Gustavo Rodríguez: "Si no puedo morirme de repente, por lo menos que sea a mi gusto"

El escritor peruano ha ganado el Alfaguara con un libro que aborda con sentido del humor la paradójica relación del ser humano contemporáneo con la vejez y la muerte

El escritor Gustavo Rodríguez, autor de "Cien cuyes".

El escritor Gustavo Rodríguez, autor de "Cien cuyes". / Fernando Bustamante

Voro Contreras

Voro Contreras

Cien cuyes, la novela con la que Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) ha ganado el premio Alfaguara 2023 (dotado con 162.000 euros), es una historia tragicómica que refleja uno de los grandes conflictos de nuestro tiempo: la hostilidad hacia la vejez por parte de una sociedad cada vez más longeva. «Esta contradicción nos va explotar en la cara en algún momento», advierte el escritor peruano durante su visita de ayer a València.  

La muerte sobrevuela la narración y, aun así, uno no puede evitar cierta sonrisa mientras lee. ¿Cómo lo ha conseguido?

Sí, tanto el de la muerte digna como el de la soledad de los ancianos son dos temas que no son en absoluto gratos y normalmente rehuimos hablar de ellos. Pero el humor viene aquí para ayudar al lector a introducirse en estos temas sin aversión. Pero no es mérito mío. A mí el humor me sale desde pequeño cuando me he enfrentado a cosas adversas. Ser un chico tímido, un poco nerd, que no sabe pelear, te obliga a usar el humor para sobrellevar estas vicisitudes. Mi principal preocupación era que la novela no me saliera cursi porque hay escenas muy sobrecogedoras y emotivas, despedidas muy sentidas. Afortunadamente, el humor también me ayudó a evitar la cursilería.

«Los pollos tienen una muerte mas digna que los humanos», dice uno de sus personajes. La última novela de Ray Loriga también habla de eso, de la muerte digna.

No es casualidad que Ray y yo hayamos hablado de estos temas porque ya hemos pasado la cincuentena y estamos en un lugar de la carretera que ya te permite vislumbrar qué se te viene por delante porque tus padres, tus tíos, tus mentores ya empezaron a languidecer, si no a morir. Por otro lado, hay una contracorriente conservadora en el mundo que tiende a obviar derechos que tienen muchas personas que no tienen capacidad para defenderlos. Hay incluso gente muy cruel que no quiere hablar de eutanasia compasiva ni en casos extremos. Y esta novela está escrita con la intención de que ojalá la gente descreída sobre estos derechos pueda sentirse un poco en los zapatos de quienes están sufriendo.

¿Se puede morir dignamente sin una vejez igual de digna?

Sí, se puede. La escritura frenética de esta novela se debe a que yo mismo experimenté la muerte de un anciano muy querido, mi suegro, que tuvo una vida muy digna y una muerte hermosa a la altura de esa dignidad. Le dio tiempo incluso a planificar algunos detalles y morir rodeado de amor en su propia cama. Yo asistí como un privilegiado a esta despedida y decidí que tenía que ser conocida. 

¿Cómo preferiría morir usted, como su suegro o de repente?

Si me das a elegir, que sea sin enterarme. Pero si no tengo esa fortuna, por lo menos que sea a mi gusto. No podemos elegir en qué circunstancias nacer pero, al menos, tengamos el consuelo de elegir en qué circunstancias morir. Eso sí lo podemos controlar.

¿Y la vejez? ¿Como la de cual de sus personajes le gustaría que fuera?

Me identifico con un par de ellos y te confieso que ya me estoy preparando. Desde que mis hijas tienen cierto uso de razón he intentado naturalizar con ellas la muerte. Un poco en broma, haciendo humor negro, contándoles cómo quiero que sea mi velorio, mandándoles un mensaje cuando subo al avión que dice «la clave de mi caja fuerte es...». Y creo que es bueno.

Insiste en lo poco que nos gusta hablar de la muerte y de la vejez. ¿Por qué?

Somos una sociedad que pierde muy rápidamente la paciencia con nuestros ancianos y, paradójicamente también somos una sociedad cada vez más longeva. Nos encaminamos a ser parte de esa población pero seguimos negando el envejecimiento y ensalzando demasiado la juventud a través de la publicidad, el cine, los filtros del teléfono… Esta contradicción nos va explotar en la cara en algún momento.

Y eso que envejecer suele ser una buena señal.

Yo me considero un autodidacta en todo lo que he aprendido, incluyendo la literatura, y mi verdadera universidad ha sido la gente mayor con la que me he relacionado y que me han ayudado a cimentar lo que ahora soy. Parecemos no querer reconocer que nuestros mayores ya han pasado por lo que nos atormenta, que han sobrevivido y que tienen algo que decirnos.

¿No cree que hay gente mayor que a veces abusa de esa patente de la experiencia?

Es verdad que ser anciano no te da patente de corso y que la necedad no tiene edad. La necedad es transversal, pero en general la ancianidad conlleva una sabiduría que no se aquilata en el promedio de la juventud.

Sus ancianos recuerdan constantemente películas y canciones. ¿Deja más poso en las personas la cultura popular que la académica? 

Cuando empecé a escribir, en mi país se rendía homenaje a la cultura de estatuas y pedestales porque había un prejuicio a la literatura que se acercaba o describía la cultura pop. Pero la cultura es todo, no solo lo que se enseña en la universidad. Afortunadamente, yo y una generación de escritores nos hemos dejado de estupideces y de rendirle pleitesía a la noción de la cultura elitista y tratamos de sacarle belleza a la cultura popular. En esta novela las canciones y las películas sirven de puente intergeneracional e intersocial. Hay una escena que me emociona mucho, cuando Eufrasia y su empleadora, pese a ser de clases sociales muy distintas, se ven hermanadas por un “huayno” andino que ambas escucharon en momentos muy distintos de su vida.

Efectivamente, el libro también habla sobre las clases sociales. ¿Nos sirve para entender todos los vaivenes políticos que sacuden desde hace años el Perú?

Soy un escritor realista nacido de lo urbano, alguien nacido en Lima y que vive en Lima y que trata de ser auténtico con su experiencia. Por lo tanto, esta novela también puede ser un atajo para conocer esa realidad. Me gusta que el título sea Cien cuyes (el cuy es lo que en España se conoce como cobaya) porque ya te indica que aquí vas a conocer la realidad de un país. Cuando uno viaja a un país no pide que le hablen como en su lugar de origen sino que se lo come entero con sus peculiaridades y sin traducción. Es una novela asequible de leer pero no hace concesiones.

Usted se explaya a gusto con el vocabulario local.

Los peruanos no nos quejamos cuando nos llegan libros de España con la palabra “gilipollas”, así que me parece de justicia que ustedes también aprendan algunas cosas nuestras.

Gustavo Rodríguez.

Gustavo Rodríguez. / Fernando Bustamante

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