósito de conectar con la realidad, yo siempre trato de que, aunque mis hijos no entiendan de qué va la historia, les guste lo que ven en el escenario o les llame la atención. En ese sentido, juntar estos dos elementos es muy de Barco Pirata, nuestra productora, porque es casi nuestro sello. Y que luego guste, que salga a gira y que la gente se ponga en pie al final de la función es realmente un regalo, porque el propósito principal del teatro, para mí, es contar una historia que yo necesito contar.

Precisamente, el bellísimo homenaje lorquiano de Una noche sin luna se convirtió en un acontecimiento teatral que suscitó unanimidad incluso entre los sectores más conservadores. ¿Cómo sucede esto?

Pues no lo sé explicar. Lo que sé es que, cuando nos encerramos a hacer Una noche sin luna, íbamos con la losa de Un trozo invisible de este mundo, que también fue un gran éxito. Incluso, diría que, con este último, no nos pesaba la alargada sombra de un montaje anterior. Pero para Una noche sin luna, me encerré con Juan Diego Botto, que es mi otro autor de cabecera junto con Steffano Massino, con la misma humildad con que nos encerramos la vez anterior: para contar una historia con un solo actor o pocos actores en un montaje sencillo, y tratando de contar una historia que los dos entendíamos que era necesaria, porque habla de la España en que vivimos, de nuestro pasado y nuestro presente, de que hasta que no asumamos que parte de nuestra historia sigue enterrada en las cunetas de España no vamos a poder proyectarnos en un futuro libre y honesto. Por eso hoy seguimos siendo una España dividida, peleada, donde mucho tiene que ver el hecho de que no hayamos hecho las paces con nuestra historia.

Y volviendo a Ladies Football Club y los mensajes en una botella a través del tiempo, ¿diría que las resistencias machistas que retrata la obra se parecen a las que afloran ahora ante los avances feministas?

Sin duda, de hecho, es sorprendente que hayamos avanzado pero tan poquito y en tantos años. Esta es una de las razones por las que tenía todo el sentido hacer este montaje con 11 mujeres, no solo porque es una historia real que no se ha contado nunca, sino porque además hay ecos que están resonando permanentemente en las propias actrices hoy, por ejemplo, en relación a la falta de trabajo, con que de repente se las deja de llamar, o que son madres y ya no existen, o pasan de los 40 y ya una actriz no interesa. De repente, la potencia de contar esta historia también residía en lo que trascendía a la propia historia, a lo que estaba pasando en la sala de ensayos, a las historias que traía cada una de ellas, no solo las personales, sino también las historias de sus abuelas o de sus bisabuelas, y de las nuestras, de los chicos que formamos parte de este proceso creativo. Al final, una obra de teatro es un viaje donde uno tiene que tratar de encontrar ecos permanentes de lo que pasa. Y según íbamos avanzando en la creación de esta historia, descubríamos que no podía ser más pertinente contar ahora mismo esta historia: estalló la Guerra en Ucrania, la futbolista Alexia Putellas ganó un Balón de Oro y se batió el récord de asistencia a un partido femenino. En fin, son sincronías que suceden y que suceden cuando uno hace teatro.

Y desde el punto de vista de la dirección teatral, ¿sale transformado después de cada viaje?

Sin duda. Además, como director, mi trabajo es el primero que arranca y el proceso principal consiste para mí en por qué quiero contar esta historia, o más bien, para qué la quiero contar. Cada función es un viaje iniciático, donde me voy a ver las caras con esta historia y, sobre todo, con esta parte de mí que quiero que se ilumine. Además, como director, me interesa mucho el punto de vista ecoteatral: un gran montaje con unos medios muy rudimentarios donde casi toda la superproducción ocurre en la cabeza del espectador. Nosotros proponemos un lenguaje y casi todo el trabajo lo hace el que está sentado en la butaca, que es, para mí, lo que es el teatro. A mí, el teatro con muchos medios me interesa menos, y cuanto más evoca, más interesante me resulta. Si busco más cocina, me voy al cine, que me pongan un primer plano en dolby surround y que me expliquen la historia de principio a fin. Pero creo que el teatro tiene un componente mágico muy importante, que es dejar que el espectador complete la historia.

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